Era primavera, la mañana hermosa
llena de perfumes, de trinos, de sol,
se infiltro alegre y gozosamente
dentro de los pliegues de mi corazón.
El maestro vino, me hablo quedamente:
¿No irás a los campos como sembrador?
Pero la mañana me llenaba el alma
y dije: Maestro déjame quedar
... y llego el verano, y el primer rocío,
que cayo abundante sobre la amplia mies,
y puso en el aire su alito sedante,
con mano piadosa refresco mi sien.
El maestro vino, me hablo suavemente:
¿Mis semillas tiernas, no iras a cuidar?
Más dije: maestro déjame quedar,
cuando el otoño apague sus luces
correré a tus campos y podré segar.
... y llego el invierno, todo estaba blanco,
hacía mucho frío, no brillaba el sol,
la nieve y el hielo lo cubrían todo,
y hasta se acercaron a mi corazón.
Entonces, voluntariamente me ofrecí al maestro,
todos mis esfuerzos, todos mis anhelos,
todo don precioso que habitaba en mi,
más El, movió la cabeza, y me dijo triste
con su suave voz:
"Pasó la cosecha, solo hay un poco
de trigo que no se junto, más fue
tu torpeza la que lo dejo,
el placer del año pasaste afanoso,
cuando yo llamaba no oíste mi voz
y hoy, ¿Para que te sirve tu remordimiento?
... ¿Qué será del trigo que no se junto?..."
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