domingo, 4 de marzo de 2012

¡PERDONAME!

Lectura: 1 Juan 1:5-2:10.
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" 1 Juan 1:9
Unos secuestradores aterrorizaron durante ocho días a los pasajeros de un jet de Indian Airlines. Después, el 31 de diciembre de 1999, los hombres armados hicieron una última demanda antes de soltar a sus rehenes. "Lo siento, pero todo el mundo tiene que decir que estoy perdonado", dijo el delincuente apodado "Burger". Cuando los incrédulos pasajeros lo miraron, les ordenó que repitieran: "Te perdono". Después de oír esas palabras, los secuestradores desaparecieron en el desierto.
Muchos de nosotros no seríamos tan arrogantes como para insistir en que alguien nos perdonara. Y, por supuesto, no se lo exigiríamos a Dios. ¿Por qué? Porque la mayoría de la gente entiende que solo un corazón humilde, sincero y arrepentido puede recibir la misericordia y el perdón del Señor.
El apóstol Juan escribió: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). La palabra que se traduce "confesar" significa decir lo mismo o estar de acuerdo. Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, estamos de acuerdo con Él respecto a nuestro pecado, la necesidad de ser limpiados y la obligación de perdonar a otros que nos han hecho daño (Mateo 6:15). Clamamos: "¡Perdóname!".
Ninguno de nosotros es verdaderamente libre si no ha sido perdonado. Necesitamos el perdón de Dios, y los demás precisan el nuestro.
La confesión es la llave que le abre puerta al perdón.

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