«Ahora te toca el turno a ti, cuate.» La frase, trivial y amistosa,
la expresó así, desaprensivamente y entre risas. Y tanto José Hernández
Rodríguez, policía de la ciudad de México, como también sus compañeros
policías, se rieron.
No se trataba de un turno para tomar un trago más. Ni era un turno
para echar de nuevo los dados. No era turno tampoco para poner en
marcha el auto policial y salir a hacer un recorrido nocturno. El turno
para José, hombre casado de treinta y cuatro años de edad y con cinco
hijos, era el de jugar a la ruleta rusa. Y él, creyendo todavía que era
algo divertido, se puso el arma en la sien y disparó.
No hace falta terminar la crónica. José Hernández Rodríguez,
policía de México, murió jugando a la ruleta rusa con el arma de la
repartición, en medio de sus compañeros. Lo que lo movió a entrar al
juego mortal con esa desastrosa consecuencia, para él y para su
familia, fue la frase: «Ahora te toca el turno a ti, cuate.»
Así procede el maligno cuando busca destruir una vida. Se acerca
al oído de un jovencito de doce años y le dice: «Ahora te toca el turno
a ti; ¡aprovéchalo!» Y el chico, sin saber que la consecuencia lo
destruirá, da su primera aspirada de cocaína. Se acerca al oído de la
jovencita incauta y le dice: «Ahora te toca el turno a ti, linda.» Y la
chica accede a probar lo que es el amor, con la desastrosa
consecuencia de un embarazo a los catorce años, que la deja manchada y
confundida el resto de su vida.
Se acerca al oído del atildado y respetado caballero, gran hombre
de negocios, y le dice insidiosamente: «Ahora te toca el turno a ti,
hombre; ¿qué esperas?» Y el caballero entra en el negocio sucio
pensando hacer millones, y lo que saca es un proceso por estafa, y la
ruina física, económica y moral.
La tentación siempre hace el mismo juego y casi siempre sale bien.
Pone una oportunidad de desliz ante una persona cualquiera y le dice:
«Ahora te toca a ti.» Y esa sola frase, aun en voz queda, tiene la
fuerza de un Iguazú.
Sin embargo, entre las voces que arrastran al ser humano, no todas
lo llevan a la derrota. Cristo también se acerca a cada persona y le
dice: «Ahora te toca a ti.» Y es como si dijera: «Esta es la
oportunidad de cambiar el rumbo de tu vida, de enmendar tus caminos, de
regenerarte por completo, de ser una nueva persona.»
Jesucristo le da sentido a la vida. Él le da propósito a nuestra
existencia en esta tierra. Y nos dice con urgencia: «Ahora te toca a
ti. Reconcíliate conmigo. Hazlo ahora, ahora mismo.» No rechacemos el
llamado de Dios. Él desea poner en orden todo lo negro y confuso de
nuestra vida. Entreguémosle nuestro corazón.
Hermano Pablo