martes, 29 de octubre de 2013

«NADIE PUEDE QUITARNOS LO QUE HEMOS DISFRUTADO»

Durante dieciocho meses pasearon por casi todo el mundo. Viajaron en líneas aéreas, barcos de lujo y trenes de primera. Se alojaron en grandes hoteles y compraron de todo en famosas tiendas. Todo esto lo hacían a la moderna, pagando con tarjetas de crédito. Es decir, hasta que regresaron a Nueva York y fueron arrestados. Porque John y Mary Tillotson eran ladrones.
Habían andado de turistas por casi dos años con falsas tarjetas de crédito, robando tarjetas descuidadas y usándolas como si fueran suyas luego de cambiar de identidad. Cuando las autoridades los interrogaron, la muchacha descaradamente dijo: «Nos agarraron, pero nadie puede quitarnos lo que hemos disfrutado.»
El manifestar semejante desvergüenza seguramente enfurece al que posee valores morales, como lo son la decencia, la integridad, la rectitud, la justicia, la nobleza y la honradez. ¿Qué sucede con nuestras disciplinas? ¿Desde cuándo es aceptable engañar? ¿Cuándo dejó de ser malo mentir, robar, falsificar y sobornar? ¿Dónde está la virtud que nos legaron nuestros antepasados?
Es increíble notar cómo nuestra sociedad está dándole vuelta a todo. A lo blanco lo llama negro, a lo malo, bueno, a lo injusto, honrado, y a lo infame, ejemplar. Es por esa disposición tergiversada que una patinadora le quiebra la pierna a su contrincante, o que un dueño de empresa, para cobrar el seguro, le prende fuego a su propiedad, o que un empleado le roba al que le ha dado trabajo, o que un funcionario público olvida lo que significa ser honrado.
Tanto nos hemos alejado de virtudes sanas y de prácticas nobles que ni cuenta nos damos de que nuestras desgracias se deben a la semilla corrupta que estamos sembrando. Decimos que la moralidad pertenece a otra época, que vivimos en tiempos en que nada es bueno ni malo de por sí, pero no nos damos cuenta de que nuestro fracaso se debe a que no nos ceñimos a las leyes morales de Dios. La ley de la cosecha, que dice: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7), ha quedado en el olvido.
Para no destruirnos del todo, necesitamos volver a buscar a Dios. Son las leyes absolutas de Dios las que nos guían hacia la salud y el bienestar. No tenerlas en cuenta es disponer nuestra propia ruina. Volvamos a Dios. Regresemos a los valores divinos. No sigamos destruyéndonos.
Cuando Jesucristo entra a vivir en nuestro corazón, Él lo cambia por completo. Vemos, entonces, lo bueno como bueno y lo malo como malo. Abrámosle nuestro corazón a Cristo. Dejémoslo entrar. Él quiere darnos nueva vida. Él enderezará nuestros pasos.
Hermano Pablo

VOLVER A EMPEZAR

Volver a empezar no es sencillo pero es posible, solo se necesita dar un paso de tal manera que podamos enfrentar todo lo que nos espera, con entusiasmo y alegría.
Para volver a empezar debes:
Amarte a ti mismo.
Proverbios 19:8 Adquirir sabiduría es amarse a uno mismo;
los que atesoran el entendimiento prosperarán
El amarse es muy importante ya que nada podremos hacer sin valorarnos y tampoco sin creer en nosotros mismos, que somos capaces de enfrentar las circunstancias, este no es un pensamiento humanista ni mucho menos de motivación. Es sabio valorarnos y nos dará el éxito que esperamos en los nuevos comienzos.
Reconocer los errores / Pecados.
Salmo 32:5 Finalmente te confesé todos mis pecados
y ya no intenté ocultar mi culpa.
Me dije:«Le confesaré mis rebeliones al Señor »,
¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció
No habrá nuevo comienzo mientras no reconozcamos lo que hemos hecho mal, este es un principio fundamental para poder producir un cambio. Si no reconocemos, no podremos avanzar, nos quedaremos en las formas antiguas.
Lo dice la palabra cuando nosotros pecamos, el confesar y reconocer es el primer acercamiento a Dios y el perdón. Con este paso declara el salmista que desapareció la culpa que el cargaba.
Cuando tenemos que empezar de nuevo esta claro que si no reconocemos en lo que nos equivocamos vamos a repetir una y otra vez lo mismo.
Romper el pensamiento de dar vuelta atrás.
Filipenses 4:13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece
No debes permitir que fácilmente puedas capitular en tu propósito. NO HAY VUELTA ATRAS, es como abrir una puerta y cerrarla y tirar la llave lejos.
La palabra dice claramente Todo lo puedo en Cristo y cuando dice todo lo puedo se refiere a que vamos a vencer, debemos desechar el pensamiento que nos tira a abandonarlo todo y seguir sin titubear, vamos a llegar a le meta que deseamos.
Sumar a quienes te aman.
Hebreos 10:24 Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca
Debes permitir que aquellos que te aman te apoyen y dejarte apoyar por ellos.
Nuestros seres amados ya sean parientes o hermanos en Cristo son un apoyo muy valioso en la ora de empezar de nuevo, debemos darles a ellos la oportunidad de que con su ayuda nos brinden apoyo en el momento necesario y no alejarnos. La Biblia dice y leímos que dejar de congregarse no es bueno, claro que por medio de nuestra unión recibimos el estímulo necesario.
Finalmente volvamos a empezar:
En Cristo podemos ser nuevas criaturas, Cristo hace nueva todas las cosas.
2 Corintios 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas
Te animo a confiar y a cambiar, tu puedes.
Pastor
José Luis Malnis

