Lectura: 2 Corintios 1:3-11
Fuimos abrumados sobremanera…, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. —2 Corintios 1:8
Cuando yo era pequeño, los niños en el parque citaban en broma la famosa frase de Shakespeare: «Ser o no ser; esa es la cuestión». Pero en realidad no entendíamos lo que significaba. Más tarde supe que el personaje de Shakespeare, Hamlet, quien dice estas líneas, es un príncipe melancólico que se entera de que su tío ha asesinado a su padre y se ha casado con su madre. El horror de esta realidad es tan perturbador que él piensa en el suicidio. Su duda era: «ser» (continuar viviendo) o «no ser» (quitarse la vida).
A veces, el sufrimiento de la vida puede llegar a ser tan abrumador que somos tentados a caer en la desesperación. El apóstol Pablo le dijo a la iglesia en Corinto que la persecución que él había padecido en Asia había sido tan intensa, que «aun perdí la esperanza de conservar la vida» (2 Corintios 1:8). Pero al trasladar su enfoque hacia su Dios, el sustentador de su vida, Pablo adquirió una capacidad de recuperación en vez de abrumarse, y llegó a la conclusión de que «no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios» (v. 9).
Las pruebas pueden hacer parecer que la vida no val la pena. Centrarnos en nosotros mismos puede llevarnos a la desesperación. Pero poner nuestra confianza en Dios nos da una perspectiva completamente diferente. Mientras vivamos en este mundo, podemos tener la certeza de que nuestro Dios Todo-suficiente puede sostenernos. Y como Sus seguidores, siempre tendremos un propósito divino para «ser».
Las pruebas nos hacen pensar; pensar nos hace sabios; la sabiduría hace que la vida sea provechosa.
Fuimos abrumados sobremanera…, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. —2 Corintios 1:8
Cuando yo era pequeño, los niños en el parque citaban en broma la famosa frase de Shakespeare: «Ser o no ser; esa es la cuestión». Pero en realidad no entendíamos lo que significaba. Más tarde supe que el personaje de Shakespeare, Hamlet, quien dice estas líneas, es un príncipe melancólico que se entera de que su tío ha asesinado a su padre y se ha casado con su madre. El horror de esta realidad es tan perturbador que él piensa en el suicidio. Su duda era: «ser» (continuar viviendo) o «no ser» (quitarse la vida).
A veces, el sufrimiento de la vida puede llegar a ser tan abrumador que somos tentados a caer en la desesperación. El apóstol Pablo le dijo a la iglesia en Corinto que la persecución que él había padecido en Asia había sido tan intensa, que «aun perdí la esperanza de conservar la vida» (2 Corintios 1:8). Pero al trasladar su enfoque hacia su Dios, el sustentador de su vida, Pablo adquirió una capacidad de recuperación en vez de abrumarse, y llegó a la conclusión de que «no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios» (v. 9).
Las pruebas pueden hacer parecer que la vida no val la pena. Centrarnos en nosotros mismos puede llevarnos a la desesperación. Pero poner nuestra confianza en Dios nos da una perspectiva completamente diferente. Mientras vivamos en este mundo, podemos tener la certeza de que nuestro Dios Todo-suficiente puede sostenernos. Y como Sus seguidores, siempre tendremos un propósito divino para «ser».
Las pruebas nos hacen pensar; pensar nos hace sabios; la sabiduría hace que la vida sea provechosa.
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