Mientras me preparaba para correr, me costó decidir qué debía ponerme.
Había sol, pero el viento era helado. El cielo estaba claro, pero el pronóstico del tiempo anunciaba lluvia. ¿Una capa o una casaca? El explorador que tengo dentro prevaleció. Me puse ambas cosas.
Tomé mi radiocasete portátil pero no pude decidir qué cinta iba a llevar. ¿Sermón o música? Sí, adivinó; llevé ambas cintas. Para mantenerme en contacto con mis hijos llevé un celular.
Para que nadie me robara el auto, puse las llaves en el bolsillo. Como precaución por si me daba sed, eché unas cuantas monedas también en el bolsillo. Ahora parecía más una mula de carga que un corredor. Había corrido unos ochocientos metros (más o menos media milla) cuando tuve que sacarme la casaca y la escondí en un arbusto.
Esa clase de peso le reduce la velocidad.
Lo que ocurre cuando uno sale a correr vale también para la fe. Dios tiene una gran carrera para que usted la corra. Bajo su cuidado, irá donde nunca ha estado y servirá de un modo que nunca soñó. Pero tiene que deshacerse de todo peso. ¿Cómo podría difundir gracia si está lleno de culpa?
¿Cómo ofrecer consuelo si está desalentado?
¿Cómo puede levantar la carga de otro si sus brazos están cargados con su propia carga?
Por amor a los que ama, aligere su equipaje.
Por amor al Dios que sirve, aligere su equipaje.
Por amor a su propio gozo, aligere su equipaje.
En la vida hay pesos que usted simplemente no puede llevar. Su Señor le pide que baje su carga y confíe en Él. Él es el padre en el lugar donde se reclama el equipaje. Cuando un padre ve a su hijo de cinco años que trata de arrastrar y sacar del carrusel el baúl de la familia, ¿qué dice? El padre dirá a su hijo lo que Dios le dice a usted.
«Deja, hijo mío. Yo lo llevaré».
¿Qué le parece si le tomamos a Dios su palabra en esta oferta? Podríamos encontrarnos más livianos en nuestro viaje.
Digamos de paso que he exagerado mis problemas con el equipaje.
«Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5.7).
Había sol, pero el viento era helado. El cielo estaba claro, pero el pronóstico del tiempo anunciaba lluvia. ¿Una capa o una casaca? El explorador que tengo dentro prevaleció. Me puse ambas cosas.
Tomé mi radiocasete portátil pero no pude decidir qué cinta iba a llevar. ¿Sermón o música? Sí, adivinó; llevé ambas cintas. Para mantenerme en contacto con mis hijos llevé un celular.
Para que nadie me robara el auto, puse las llaves en el bolsillo. Como precaución por si me daba sed, eché unas cuantas monedas también en el bolsillo. Ahora parecía más una mula de carga que un corredor. Había corrido unos ochocientos metros (más o menos media milla) cuando tuve que sacarme la casaca y la escondí en un arbusto.
Esa clase de peso le reduce la velocidad.
Lo que ocurre cuando uno sale a correr vale también para la fe. Dios tiene una gran carrera para que usted la corra. Bajo su cuidado, irá donde nunca ha estado y servirá de un modo que nunca soñó. Pero tiene que deshacerse de todo peso. ¿Cómo podría difundir gracia si está lleno de culpa?
¿Cómo ofrecer consuelo si está desalentado?
¿Cómo puede levantar la carga de otro si sus brazos están cargados con su propia carga?
Por amor a los que ama, aligere su equipaje.
Por amor al Dios que sirve, aligere su equipaje.
Por amor a su propio gozo, aligere su equipaje.
En la vida hay pesos que usted simplemente no puede llevar. Su Señor le pide que baje su carga y confíe en Él. Él es el padre en el lugar donde se reclama el equipaje. Cuando un padre ve a su hijo de cinco años que trata de arrastrar y sacar del carrusel el baúl de la familia, ¿qué dice? El padre dirá a su hijo lo que Dios le dice a usted.
«Deja, hijo mío. Yo lo llevaré».
¿Qué le parece si le tomamos a Dios su palabra en esta oferta? Podríamos encontrarnos más livianos en nuestro viaje.
Digamos de paso que he exagerado mis problemas con el equipaje.
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