Cuando mi mundo era
el vientre de mamá,
aunque yo no viera
tú mirabas desde allá.
Ponías tu mano
para descansar,
y arrullabas mi sueño
para no llorar.
En tu almohada dormía
cubierta de paz
y siempre despierto
te encontrabas papá.
Desde la infancia
me empezó a consolar
tu tierna mirada
y tu forma de amar
que acariciaba mi alma
cuando solía llorar.
Cuando hambre tenía
no supiste negar
tu amor ni comida,
Oh! Mi tierno papá.
Me llevabas en brazos
y aprendí a caminar,
con amor de tu mano
sostenías mi andar.
Sobre tus rodillas
me sentaba a escuchar
los consejos que un día
yo tuviera que usar.
Corregías mis pasos
aunque dolían, ¡Papá!
Sabía que era
por el buen bienestar
de esta carrera
que lograré terminar.
Hoy te agradezco
mi dulce papá
por tu amor y cuidados
que derramaste al dar
lo que nadie me ha dado
¡Mi Señor celestial!
Patricia J. Olivera Costilla
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