No dieron mucha esperanza de vida. El accidente había sido horrible. En las carreteras de Alemania se corre a velocidades exorbitantes y, cuando hay algún choque, es siempre desastroso. Así había sido éste en la cercanías del pueblo de Altdorft, Alemania.
De tres personas que venían en el automóvil, Marion Ploch fue la única que sobrevivió. Su situación era crítica porque además de haber quedado toda mutilada, traía en el vientre una criatura de tres meses de gestación. Los médicos hicieron todo lo posible por salvarla, pero su cuerpo no resistió.
Quedaba, entonces, el problema de la criaturita. ¿Podrían salvar al bebé? Había una sola manera: mantener artificialmente con vida el cuerpo de Marion hasta que la criatura naciera.
Así procedieron. Mantuvieron a la madre con vida hasta que dio a luz por cesárea a su hijito. Para entonces Marion Ploch, aquella madre de dieciocho años de edad, había estado muerta seis meses. Este es otro caso increíble de la ciencia moderna.
Lo más triste en la vida es ver un sueño morir sólo porque antes de que tiene la oportunidad de nacer, nosotros nos damos por vencidos. Esas son las veces en que, en medio de alguna tragedia, por no seguir la lucha, por no tener fe en nosotros mismos, por no pedirle ayuda a Dios, dejamos de batallar, y lo que pudiera ser fuente de alguna gran obra queda muerto en los escombros de la desilusión.
Muchas de las obras musicales del gran maestro Ludwig Van Beethoven jamás habrían nacido si el gran maestro de la música le hubiera dado más importancia a su condición física que a su pluma. Fue autor de treinta y dos sonatas, diecisiete cuartetos, nueve sinfonías, varios conciertos y otras muchas obras de una expresión incomparable. ¡Y todo esto mientras luchaba con la pérdida de su oído! Su infortunio era más que suficiente para haber abortado toda vida musical, pero Beethoven no se dio por vencido. Siguió dándole al mundo su arte aun cuando sus oídos estaban muertos.
De la muerte puede nacer nueva vida. La desventura puede ser fuente de nueva visión. La desgracia puede producir la victoria. No perdamos la fe.
La lección más grande es la del Calvario. No hubiera habido resurrección sin un Calvario. Y la muerte de Cristo ha sido la vida de millones de personas.
No perdamos la fe. Levantemos la vista al cielo. Cristo nos tomará de la mano para que crucemos juntos el valle de la desilusión. Él puede y quiere resucitarnos.
Hermano Pablo
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