Lectura: Lamentaciones 3:1-9,24
El Señor es mi porción --dice mi alma-- por eso en Él espero. --Lamentaciones 3:24.
A una madre le dijeron que su hijo había muerto en un accidente de trabajo. En ese momento, su vida se inundó de lágrimas. En otra familia, un repentino ataque cardíaco le arrebató a su esposo a una mujer, dejándola sola para enfrentar la vida. ¡Más lágrimas! Vivimos en un mundo que llora.
El libro de Lamentaciones fue escrito por Jeremías, al cual se le llama el profeta llorón. Los ciudadanos de Judá habían sido tomados cautivos (1:3); Jerusalén estaba en ruinas (2:8-9); el pueblo estaba menesteroso (2:11-12); su sufrimiento era increíblemente horrible (2:20); y el profeta lloraba continuamente (3:48-49). Sin embargo, Jeremías aun así afirmaba las misericordias, compasión y fidelidad de Dios. Desde lo profundo de su ser su alma decía: «El Señor es mi porción, por eso en Él espero» (3:24).
¡Qué realismo había en esas palabras saturadas de lágrimas! Es la realidad de que el llanto y las lamentaciones no necesariamente reflejan una fe débil ni falta de confianza en Dios. Algunos de nosotros podríamos pensar que un cristiano debe sentirse gozoso incluso cuando el corazón está destrozado, o al menos tratar de aparentarlo. Pero la experiencia de Jeremías refuta eso. Las lágrimas son parte natural de la vida de un cristiano. Gracias a Dios, un día en la gloria, nuestro bendito Salvador las secará todas (Apocalipsis 21:4).
SI LOS OJOS NO TUVIERAN LÁGRIMAS, EL ALMA NO TENDRÍA ARCO IRIS.
El Señor es mi porción --dice mi alma-- por eso en Él espero. --Lamentaciones 3:24.
A una madre le dijeron que su hijo había muerto en un accidente de trabajo. En ese momento, su vida se inundó de lágrimas. En otra familia, un repentino ataque cardíaco le arrebató a su esposo a una mujer, dejándola sola para enfrentar la vida. ¡Más lágrimas! Vivimos en un mundo que llora.
El libro de Lamentaciones fue escrito por Jeremías, al cual se le llama el profeta llorón. Los ciudadanos de Judá habían sido tomados cautivos (1:3); Jerusalén estaba en ruinas (2:8-9); el pueblo estaba menesteroso (2:11-12); su sufrimiento era increíblemente horrible (2:20); y el profeta lloraba continuamente (3:48-49). Sin embargo, Jeremías aun así afirmaba las misericordias, compasión y fidelidad de Dios. Desde lo profundo de su ser su alma decía: «El Señor es mi porción, por eso en Él espero» (3:24).
¡Qué realismo había en esas palabras saturadas de lágrimas! Es la realidad de que el llanto y las lamentaciones no necesariamente reflejan una fe débil ni falta de confianza en Dios. Algunos de nosotros podríamos pensar que un cristiano debe sentirse gozoso incluso cuando el corazón está destrozado, o al menos tratar de aparentarlo. Pero la experiencia de Jeremías refuta eso. Las lágrimas son parte natural de la vida de un cristiano. Gracias a Dios, un día en la gloria, nuestro bendito Salvador las secará todas (Apocalipsis 21:4).
SI LOS OJOS NO TUVIERAN LÁGRIMAS, EL ALMA NO TENDRÍA ARCO IRIS.
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