martes, 28 de octubre de 2008

LA COMUNIDAD DE LA CRUZ

2 Corintios 1:3–11
De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. —2 Corintios 1:9
En la novela de ficción de J. R. R. Tolkien «El Señor de los Anillos», a un «hobbit» sencillo y de buen corazón de nombre Frodo Bolsón se le encomienda una misión peligrosa. Junto con un grupo llamado la Comunidad del Anillo, debe derrotar a las fuerzas del mal devolviendo un anillo mágico de oro a los fuegos del Monte de Moriah donde fue forjado.
En el camino, el mal acecha a Frodo. Se pierden batallas. Los amigos mueren. Al reflexionar en dichas tragedias, Frodo se confía a su sabio amigo Gandalf: «Desearía que el anillo jamás hubiera venido a mí. Desearía que esto jamás hubiese sucedido». Galdalf responde: «Y así piensan todos los que viven para ver estos sucesos. Pero no les corresponde a ellos decidir. Todo lo que debes decidir es cómo usar el tiempo que se te ha dado».
En la «comunidad de la cruz», un siervo de Cristo también es puesto a prueba. Al igual que Pablo, puede que nos sintamos aplastados bajo el peso de las circunstancias (2 Co. 1:3–11). El camino parece demasiado empinado para treparlo. Nos preguntamos si hay un amanecer más allá de la oscuridad.
Aunque puede que no elijamos las circunstancias en las que nos encontremos, sí que elegimos entre confiar en Dios o no (2 Co. 1:9). A través de la comunión con el Hijo y la capacitación del Espíritu, podemos llevar a cabo nuestra misión para Dios (1 Co. 1:9; Juan 16:13).
Confía en que Él te guiará a lo largo del camino. Él ofrece sabio consejo

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