Lectura: Gálatas 3:26-29.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” Gálatas 3:28
A menudo se le ha llamado a los Estados Unidos «un crisol». Pero obviamente ese no es el caso. Los políticos tienden a alimentar la sensibilidad en cuanto a divisiones de clase y color para su propio beneficio. Abundan las tensiones de género. Las diferencias generacionales están más marcadas que nunca. De hecho, los observadores culturales están comenzando a decir que la metáfora del «crisol» es obsoleta -que la meta debe ser un «estofado» cultural en el que el gusto que distingue a cada materia prima se vea realzado por la contribución de los demás ingredientes.
En un mundo donde abundan el orgullo y el prejuicio, Jesús nos ofrece el gozo de la unidad a través de todas las líneas que nos dividen tan fácilmente. En Su iglesia, los sabores de carácter único de nuestros diversos orígenes pueden complementarse unos a otros, unidos «por la fe en Cristo Jesús» (Gálatas 3:26) y recibir poder por medio de Su Espíritu y nuestra sumisión a Sus principios. En Él, nuestra diversidad no nos divide, sino más bien nos une y nos enriquece cuando reconocemos que todos tenemos a Jesús, Su Palabra, Sus caminos en común. Al recibirle todos juntos, nuestras diferencias se vuelven secundarias y nuestro mutuo amor por Él nos lleva a amarnos unos a otros tal y como Él nos ha amado.
¡Jesús es el maestro de las mezclas! En Su reino, el orgullo y el prejuicio quedan fuera, y el amor y la mutua aceptación son la orden del día.
El amor de Cristo crea unidad en medio de la diversidad.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” Gálatas 3:28
A menudo se le ha llamado a los Estados Unidos «un crisol». Pero obviamente ese no es el caso. Los políticos tienden a alimentar la sensibilidad en cuanto a divisiones de clase y color para su propio beneficio. Abundan las tensiones de género. Las diferencias generacionales están más marcadas que nunca. De hecho, los observadores culturales están comenzando a decir que la metáfora del «crisol» es obsoleta -que la meta debe ser un «estofado» cultural en el que el gusto que distingue a cada materia prima se vea realzado por la contribución de los demás ingredientes.
En un mundo donde abundan el orgullo y el prejuicio, Jesús nos ofrece el gozo de la unidad a través de todas las líneas que nos dividen tan fácilmente. En Su iglesia, los sabores de carácter único de nuestros diversos orígenes pueden complementarse unos a otros, unidos «por la fe en Cristo Jesús» (Gálatas 3:26) y recibir poder por medio de Su Espíritu y nuestra sumisión a Sus principios. En Él, nuestra diversidad no nos divide, sino más bien nos une y nos enriquece cuando reconocemos que todos tenemos a Jesús, Su Palabra, Sus caminos en común. Al recibirle todos juntos, nuestras diferencias se vuelven secundarias y nuestro mutuo amor por Él nos lleva a amarnos unos a otros tal y como Él nos ha amado.
¡Jesús es el maestro de las mezclas! En Su reino, el orgullo y el prejuicio quedan fuera, y el amor y la mutua aceptación son la orden del día.
El amor de Cristo crea unidad en medio de la diversidad.
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