Lectura: 1 Corintios 9:24-27
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. --1 Corintios 9:24.
Cuando mi hijo empezó su segundo año de secundaria, también comenzó su segundo año de carreras a campo traviesa. Steve empezó el año luchando por un puesto en el equipo titular, lo cual no era tarea fácil.
Implicaba correr kilómetros y kilómetros y kilómetros. Significaba levantar pesas, descansar más y comer adecuadamente (bueno, parte del tiempo). Y también significaba correr hasta que se le saliera el corazón.
Poco a poco, sus tiempos mejoraron. Luego se desgarró un músculo y tuvo que empezar de nuevo. Pero no desistió. Finalmente obtuvo un puesto en el equipo. Y para cuando corrieron la regional, Steve era el tercer corredor más rápido del equipo.
Tener metas en la vida puede darnos el propósito y el impulso para lograr algo verdaderamente valioso. Este principio es especialmente útil en nuestras vidas como creyentes en Cristo. A medida que corremos la carrera cristiana, nuestra meta es «correr de tal forma» que podamos ganar una corona imperecedera, una recompensa eterna de nuestro Salvador (1 Corintios 3:12-14; 9:24-25). Esto requiere disciplina personal, arduo trabajo y mejoría continua. Incluye un compromiso, para el cual capacita el Espíritu, de hacer lo mejor que podamos para el Señor.
Eso demanda perseverancia, esfuerzo extremo y empuje para llegar a ser cada vez más parecidos a Cristo. Sin embargo, vale la pena correr de esa forma porque el premio durará para siempre.
LOS LOGROS GRANDES REQUIEREN UNA PERSEVERANCIA GRANDE.
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. --1 Corintios 9:24.
Cuando mi hijo empezó su segundo año de secundaria, también comenzó su segundo año de carreras a campo traviesa. Steve empezó el año luchando por un puesto en el equipo titular, lo cual no era tarea fácil.
Implicaba correr kilómetros y kilómetros y kilómetros. Significaba levantar pesas, descansar más y comer adecuadamente (bueno, parte del tiempo). Y también significaba correr hasta que se le saliera el corazón.
Poco a poco, sus tiempos mejoraron. Luego se desgarró un músculo y tuvo que empezar de nuevo. Pero no desistió. Finalmente obtuvo un puesto en el equipo. Y para cuando corrieron la regional, Steve era el tercer corredor más rápido del equipo.
Tener metas en la vida puede darnos el propósito y el impulso para lograr algo verdaderamente valioso. Este principio es especialmente útil en nuestras vidas como creyentes en Cristo. A medida que corremos la carrera cristiana, nuestra meta es «correr de tal forma» que podamos ganar una corona imperecedera, una recompensa eterna de nuestro Salvador (1 Corintios 3:12-14; 9:24-25). Esto requiere disciplina personal, arduo trabajo y mejoría continua. Incluye un compromiso, para el cual capacita el Espíritu, de hacer lo mejor que podamos para el Señor.
Eso demanda perseverancia, esfuerzo extremo y empuje para llegar a ser cada vez más parecidos a Cristo. Sin embargo, vale la pena correr de esa forma porque el premio durará para siempre.
LOS LOGROS GRANDES REQUIEREN UNA PERSEVERANCIA GRANDE.
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