Lectura: Efesios 5:1-5.
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” Efesios 5:1
Nunca olvidaré cuando se me pidió que llevara a mi familia a un banquete donde yo sería el orador. Después de la cena, mi hijo Mateo vino a mí y me pidió sentarse en mis rodillas. «Claro», le dije y lo levanté.
A lo largo de su joven vida, Mateo me había observado entablar conversaciones con muchos extraños. En mi calidad de persona que busca personas no arrepentidas, a menudo miraba la plaquita con el nombre de la persona que me estaba sirviendo en algún restaurante y comenzaba mi orden con un, «hola, Bárbara, ¿cómo estás hoy?» A lo que mis hijos decían inevitablemente: «Papá, ¡nos estás avergonzando!»
Pero ahora, sentado en mis rodillas, Matt se volvió hacia el organizador del banquete que estaba junto a mí y que era alguien muy importante, leyó su nombre en la placa, y extendió su manita diciendo: «Hola, Juan, ¿cómo estás?» ¡Un momento de gran orgullo para mí! Estaba actuando justo como su papa -¡de tal palo tal astilla!
Esto es exactamente lo que Pablo tenía en mente cuando nos exhortó a «ser imitadores de Dios» (Efesios 5:1). Pero la vida sabe cómo hacer de nosotros cualquier cosa menos parecidos a Dios. A menudo somos indiferentes, irascibles, gruñones y no perdonamos -¡evidentemente demasiado de nuestro propio estilo y no lo suficiente del de Él!
Recuerda, somos salvos para llevar el parecido familiar, para ser cada vez más como Jesús y menos como nosotros mismos.
Todo hijo de Dios debe tener un parecido cada vez mayor con el Padre.
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” Efesios 5:1
Nunca olvidaré cuando se me pidió que llevara a mi familia a un banquete donde yo sería el orador. Después de la cena, mi hijo Mateo vino a mí y me pidió sentarse en mis rodillas. «Claro», le dije y lo levanté.
A lo largo de su joven vida, Mateo me había observado entablar conversaciones con muchos extraños. En mi calidad de persona que busca personas no arrepentidas, a menudo miraba la plaquita con el nombre de la persona que me estaba sirviendo en algún restaurante y comenzaba mi orden con un, «hola, Bárbara, ¿cómo estás hoy?» A lo que mis hijos decían inevitablemente: «Papá, ¡nos estás avergonzando!»
Pero ahora, sentado en mis rodillas, Matt se volvió hacia el organizador del banquete que estaba junto a mí y que era alguien muy importante, leyó su nombre en la placa, y extendió su manita diciendo: «Hola, Juan, ¿cómo estás?» ¡Un momento de gran orgullo para mí! Estaba actuando justo como su papa -¡de tal palo tal astilla!
Esto es exactamente lo que Pablo tenía en mente cuando nos exhortó a «ser imitadores de Dios» (Efesios 5:1). Pero la vida sabe cómo hacer de nosotros cualquier cosa menos parecidos a Dios. A menudo somos indiferentes, irascibles, gruñones y no perdonamos -¡evidentemente demasiado de nuestro propio estilo y no lo suficiente del de Él!
Recuerda, somos salvos para llevar el parecido familiar, para ser cada vez más como Jesús y menos como nosotros mismos.
Todo hijo de Dios debe tener un parecido cada vez mayor con el Padre.
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