El hombre se puso a recitar el padrenuestro: la oración modelo, la
oración magistral, la oración cristiana por excelencia. «Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...» Y las palabras que
nos enseñó Jesucristo fluyeron como fluyen las notas del órgano por
sus tubos vibrantes.
Vez tras vez, a lo largo de setenta y dos interminables horas,
David Nymann, montañero de Alaska, recitó esa oración reconfortante
mientras vientos helados, de ciento treinta kilómetros por hora,
azotaban el monte Johnson. Su amigo, James Sweeney, yacía a su lado,
con ambas piernas quebradas, sin poder moverse.
La muerte los acechaba a ambos, por frío y por hambre. Al fin un
helicóptero los avistó y los rescató. La oración había sido, para ambos
hombres, calor, agua y alimento durante tres días.
Aun los hombres más rudos, cuando se ven en apuros, abren los
labios para elevar una oración. Nymann y Sweeney, deportistas que
querían escalar el monte Johnson de Alaska, sufrieron una caída.
Sweeney se quebró ambas piernas; Nymann quedó muy golpeado. Ambos
vieron acercarse la muerte. Pero la recitación constante del
padrenuestro los mantuvo en vela, y la fuerza poderosa de la esperanza
los ayudó a soportar la prueba.
La oración es la única fuerza capaz de unir al hombre, en la
tierra, con Dios, en el cielo. Cuando Jesús enseñó a orar a sus
discípulos, les dijo: «Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que estás
en el cielo...”» (Mateo 6:9). Jesús enseñó que Dios es el Padre de
toda la humanidad. Cuando sentimos que Dios es nuestro Padre, y cuando
abrimos los labios en oración sincera, Dios el Padre acude en nuestra
ayuda. Dios quiere ser el Padre de todos.
¿Por qué será, entonces, que tantas oraciones no son contestadas?
Quizá sea porque no nos hemos relacionado previamente con Dios.
Queremos su ayuda de un momento al otro sin haber establecido una
amistad con Él. Dios quiere ayudarnos, pero para alcanzar su ayuda
debemos estar en continuo contacto con Él.
Establezcamos, pues, esa comunicación con nuestro Creador y
Salvador. La primera oración que Él oye es: «¡Ten compasión de mí, que
soy pecador!» (Lucas 18:13). Ese reconocimiento, más la súplica de
perdón por nuestros pecados, establece el contacto.
Démosle nuestra vida a Cristo, el divino Salvador. Él quiere ser
nuestro Señor. Sometámonos a su señorío, y Él, con seguridad, escuchará
nuestra oración.
Hermano Pablo
Hermano Pablo
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