Lectura: 1 Tesalonicenses 2:1-8.
"Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos" 1 Ts. 2:7
Don Tack quería saber cómo era la vida de los que no tenían hogar. Así que ocultó su identidad y se fue a vivir a las calles de su ciudad. Descubrió que muchas organizaciones ofrecían alimento y refugio. Se enteró de que podía pasar la noche en uno de los albergues si, antes, escuchaba un sermón. Así lo hizo, agradeció el mensaje del orador invitado y quiso hablar con él después. Pero, cuando Don se acercó para estrecharle la mano y preguntarle si podía hablar con él, éste pasó por su lado como si no existiera.
Don supo que lo que más faltaba en el ministerio a los que no tenían hogar en su localidad era personas que estuvieran dispuestas a formar relaciones. Así que comenzó una organización llamada el Centro de los Siervos para ofrecer ayuda por medio de la amistad.
Lo que Don encontró en el albergue fue lo opuesto a lo que experimentaban las personas cuando escuchaban al apóstol Pablo. Cuando él compartía el Evangelio, se daba a sí mismo también. En su carta a los tesalonicenses dio testimonio de lo siguiente: «Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos» (1 Tesalonicenses 2:8). Dijo también: «Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza» (v. 7).
En nuestro servicio para el Señor, ¿compartimos no sólo nuestras palabras o dinero, sino también nuestro tiempo y nuestra amistad?
Nuestra sensibilidad por los sufrimientos de los demas, es una medida que indica cuanto nos semejamos a Cristo.
"Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos" 1 Ts. 2:7
Don Tack quería saber cómo era la vida de los que no tenían hogar. Así que ocultó su identidad y se fue a vivir a las calles de su ciudad. Descubrió que muchas organizaciones ofrecían alimento y refugio. Se enteró de que podía pasar la noche en uno de los albergues si, antes, escuchaba un sermón. Así lo hizo, agradeció el mensaje del orador invitado y quiso hablar con él después. Pero, cuando Don se acercó para estrecharle la mano y preguntarle si podía hablar con él, éste pasó por su lado como si no existiera.
Don supo que lo que más faltaba en el ministerio a los que no tenían hogar en su localidad era personas que estuvieran dispuestas a formar relaciones. Así que comenzó una organización llamada el Centro de los Siervos para ofrecer ayuda por medio de la amistad.
Lo que Don encontró en el albergue fue lo opuesto a lo que experimentaban las personas cuando escuchaban al apóstol Pablo. Cuando él compartía el Evangelio, se daba a sí mismo también. En su carta a los tesalonicenses dio testimonio de lo siguiente: «Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos» (1 Tesalonicenses 2:8). Dijo también: «Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza» (v. 7).
En nuestro servicio para el Señor, ¿compartimos no sólo nuestras palabras o dinero, sino también nuestro tiempo y nuestra amistad?
Nuestra sensibilidad por los sufrimientos de los demas, es una medida que indica cuanto nos semejamos a Cristo.
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