Eran dos montones de basura. Dos montones de sufrimiento. Dos
montones de fracaso. Dos montones de abandono. Él se llamaba Juan
Bojorque, y tenía sesenta y un años de edad. Ella, Sandy Estrada, y
tenía cincuenta y uno. Ambos vivían en los basureros de una de las
capitales del mundo.
Desocupados los dos, marginados los dos, sin recursos los dos, se
juntaron para calentarse una noche de frío, y allí nació el amor;
porque el amor puede nacer en cualquier parte, incluso en un basurero.
Unos meses después, el clérigo Lorenzo Martín los unió en matrimonio.
«El amor es como un lirio —expresó el sacerdote—. Puede nacer aun en el
fango.»
Caso interesante. Dos personas, arrojadas a los basureros por los
fracasos de la vida, sin dinero, sin empleo, sin esperanza, se conocen
una noche de intenso frío. Con sólo mirarse a los ojos ya saben que,
para siempre, serán el uno para el otro. Y al fin se casan, delante de
Dios y de la ley. Seguirán, quizá, sufriendo las desventuras de la
vida, pero como marido y mujer.
El amor no siempre nace en lujosos salones, bailando valses
vieneses y bebiendo champaña francesa. Es interesante que el
proverbista Salomón ya había previsto el hecho de que la pobreza no es
obstáculo para amarse. He aquí sus palabras: «Más vale comer verduras
sazonadas con amor que un festín de carne sazonada con odio»
(Proverbios 15:17).
Juan Bojorque y Sandy Estrada tal vez siguieran comiendo las
legumbres marchitas que encontraran en los desperdicios de los
restaurantes, pero se amaban, y por eso les sabría como faisán al
horno.
El amor es la esencia de la vida. Desgraciadamente el amor bueno e
inmutable ha perdido su lugar en una sociedad donde la lascivia y la
lujuria predominan. Pero no ha perdido, ni puede nunca perder, su
refulgencia y su gloria, precisamente por su carácter íntegro, puro y
santo.
Amor así no viene por sí solo. Hay que cultivarlo y hay que
sustentarlo. Pero ese es el amor que une profundamente al hombre y a la
mujer, que dignifica el matrimonio y que honra a Dios. Es también el
amor que sobrelleva la enfermedad, que soporta la pobreza y que
sobrevive toda tempestad.
A todo esposo y a toda esposa les conviene vivir esa clase de
amor. Dios quiere que el amor de toda pareja sea así, y Él desea,
intensamente, dárselo a cada una. Él hará que su matrimonio sea uno de
armonía y permanencia, y transformará su unión en remanso de paz. Pero
los dos cónyuges, juntos, tienen que desearlo y pedirlo. Más vale que
lo hagan hoy mismo.
Hermano Pablo
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