lunes, 16 de junio de 2008

EL FRUTO PROHIBDO

Lectura: Romanos 7:7-13
. . . las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte. --Romanos 7:5.
En Galveston, Tejas, un hotel en la costa del golfo de México puso este letrero en todas las habitaciones:
PROHIBIDO PESCAR DESDE EL BALCÓN
Sin embargo, los huéspedes del hotel tiraban sus hilos de pescar hacia las aguas de abajo. Entonces la administración decidió quitar el letrero, ¡y la pesca cesó!
Agustín (354-430), un prominente teólogo de la iglesia primitiva, reflexionó en su propia atracción a lo prohibido. En sus Confesiones escribió: «Había un peral cerca de nuestro viñedo lleno de frutos. Una noche de tormenta, nosotros, los jóvenes bribones, nos dispusimos a robarlo. . . . Tomamos una gran cantidad de peras, no para disfrutarlas nosotros, sino para tirarlas a los cerdos, aunque comimos lo suficiente como para sentir el placer del fruto prohibido. Eran buenas peras, pero no eran las peras lo que mi despreciable alma codiciaba, pues tenía muchas mejores en casa. Las recogí sencillamente para convertirme en ladrón. . . . El deseo de robar se despertó simplemente con la prohibición de robar.»
Romanos 7:7-13 establece la verdad ilustrada por la experiencia de Agustín: la naturaleza humana es inherentemente rebelde. Tan pronto conocemos una ley, consideramos un desafío el violarla. Pero Jesús perdona nuestra violación y nos da el Espíritu Santo. Imparte un deseo y una habilidad nuevos para que nuestro mayor placer sea agradar a Dios.
SI QUIERES DOMINAR LA TENTACIÓN, DEJA QUE CRISTO TE DOMINE A TI.

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