Lectura: 1 Juan 2:15-17
No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. --1 Juan 2:15.
Me encontraba en una conferencia para dirigir un seminario. También había otros oradores, incluyendo un bien conocido líder cristiano cuyo seminario era a la misma hora que el mío. Cuando el director de la conferencia anunció las reuniones, apremió a tanta gente como le fue posible para que asistieran al seminario del bien conocido orador, y dijo: «Es un gran honor tenerlo aquí.»
Yo pensé: Probablemente pasé la misma cantidad de tiempo preparando mi presentación. Estoy empleando tiempo que podría estar pasando con mi familia para estar aquí. ¿Y ahora el director de la conferencia le dice a todo el mundo que vaya a otro seminario? ¿De qué se trata todo esto?
Me sentí humillado, herido y enojado. Pero mientras caminaba hacia el salón para empezar mi seminario, el Espíritu Santo me convenció de que estaba reaccionando con orgullo y envidia. También me recordó que Él dirigiría a la gente que Él quería que estuviera allí. Le pedí al Señor que me perdonara por los «celos amargos y ambición personal» que había en mi corazón (Santiago 3:14).
A veces tenemos contratiempos espirituales porque somos culpables de pensar mal. Nos dejamos atrapar por el orgullo y el egocentrismo mundanos (1 Juan 2:16). Si esto sucede significa que tenemos un importante trabajo espiritual que hacer. Debemos arrepentirnos, confesar nuestro orgullo a Dios, y pedir Su perdón.
No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. --1 Juan 2:15.
Me encontraba en una conferencia para dirigir un seminario. También había otros oradores, incluyendo un bien conocido líder cristiano cuyo seminario era a la misma hora que el mío. Cuando el director de la conferencia anunció las reuniones, apremió a tanta gente como le fue posible para que asistieran al seminario del bien conocido orador, y dijo: «Es un gran honor tenerlo aquí.»
Yo pensé: Probablemente pasé la misma cantidad de tiempo preparando mi presentación. Estoy empleando tiempo que podría estar pasando con mi familia para estar aquí. ¿Y ahora el director de la conferencia le dice a todo el mundo que vaya a otro seminario? ¿De qué se trata todo esto?
Me sentí humillado, herido y enojado. Pero mientras caminaba hacia el salón para empezar mi seminario, el Espíritu Santo me convenció de que estaba reaccionando con orgullo y envidia. También me recordó que Él dirigiría a la gente que Él quería que estuviera allí. Le pedí al Señor que me perdonara por los «celos amargos y ambición personal» que había en mi corazón (Santiago 3:14).
A veces tenemos contratiempos espirituales porque somos culpables de pensar mal. Nos dejamos atrapar por el orgullo y el egocentrismo mundanos (1 Juan 2:16). Si esto sucede significa que tenemos un importante trabajo espiritual que hacer. Debemos arrepentirnos, confesar nuestro orgullo a Dios, y pedir Su perdón.
SI NO SOMOS HUMILDES VAMOS A TROPEZAR.
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