Gary Galloway, de Georgia, Estados Unidos, se dispuso a ver el
partido que define el campeonato profesional de fútbol americano. Todos
los años a fines del mes de enero o a comienzos de febrero ese juego,
conocido como el Super Bowl, acapara la atención de millones de
espectadores y televidentes. Gary se acomodó frente al televisor, con
una buena provisión de cerveza, salchichas, maíz frito y galletas. Así
se pasó el día entero, viendo primero las entrevistas y los comentarios
en torno al partido, y luego el partido mismo.
Al día siguiente Gary llamó a la suegra para darle una noticia
trágica: «Siento decirle que Mary se suicidó ayer, en el momento
preciso en que empezaba el Super Bowl.» Habían tenido una
discusión, y la esposa se había suicidado delante de él, pero Gary
esperó veintiséis horas para dar la noticia: un supercaso de
superinconsciencia.
No es extraordinario que un matrimonio joven tenga diferentes
gustos y opiniones. Si a él le gusta el golf, puede que a ella le guste
la natación. Si a él, el cine, a ella puede gustarle el teatro. Si a
él, la comida italiana, a ella, la comida china. Si cada uno de los dos
aprende a ceder a los gustos del otro, y a congeniar y adaptarse a sus
diferencias, tendrán un matrimonio feliz durante mucho tiempo. Pero si
uno de los cónyuges ama tanto sus partidos de fútbol que ve suicidarse
al otro y, con el cadáver tirado ahí, mira televisión durante todo el
día, eso ya es el colmo de la indiferencia y la inconsciencia.
No debe parecernos extraño que un hombre salga tres días de pesca
con sus amigos, o que su esposa vaya tres días a una convención de
mujeres. Eso es permitir que cada uno desarrolle su propia afición, lo
cual no es grave mientras ninguno de los dos llegue a los extremos.
Pero ver suicidarse a la esposa y quedarse indiferente, tomando
cerveza, comiendo salchichas y mirando un juego de fútbol, sobrepasa
los límites de lo tolerable.
¿Cómo pueden llegar algunos individuos a ese nivel de
insensibilidad e inconsciencia? Indudablemente a causa de la vida
moderna, frívola, descreída, irreverente, sensual y materialista que
llevan. Le prestan mucha más atención a una afición cualquiera, sea
deportiva o social, que a los más sagrados intereses del matrimonio y
la familia.
Sólo Cristo puede devolvernos el sentido sagrado de la vida y
poner en orden todos los sentimientos y pensamientos de nuestro ser. Él
puede y quiere ayudarnos a volver a estimar los verdaderos valores de
la vida.
Hermano Pablo
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