lunes, 14 de diciembre de 2009

LA GLORIA DE LA HUMILDAD

Lectura: Isaías 40:1-5.
"Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá" Isaías 40:5
Recuerdo una temporada navideña en la que estuve en Londres, escuchando El Mesías de Haendel, y había todo un coro cantando acerca del día cuando «se manifestará la gloria de Jehová». Había pasado esa mañana viendo los remanentes de la gloria de Inglaterra —las joyas de la corona, el carruaje dorado del Alcalde— y se me ocurrió que esas debían ser las imágenes de riqueza y poder que probablemente llenaron las mentes de los contemporáneos de Isaías cuando escucharon aquella promesa.
Sin embargo, el Mesías que apareció vestía un tipo diferente de gloria, la gloria de la humildad. El Dios que rugía, que podía ordenar a ejércitos e imperios como a peones si así lo deseaba, este Dios surgió en Belén como un bebé que no podía hablar, ni comer alimentos sólidos, ni siquiera controlar su vejiga, y que dependía de una adolescente para tener abrigo, alimento y amor.
Los gobernantes van dando zancadas por el mundo con guardaespaldas, fanfarria y joyas ostentosas. En contraste, la visita de Dios a la tierra tuvo lugar en un refugio para animales, sin la presencia de servidores y sin ningún lugar donde colocar al Rey recién nacido sino en un comedero. En efecto, puede que el evento que dividió la historia en dos partes haya tenido más animales que humanos de testigos.
En la mayoría de las religiones, el temor es la emoción fundamental cuando alguien se acerca a Dios. Con Jesús, Dios estableció una vía para relacionarse con nosotros en la que el miedo no formaba parte.
En Cristo, Dios veló Su deidad para servir y salvar a la humanidad.

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