martes, 1 de julio de 2008

DEJA QUE DIOS HAGA SU OBRA

Lectura: 1 Corintios 3:1-11
Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que da el crecimiento. --1 Corintios 3:7.
En nuestro celo por servir al Señor es fácil pensar que tenemos la responsabilidad de producir resultados. Esto nos hace poner demasiada fe en nuestra habilidad y muy poquita en la de Dios.
Pablo observó esta misma tendencia en la iglesia de Corinto. Ciertos creyentes ensalzaban el ministerio de Pablo de sembrar semillas, mientras que otros favorecían el de Apolos, el cual las regaba. En 1 Corintios 2, Pablo les recordó que es Dios quien hace que la semilla dé fruto (vv.4-7). No obstante, Pablo reconocía que sus fieles esfuerzos formaban parte del plan de Dios, y que «cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor» (v.8).
Imagínate un agricultor sentado en el pórtico de su casa. Le preguntas qué hace. Y él te contesta: «Labrar la tierra.» Le preguntas qué cosecha. Él contesta: «Trigo.» «Pero sus campos no se ven arados ni sembrados» --le dices. «Así es» --contesta él. «Estoy labrando por fe y creyendo que Dios dará la cosecha.» «Pero, ¿no debería usted estar haciendo algo?» --replicas tú. Y él contesta: «Lo estoy haciendo. Estoy orando y creyendo.»
Esta historia me recuerda que Dios no hará la obra por nosotros. La mejor manera de servir es sembrando fielmente y regando la semilla. Luego, hay que confiar a Dios los resultados.
NOSOTROS PODEMOS SEMBRAR LA SEMILLA. SÓLO DIOS PUEDE DAR LA COSECHA.

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