martes, 22 de octubre de 2013


EL ARADO ABLANDA

Don Roberto, hombre muy rico, tenía de todo en abundancia. Podía comprar lo que se le antojara. Una tarde tomó en sus brazos a Margarita, su pequeña hija de diez años de edad, y después de juguetear con ella por un momento le preguntó:
—¿Has pensado en lo afortunada que eres por ser hija del hombre más rico de esta ciudad?
—Sí, papá, todos te envidian. ¡Cómo quisieran tener ellos tu felicidad!
Todo le iba bien a don Roberto. Pero la vida tiene sus giros imprevistos, y a los pocos meses Margarita murió en un horrible accidente. Esto era más de lo que Roberto podía sobrellevar, así que se dio a la bebida, al juego y a la vida licenciosa. Con el tiempo perdió todos sus bienes.
Quebrantado de espíritu, dejó la ciudad donde había sido tan popular, y se fue peregrinando en busca de paz y consuelo.
Al pasar por una población, vio que un hombre revolvía el trigo con una gran pala.
—¿Por qué no dejas en paz esos granos? —le preguntó.
—Para que no se pudran —fue la respuesta.
Pasando luego por un campo, vio a otro que araba la tierra con una reja muy aguda.
—¿Por qué cortas tan profundo la tierra? —inquirió.
—Para que sea más blanda, y así se empape bien de lluvia y sol —respondió el campesino.
Mientras pasaba por un viñedo, observó que un obrero cortaba, con tijeras, los sarmientos de las matas.
—Amigo —preguntó Roberto—, ¿por qué atormentas esos sarmientos?
—Para que den una cosecha buena y abundante —contestó el obrero.
Don Roberto se quedó muy pensativo. Caminó hacia la soledad de un bosque cercano, cayó de rodillas, alzó reverentemente los ojos al cielo y exclamó: «¡Señor mío!, yo soy el trigo que has revuelto para que no me pudra. Soy la tierra que has cortado para que me vuelva blando. Y soy el sarmiento que has podado para que dé buen fruto. Ayúdame a someterme a tu mano fuerte para llegar a ser el siervo útil que Tú quieres que sea.»
Don Roberto comprendió que los golpes de la vida producen madurez, fuerza y gracia, y una verdadera paz inundó todo su ser. A pesar de haberlo perdido todo, llegó a comprender que podía ser un hombre verdaderamente feliz.
Feliz es la persona que en medio de la disciplina aprende su lección. La Biblia declara que todas las cosas les ayudan a bien a los que a Dios aman. Pidamos de Dios esa clase de fe, y veremos que cuanto más oscura es la noche, más glorioso es el amanecer. Cristo quiere ser nuestro compañero de viaje en nuestro peregrinaje por este mundo.
Hermano Pablo

miércoles, 16 de octubre de 2013

«¿SERÁ ESTO EL FIN DE TODO?»

