jueves, 2 de enero de 2014


LA CUBIERTA DE UN LIBRO


“Por lo cual, entrando en el mundo (Cristo) dice:
    Sacrificio y ofrenda no quisiste;
    Mas me preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad,
Como en el rollo del libro está escrito de mí.”
Hebreos 10:5-7

Respecto de esta cita, la versión antigua de la traducción Reina Valera dice «En la cabecera del libro está escrito de mí» aludiendo posiblemente a la cubierta de los libros, que por aquel entonces se escribían en forma de rollos, y darían título a la vida del Siervo del Señor: “Mi delicia es hacer Tu voluntad, oh Dios mío”.
Esto me lleva a reflexionar sobre el título que tendría el libro de mi vida, ¿qué se lee sobre mi cubierta? ¿Qué título espera encontrar Dios en ella?
El autor de la carta a los Hebreos dice que entrando al mundo Cristo dijo de sí mismo: “He aquí,vengo, Dios, para hacer tu voluntad”.
La cubierta del libro del Hijo de Dios tiene dos ideas centrales expresadas por medio de una acción: “vengo” y un objeto: “para hacer tu voluntad”, que concentran la razón y la misión del Señor Jesucristo en su paso por este mundo, viviendo entre los hombres, desde su concepción virginal hasta su ascensión a los cielos.
La primeras hojas relatan sobre el nacimiento, un pesebre, el niño en brazos de su madre, pastores adorando, ángeles cantando. El nacimiento es la primera consecuencia del “vengo”, implicó para el Padre prepararle a su Hijo un cuerpo, cual planta tierna que hunde sus raíces en la tierra seca (Isaías 53:2), e implicó para el Hijo el despojarse, el renunciar a lo que era suyo y tomar naturaleza de siervo, presentándose como un hombre cualquiera (Filipenses 2:7).
La acción de venir del Hijo tiene una razón sujeta al Padre: “Para hacer tu voluntad”, voluntad de Dios que revela un deseo irrevocable en el corazón del Padre, deseo totalmente compartido por el Hijo y especialmente probado en las últimas páginas del libro: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42)
Los que lo vieron caminar por las calles polvorientas de su pueblo, los que lo escucharon hablar y enseñar, los que gustaron de su compañía y mansedumbre, los que viajaron y comieron junto a él, los que presenciaron sus milagros y experimentaron en carne propia su poder, dan testimonio de la voluntad del Padre cumplida por medio del Hijo: “Y nosotros mismos hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo. 1° Juan 4:14
El deseo del corazón de Dios no pudo cumplirse sin angustia y lágrimas, sin dolor y sangre derramada.
Oprimido por el dolor y con un profundo sentimiento de desamparo el Hijo vuelca en una exclamación en su hora más difícil sobre la cruz, todo su dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46)
En estos días próximos a la navidad, volvemos a tomar el libro y hojeamos sus primeros relatos: el pesebre, el niño, los ángeles, los cánticos. Pero ninguna otra parte de la historia puede echar luz sobre la cubierta de nuestro propio libro como lo hace el final de la historia. El niño del pesebre nació para cargar con nuestros sufrimientos, para soportar nuestro propios dolores, para ser traspasado a causa de nuestra rebeldía, atormentado a causa de nuestras maldades, para morir por los nuestros pecados y ser sepultado entre gente perversa, a pesar de que nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca (Isaías 53: 4-9).
Esta navidad permítete conocer la historia hasta el final. Toma posición sobre el relato completo y clama a Dios por fe para creer, toma la pluma y escribe sobre tu propio libro el título que corresponde a uno que ha creído y vive conforme a Aquél que te hizo nuevo, que te dio vida y que volverá por ti.
“Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios.” Juan 1:12
Que en tu libro todos puedan leer “Hecho hijo de Dios” y que al leer tus páginas puedan encontrar ejemplo de lo que es andar conforme al privilegio al que has sido llamado.

