Después de un naufragio en una terrible tempestad, un marino pudo llegar a una pequeña roca y escalarla, y allí permaneció durante muchas horas.
Cuando al fin pudo ser rescatado, un amigo suyo le preguntó:–¿No temblabas de espanto por estar tantas horas en tan precaria situación, amigo mío?.–Sí –contestó el náufrago–, la verdad es que temblaba mucho; pero… ¡la roca no…! Y esto fue lo que me salvó.
Salmos 18:2 Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Salmos 31:3 Porque tú eres mi roca y mi castillo; Por tu nombre me guiarás y me encaminarás.
Salmos 61:2 Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayaré. Llévame a la roca que es más alta que yo,
Salmos 71:3 Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, Porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
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