«¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fue rindiendo: a uno, en una butaca, a otro en el suelo, al arrimo de la chimenea, a Blanca en una silla baja, a Pepe en el poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes....
»Antes de la cena, subí con todos. ¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches! “A mí no me da miedo de la montera, Pepe, ¿y a ti?”, decía Blanca, cogida muy fuerte de mi mano. Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos. Ahora, Platero, vamos a vestirnos Montemayor, Tita, María Teresa, Lolilla, Perico, tú y yo, con sábanas y colchas y sombreros antiguos. Y a las doce, pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto. Tú irás delante conmigo, que seré Gaspar y llevaré unas barbas blancas de estopa, y llevarás, como un delantal, la bandera de Colombia, que he traído de casa de mi tío, el cónsul... Los niños, despertados de pronto, con el sueño colgado aún, en jirones, de los ojos asombrados, se asomarán en camisa a los cristales, temblorosos y maravillados. Después, seguiremos en su sueño toda la madrugada, y mañana, cuando, ya tarde, los deslumbre el cielo azul por los postigos, subirán, a medio vestir, al balcón; y serán dueños de todo el tesoro.
»El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!»
De nuevo nos deleita con su elocuente prosa poética el Premio Nobel español Juan Ramón Jiménez, esta vez con el tradicional tema de «Los Reyes Magos» que trata en su inolvidable obra Platero y yo. Ya nos podemos imaginar a don Juan Ramón vestido de Gaspar, con sus barbas blancas, y a Platero, su querido borrico, con el tricolor colombiano puesto como delantal, desfilando con los demás, que llevan sábanas, colchas y sombreros a la antigua. Y todo esto a la medianoche que marca el comienzo del seis de enero, frente a las ventanas de los niños del barrio. ¿Y qué decir de esa emocionante escena de los niños que se levantan y suben «a medio vestir, al balcón» a hacer suyo «el tesoro» de los regalos que les han dejado sus seres queridos?
Si esta escena nos inunda de gratos recuerdos nostálgicos o nos llena de ilusión por lo que está por venir, al igual que a los amiguitos de Platero, entonces debemos darle infinitas gracias a Dios, mientras todavía podemos hacerlo, por tradiciones como el día de los Reyes, que no tendríamos si no fuera porque Él envió a su Hijo Jesucristo a este mundo como un regalo sin igual esa primera Navidad.
Carlos Rey
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