lunes, 10 de enero de 2011

EL OJO QUE NUNCA DUERME

Primero transfirió una suma relativamente pequeña, de cien dólares. Luego, al ver lo fácil que fue hacerlo, simplemente endosó un cheque y transfirió doscientos dólares más. La transferencia la hacía de la cuenta de la compañía donde trabajaba a su propia cuenta bancaria. Fue así como en dos años Tomasa González transfirió fraudulentamente casi un millón cien dólares a su cuenta personal.

Lo curioso de este caso es que Tomasa González era una empleada de confianza de la Agencia de Detectives Pinkerton, de California, especialista en investigar fraudes, robos, estafas y malversaciones. El lema de la firma era: «El ojo que nunca duerme». Pero con respecto a Tomasa González, ese ojo se durmió.

Lo cierto es que no hay nada humano que sea totalmente perfecto. La Agencia de Detectives Pinkerton tenía 141 años de existencia. Contaba con los mejores detectives privados y un equipo electrónico de primera. Investigaba a todo el mundo, es decir, a todo el mundo menos a sus propios empleados. «El ojo que nunca duerme» por lo menos en esa ocasión se durmió.

Así mismo el mejor perro guardián puede quedarse dormido y dejar pasar al ladrón. La mejor alarma contra ladrones puede dejar de funcionar cuando más falta hace. El mejor policía puede despreocuparse en su auto y no escuchar el llamado de auxilio. Y el mejor farero puede descuidarse y no vigilar la costa como debe.

Los griegos se imaginaron a Morfeo, dios del sueño, como un joven simpático, de suaves maneras y una voz seductora que adormecía. Tal parece que Morfeo es uno de los dioses más activos del mundo actual.

Sin embargo, hay un ojo que nunca duerme. Un ojo que vigila constantemente. Un ojo que, día y noche, se pasea por toda la tierra, y que todo lo penetra, todo lo ve, todo lo conoce y todo lo juzga. Es el ojo de Dios.

Es tanto lo que ve el ojo de Dios que hasta conoce nuestros pensamientos antes de que éstos se conviertan en hechos. Conoce las intenciones de nuestro corazón antes de que produzcan sus maldades. Nadie se libra de ese ojo. Nadie escapa jamás a su visión. Nadie puede esconderse de su mirada.

Gracias a Dios, Él no nos condena a pesar de conocer todas nuestras intenciones. Es nuestro pecado mismo lo que nos condena. Dios conoce todos nuestros hechos y todos nuestros planes, y sin embargo no quiere condenarnos sino salvarnos. Él no desea castigarnos sino perdonarnos. Busquémoslo con confianza. Él nos espera con los brazos abiertos. Si lo buscamos de corazón, Él nos perdonará y nos salvará.

Hermano Pablo

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