sábado, 20 de diciembre de 2008

MI SUSTITUTO

Cuando yo era niño e iba a la escuela, vi una escena que jamás olvidaré — un hombre amarrado a un carretón, llevado por las calles a la vista de todo el pueblo, y la espalda ensangrentada por los azotes que recibió.

Fue un castigo vergonzoso. ¿Fue por muchas ofensas? No, por una sola ofensa. ¿Acaso alguien de sus conocidos ofreció compartir los azotes con él? No, no había nadie. El que cometió la falta tuvo que sufrir el castigo solo. Era la pena de una ley humana que poco después fue eliminado, siendo aquella la última ocasión que se la aplicó.

Cuando fui estudiante en la universidad, vi otra escena que nunca olvidaré — un hombre conducido al patíbulo, sus brazos amarrados, su rostro pálido como la muerte, y millares de gentes le contemplaban al salir de la cárcel. ¿Acaso hubo algún amigo que hubiera ido para soltarle la soga diciendo a los verdugos:

—Colocadla sobre mí, pues yo moriré en su lugar?

No, nadie se ofreció. El solo sufrió la sentencia de la ley. ¿Murió por muchos delitos? No, por un solo delito. Se había robado una bolsa de dinero de una diligencia y quebrantando la ley en un sólo punto, murió por ello.

Ví otra escena que nunca olvidaré: yo mismo, un pecador a la orilla de un precipicio, y condenado al lago de fuego y al castigo eterno. ¿Fue por una ofensa? No, por muchas ofensas cometidas contra la ley inmutable de Dios. Volví a mirar y he aquí que Jesucristo tomo mí lugar. Llevó en su propio cuerpo todo el castigo de mis pecados. Murió sobre la cruz para poder vivir yo en la gloria.

Sufrió el justo por los injustos para llevarnos a Dios. Me redimió de la maldición de la ley. Yo pecador fui condenado a castigo eterno; el sufrió el castigo y yo fui libertado. Hallé en El no sólo mi substituto, sino también a Aquel que suple toda necesidad de mi vida.

Anhelo deciros de este Salvador, “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, (Hechos 4:12).

(Por el Dr. Jaime Y. Simpson, descubridor del cloroformo como anestesia en el siglo pasado.)

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, (Romanos 3:23).

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, (Romanos 5:8).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”, (Juan 3:16-17).

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”, (I Pedro 3:18).

“De ésta dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”, (Hechos 10:43).

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