El museo atraía un gran número de personas. La atracción eran las figuras de cera que representaban las supuestas etapas evolutivas del hombre desde sus primeras apariciones en el globo terrestre, millones de años atrás. Fue el deleite, al principio, de todos los partidarios de la evolución.
Éstas comenzaban con el famoso australopitecus, el antepasado más primitivo del hombre. Luego, subiendo en la escala de la evolución, estaba el hombre de Neanderthal. Posteriormente, el hombre Cromagnon, y así hasta llegar al Homo Sapiens, una magnífica figura del hombre actual, atlético y buen mozo.
Sin embargo, a partir de ahí las figuras comenzaban a mostrar una declinación alarmante, siendo la etapa final una lápida con la palabra «SIDA», y junto a esa lápida una leyenda que decía: «¿Será esto el fin de todo?» El hombre ha llegado a la cúspide de su desarrollo físico e intelectual, y ahora se comienza a ver una declinación ominosa y fatal.
Lo cierto es que nadie puede negar la existencia del mal. Como prueba tenemos las cárceles, los manicomios y los hospitales. Cada día hay más estafas, más escándalos financieros, más desfalcos industriales. Y hay cada vez más gente en los consultorios psiquiátricos, más matrimonios destruidos, más abortos, más divorcios y más tumbas para jóvenes, todavía en la primavera de su vida.
A todo esto, y siempre en aumento, se ha sumado la plaga máxima, el SIDA, enfermedad mortal estrechamente relacionada con el desenfreno sexual. Con razón el museo de cera hace la pregunta: «¿Será esto el fin de todo?»
No obstante, ni el SIDA ni ninguna otra calamidad universal pueden ser el fin de todo. Es que el hombre no es producto de la evolución; es creación de Dios. Y a pesar de que el hombre ha optado por hacer caso omiso de las leyes morales y espirituales de Dios, trayendo sobre sí todos los males de la familia humana, Dios tiene un plan para cada uno, y el que se someta a su divina voluntad no tiene que sufrir el fin fatal que presagia el museo.
Dios no quiere el aniquilamiento de la humanidad. Él no la creó para que se destruya a sí misma, sino para que triunfe. Él quiere verla en victoria aquí sobre esta tierra y en su traslado a la gloria eterna. Para eso vino Jesucristo al mundo: para traer redención y vida eterna. Creamos en Jesucristo y recibamos esa vida eterna gratuita, perfecta y segura. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.
Hermano Pablo

martes, 15 de octubre de 2013

viernes, 11 de octubre de 2013


ÍDOLOS

“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.”
Proverbios 4:23

Cuando escuchamos la palabra “ídolo” los cristianos inmediatamente evocamos al becerro de oro que el pueblo de Israel se hizo en ausencia de Moisés durante su peregrinación por el desierto. También pensamos en el paganismo y su adoración a dioses falsos; el culto a las cosas creadas por Dios, los astros, la naturaleza misma.

Muchos nos han advertido del dios de este siglo: el dinero y nos han inculcado no rendirnos ante él sino buscar el verdadero valor de las cosas en lo simple y sencillo, en lo despreciado y dejado de lado.

La definición de ídolo en su concepto más amplio incluye a todo aquello que ocupe el lugar de Dios.

Los profetas del Antiguo Testamento denunciaron enérgicamente siglo tras siglo cualquier actitud del pueblo de Dios que lo llevara a depositar su afecto o su confianza en algo distinto del Señor.

La Biblia nos relata como las grandes potencias de la época: Asiria, Egipto, Babilonia, se habían convertido de manera sutil en dioses e ídolos para Israel, pues veían en ellos, y en las alianzas estratégicas que podían pactar, la seguridad, la protección y la provisión que no estaban dispuestos a esperar del Dios verdadero.

Los objetos de nuestra idolatría, es decir aquello en lo que depositamos nuestra confianza y de quien esperamos recibir algo anhelado carecen de carácter divino en sí mismos, constituyen realidades neutrales, indiferentes. Adquieren su carácter de ídolo a partir de la actitud del corazón del hombre, que les atribuyen características que sólo le pertenecen a Dios.

¿Quién otro sería el sustentador de Israel, el protector, la roca firme, el refugio sino el mismo que los sacó de Egipto? Si el pueblo podía salir airoso de la dificultad presente la atribuirían entonces a la intervención de otros “dioses”, no a la del Señor. Tal necedad tuvo un alto precio para Israel.

¿Qué cosas ocupan hoy el lugar de Dios en tu vida? ¿Cuál es tu punto de apoyo y lugar de refugio? ¿Cuáles son tus alianzas estratégicas? ¿Tal vez un nuevo socio comercial, tu carrera universitaria, un nuevo trabajo, un médico y su nueva medicina, la asignación de un crédito, el esposo ideal para compartir la vida, la llegada de un hijo que se demora? En otras palabras, ¿en dónde tienes puesto tu corazón?

Hagamos una clara distinción entre cosas y situaciones, neutrales en sí mismas, de la actitud del corazón humano que las convierte en ídolos.

No hay nada de malo en expandir tu negocio, en elegir y seguir una carrera universitaria, desear un nuevo trabajo, paliar la enfermedad del cuerpo con las posibilidades que brinda la ciencia médica, tomar un crédito responsable para construir la vivienda familiar o iniciarse comercialmente, tampoco en buscar un compañero para la vida y anhelar la llegada de un hijo. Pues en todas estas cosas, de maneras diferentes para cada uno, podemos glorificar, alabar y servir a Dios. Pero seamos astutos en vigilar constantemente las intenciones de nuestro corazón, la actitud de fondo, muchas veces inconsciente y escondida que hace que estas cosas, ni buenas ni malas, se conviertan en el depósito de nuestra seguridad y confianza, se erijan en ídolos que tarde o temprano demandarán de nosotros sus víctimas y ofrendas.

Los dioses no existen, es el corazón del hombre el que les da vida.

“Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca.”
Mateo 15:11