Lectura: Salmo 62
. . . derramad vuestro corazón delante de Él; Dios es nuestro refugio. --Salmo 62:8.
Uno esperaría que el rey David estuviera sumamente disgustado porque sus enemigos estaban maquinando destronarlo. Sin embargo, en el Salmo 62, David testificó que su alma estaba tranquila y confiada delante de Dios. ¿Cómo era esto posible en medio de tal confusión? El versículo 8 ofrece una pista, pista que yo descubrí por mí misma hace varios años.
Acababa de regresar a la casa, agotada, sola y al final de mis fuerzas. Cuando empecé a mencionar mis calamidades delante de Dios, de repente me detuve y dije: «Padre, perdóname. Te estoy tratando como a un consejero.» Pero el torrente de palabras siguió y luego expresé la misma disculpa. Entonces el Espíritu de Dios me susurró dentro de mí: «Yo soy tu Gran Consejero.»
¡Por supuesto! ¿Acaso no había Él, el Creador de mi constitución física y espiritual, creado también la parte emocional de mí? ¡Qué razonable era, pues, desplegar mis precariedades delante de Él! Entonces vino su consejo consolador y correctivo, ministrado hábilmente por el Espíritu Santo a través de Su Palabra.
Mis problemas no se evaporaron, pero igual que David, pude descansar en Dios solamente. Estaba otra vez en paz.
No vaciles nunca en derramar tu corazón delante de Dios. En tu día de angustia descubrirás que la oración es la ruta más corta entre tu corazón y el de Dios.
CUANDO DERRAMAMOS NUESTRO CORAZÓN DELANTE DE DIOS, ÉL LO LLENA DE PAZ.
. . . derramad vuestro corazón delante de Él; Dios es nuestro refugio. --Salmo 62:8.
Uno esperaría que el rey David estuviera sumamente disgustado porque sus enemigos estaban maquinando destronarlo. Sin embargo, en el Salmo 62, David testificó que su alma estaba tranquila y confiada delante de Dios. ¿Cómo era esto posible en medio de tal confusión? El versículo 8 ofrece una pista, pista que yo descubrí por mí misma hace varios años.
Acababa de regresar a la casa, agotada, sola y al final de mis fuerzas. Cuando empecé a mencionar mis calamidades delante de Dios, de repente me detuve y dije: «Padre, perdóname. Te estoy tratando como a un consejero.» Pero el torrente de palabras siguió y luego expresé la misma disculpa. Entonces el Espíritu de Dios me susurró dentro de mí: «Yo soy tu Gran Consejero.»
¡Por supuesto! ¿Acaso no había Él, el Creador de mi constitución física y espiritual, creado también la parte emocional de mí? ¡Qué razonable era, pues, desplegar mis precariedades delante de Él! Entonces vino su consejo consolador y correctivo, ministrado hábilmente por el Espíritu Santo a través de Su Palabra.
Mis problemas no se evaporaron, pero igual que David, pude descansar en Dios solamente. Estaba otra vez en paz.
No vaciles nunca en derramar tu corazón delante de Dios. En tu día de angustia descubrirás que la oración es la ruta más corta entre tu corazón y el de Dios.
CUANDO DERRAMAMOS NUESTRO CORAZÓN DELANTE DE DIOS, ÉL LO LLENA DE PAZ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario