domingo, 5 de diciembre de 2010

SOLO LLEGAN A LA CIMA QUIENES SE LO PROPONEN

Quienes escribieron el diario de su trasegar hacia la cumbre del monte Everets –el más alto del mundo– describen los días como interminables, nublados y grises, bajo un frío insoportable que crecía –minuto a minuto–, conforme Edmund Hillary y Sherpa Tensing Norgay iban ganando terreno en el ascenso.

Corría el mes de mayo de 1953 y los dos escaladores se convertían así en los primeros deportistas –en toda la historia de la humanidad– en emprender y alcanzar el exitoso final de un proyecto como ese, que para muchos era una locura, para otros un sueño y, para la mayoría de las personas, una auténtica proeza.

Conquistaron la cima de 8.848 metros de altura cuando sólo restaban dos días para que concluyera el mes.

Desde lo alto, divisando montañas y más montañas a lo lejos, blancas e infinitas, sólo atinaron a elevar un grito que se perdió en la inmensidad. ¡Habían logrado lo que para la mayoría de los seres humanos era imposible! Triunfaron sobre los obstáculos que habían llevado a la muerte a dos alpinistas de una comisión sueca, un año atrás.

Cuando alguien les preguntó cómo lograron sobreponerse a los impedimentos, Edmund dijo que sólo se limitaron a mirar el punto más alto del monte que era su meta final. De haber prestado atención a su alrededor o quizá, detenerse a mirar atrás, jamás habrían conquistado su propósito, explicó.

Nada lo detenga en el ascenso…

La actitud de Edmund y Tensing es la misma que comparten aquellos que tienen claridad sobre la importancia de fijarnos una meta en la vida, dirigir a ella nuestra mirada y no prestar atención a lo que pasó, sino solo al presente y al mañana. Quienes prestan oídos al ayer, vivirán en el fracaso.

Sin embargo hay algo más. Es volver a Dios nuestra mirada cuando los obstáculos del camino amenazan con llevarnos al fracaso o talvez a renunciar a nuestras metas. En circunstancias así es necesario recordar la recomendación del salmista cuando escribe: A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra.”(Salmos 121:1, 2. Nueva Versión Internacional).

Si nos asisten la fe y la confianza en el poder de Dios, para quien no existen límites, lograremos conquistar la cumbre de cualquier cima que tengamos enfrente…

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