UN SOLO VIAJE MÁS

Durante treinta años había manejado por la misma ruta. Durante treinta años había guiado el autobús por en medio de rectas, curvas y barrancos. Treinta años sus férreas manos habían empuñado el volante, y treinta años había llevado y traído pasajeros en la ruta de Granada-Málaga, reino de España.
Pero con treinta años de trabajo, José Mancera Sánchez, de cincuenta y nueve años de edad, podía jubilarse. No tenía que seguir esa cansada y monótona tarea. Su pensión de jubilación sería menos que su salario si seguía trabajando, pero con algunos ahorros que había hecho, podría subsistir.
Quiso, sin embargo, hacer un último viaje. Sería su viaje de despedida. «Me jubilaré —había dicho— después de este último viaje.» Pero ese fue, en efecto, su último viaje. José Mancera Sánchez se desmayó en el volante, y el autobús, con cuarenta y un pasajeros a bordo, se precipitó a un barranco de veinticinco metros de profundidad. Hubo muchos heridos, y perdieron la vida Mancera y cinco pasajeros más.
¿Cuántas cosas nos ocurren por querer hacer «un viaje más»? ¿Y cuántas veces el sentido de la prudencia y la voz de la conciencia se unen para gritarnos: «¡Basta ya!, es hora de dejar eso»? Pero atenuamos ese grito convencidos de que es «una sola vez más».
¿Cuántas veces no ha ocurrido que un hombre lleno de alcohol insiste en tomar una sola copa más, y es esa copa la que le causa el accidente fatal? Así le pasa al joven que anda en el narcotráfico e insiste en hacer un solo negocio más, y es esa última venta la que lo manda a la prisión federal.
¿Y qué del «caballero» que, enredado en un amor prohibido, siente la voz de la conciencia que le dice: «Deja eso de una vez», pero sigue entregándose al gusto de la seducción, y ese último gusto resulta en su ruina? Por insistir en «una aventura más» sufre la total destrucción de su hogar.
Es importante aclarar que no es sólo el último pecado el que destruye. Toda infracción destruye. Pero cuando insistimos al extremo, no sólo perdemos años de tranquilidad, sino que ese último desenfreno puede costarnos la vida.
Reaccionemos ahora mismo antes que nuestra desmesura nos corte la existencia. Busquemos la ayuda de Dios. Jesucristo ofrece librarnos de toda senda resbaladiza, de todo precipicio siniestro y de toda costumbre mortal. Él quiere darnos la sensatez, la conciencia y la razón necesarias para no caer nunca en el mal. Cristo es el único Salvador que tenemos, nuestro único Maestro y Guía. Permitámosle que sea no sólo un verdadero amigo como ningún otro, sino también el único Piloto de nuestra vida.
Hermano Pablo

lunes, 16 de diciembre de 2013

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA EDAD FATAL PARA LA FAMILIA PLATERO

Manlo Platero miró el pastel de cumpleaños: un lindo pastel, cargado con cincuenta velitas. Estaba ya por soplar y apagarlas todas, mientras la familia y los invitados cantaban «Cumpleaños Feliz», pero antes quiso decir unas palabras.
«He llegado a la edad fatal en mi familia —expresó Manlo—. Quiero brindar por la última noche de sueño profundo y completo que tendré en mi vida.» Dicho esto, sopló las velas y todas se apagaron al instante.
¿Qué quería decir con esas palabras? Manlo Platero, italiano, pertenecía a una familia que, desde 1822, había visto morir de insomnio y falla del corazón, poco después de cumplir los cincuenta años de edad, a casi todos sus varones. «Nadie sabe a qué se debe —explicó el doctor Stefano Albertazzi, de Roma, Italia—, pero todos los hombres de esa familia sufren el mismo triste destino.»
He aquí un caso curioso. Los varones de la familia Platero, no bien cumplían cincuenta años, contraían una severa forma de insomnio que en poco tiempo los mataba. Durante más de 170 años habían sufrido lo mismo, y la familia entera está resignada. «Dios trabaja en forma misteriosa —decían ellos—; ya que sabemos que pasados los cincuenta años moriremos pronto, queremos vivir en plenitud.»
Este caso suscita la pregunta: ¿Qué puede o debe hacer una persona que sabe, positivamente, que dentro de un año —365 días— morirá?
Unos dirán: «Ya que me queda poca vida, voy a vivir intensamente, bebiendo hasta las heces la copa del placer.» Pero otros dirán: «Voy a tratar de ganar la mayor cantidad de dinero posible para dejarle algo a mi familia»; o: «Voy a portarme mejor para dejar el mejor ejemplo posible a mis hijos»; o: «Voy a tratar de encontrar a quienes he ofendido para pedirles perdón;» o: «De aquí en adelante voy a ser mejor seguidor de Cristo.»
Lo cierto es que esos buenos deseos que todos tendríamos, si supiéramos que en un año íbamos a morir, pueden ser parte integral de nuestra vida ahora mismo. No es necesario cambiar nada. Podemos estar en completa paz y armonía con nosotros mismos, con nuestra familia, con nuestros semejantes y con Dios. Y podemos, en todo momento de la vida, estar preparados para la muerte. No tenemos que cambiar nada.
¿Cómo ocurre eso? Sometiendo nuestra vida al señorío de Cristo. Cuando estamos bien con Dios, lo estamos con todos. Cuando Cristo es nuestro Dueño, la muerte no nos asusta. Coronemos a Cristo, hoy mismo, Rey de nuestra vida, y disfrutaremos de la insondable paz y seguridad de Dios.

HERMANO PABLO