Guillermo no tenía trabajo, y pasaba el tiempo jugando póker. Maggie tenía título de maestra, pero tampoco tenía un empleo. No tenían auto, ni casa, ni muebles ni bienes. Durante doce años vivieron juntos, pero no unidos.
A los doce años de casados, el amigo que los había juntado, y que había presidido la boda, murió de un ataque cardíaco. Fue un golpe para los dos. Guillermo y Maggie se dieron cuenta de que si no se convertían de veras «en un solo ser», como dice la Biblia, ninguna fuerza tendrían ante los golpes de la vida.
Se dieron la mano. Se dieron un beso. Y se dieron, ellos mismos, el uno al otro. Comprendieron, al fin, el verdadero sentido del precepto: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser.»
Esta es una novela basada en una historia verídica. Una pareja se casa en medio de la pobreza. Unen sus cuerpos, unen sus genes, unen sus actividades, pero no se unen ellos mismos. Cada hora del día se están peleando. No hay unidad. No hay armonía. No hay paz. Están juntos, pero no unidos.
Tras muchas pruebas, y tras la muerte súbita del mejor amigo, descubren el secreto. El esposo y la esposa deben ser un solo ser. Pueden tener distintos gustos, talentos, aficiones y características, pero Dios los diseñó para que fueran, allá en lo más profundo de su existencia, un solo ser: inconfundible, indestructible y eterno. Eso es amor como Dios lo prescribe.
¿Es ésta una descripción de la unión nuestra? ¿Hay paz en nuestro matrimonio? ¿Hay comunicación abierta? ¿Nos compartimos entre nosotros secretos, cuentos, gustos y placeres? ¿Hay armonía en nuestro hogar?
Si no lo hay, es porque no hemos comprendido que el amor no es sólo una emoción. Es una determinación. Tenemos que decidir amar a nuestro cónyuge, optar por ser dulces, determinar ser cariñosos y resolver ser comprensivos.
Comencemos hoy mismo a intercambiar palabras de amor. La más poderosa es: «¡Perdóname!» De hacerlo así, veremos que el amor genuino regresará a nuestro matrimonio. Es un misterio, pero es verdad. Dios desea ayudarnos a restaurar la paz en el hogar. Nos lo debemos el uno al otro, y se lo debemos a nuestros hijos. Determinemos amarnos, y veremos que el amor vendrá, tal vez más pronto de lo que nos imaginemos.
Hermano Pablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario