domingo, 24 de junio de 2012

POR EL VALOR DE UN JOVEN

La temperatura era helada: diez grados bajo cero. El viento era fuerte: cuarenta kilómetros por hora. No era tiempo propicio para esquiar. Pero la señora Chris Bailey quiso de todos modos subir a la montaña. Así que llevó a su pequeña hija, Ángela, de cinco años, y las dos subieron al telesquí y empezaron el ascenso.
A la mitad del trayecto, y a veinte metros de altura, la silla en que subían perdió un soporte. La niña se desprendió de la madre y quedó colgando, sostenida de un solo brazo. La tragedia era inminente. Cinco minutos más, y la niña caería del telesquí.
Fue entonces que intervino Samuel Durán, valiente joven de diecisiete años. Trepó como un gato por los hierros de la torre de sostén, se aferró del cable y, desollándose las manos con los alambres, bajó diez metros hasta donde colgaba la niña, y la salvó. La madre, agradecida, expresó su sentimiento con una oración: «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.»
Esta cuasi tragedia, que no llegó a ser, ocurrió en las montañas de Utah, al comienzo del invierno de 1990. Fue notable la decisión de Samuel Durán de trepar hasta la torre de sostén del cable, deslizarse por el cable mismo, y cobrar fuerza suficiente para rescatar a la pequeña.
Y la expresión de la madre tenía su razón de ser. «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.» Porque Samuel era un joven tímido, apocado. No había sobresalido ni en el deporte, ni en los estudios ni en ninguna actividad social. Sus conocidos lo habían tenido siempre por «poca cosa».
Pero nadie sabe cuánto puede obrar el poder de la voluntad cuando ésta se necesita. Samuel sintió con urgencia que la salvación de Ángela dependía sólo de él. Si él no la salvaba, la niña moriría.
Dios es esa fuerza imponderable que actúa en los seres humanos en el momento de necesidad. El hombre moderno, intelectual y complejo ha desalojado a Dios de su vida. No lo toma en cuenta, ni siquiera cuando lo necesita. Por eso vive en tensión continua, en frustración y en depresión.
Todos necesitamos con urgencia buscar a Cristo, fuente de verdad, luz y vida. Él es quien da libremente el socorro. Cristo está, ciertamente, en las páginas de la Biblia, pero está también al lado del que lo busca. Él desea ser nuestro Libertador. Permitamos que Él nos salve y nos dé su paz.

 Hermano Pablo

sábado, 23 de junio de 2012

EL ENCERRADO

Mis días son largos en esta vieja mecedora…

Ya no puedo aventurarme fuera, no me atrevo.

Mi corazón está triste, mi cuerpo, desgastado…

Ellos dicen que les importo, pero eso lo dudo.
Nadie me visita, nadie me llama…

Así que todo lo que puedo hacer es permanecer sentado, mirando las paredes.

Espero y me pregunto si sonará el teléfono…

Cuánto deseo que lo hiciera, o, cuánto cantaría mi corazón.
Tan solo un golpe en la puerta, alguien que diga hola…

Me daría tanta felicidad…

¿Pasará?

¿Antes de que muera yo?
Solía ir a la iglesia, cuando podía estar de pie…

La gente me sonreía y estrechaba mi mano.

Ellos profesaban amar y vivir por "El Libro"…

Ahora, cómo me tratan, solamente echen una mirada.
Espero que nunca lleguen a la situación en la que estoy…

Es terrible cuando está uno forzado a estar encerrado.

Los días son largos y algunas veces, también las noches…

Oro a mi Hacedor ya que sé que su amor es real.
Inclino mi cabeza y levanto mi mano,

Sé que pronto dejaré este mundo.

Yo espero mi solitario tiempo aquí en la tierra,

Porque contigo, Jesús, he nacido de nuevo.
Intento recordar, Jesús, por lo que atravesaste…

Y no guardar resentimiento pero todavía me entristece…

Recordar lo que hiciste por mí en el Calvario…

Y prometo, Señor, siempre honrarte a Ti.
Tal y como orases Tú una vez, así también lo haré yo…

Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen.

Lona Robinson, Missouri, copyright 2006
Fuente: www.motivateus.com

Cuántos son los que por ser ancianos, enfermos o presos, se sienten solos. Ya nadie los visita o siquiera los llama. Este es un buen día para acordarnos de aquellos qaue están encerrados.

Por causa de la pobreza y del hambre andaban solos; Huían a la soledad, a lugar tenebroso, asolado y desierto. Job 30:3

Para oír el gemido de los presos, Para soltar a los sentenciados a muerte. Salmo 102.20

viernes, 22 de junio de 2012

LA DIFICIL TAREA DE APRENDER


El aprendizaje es un proceso que exige una disciplina y esfuerzo. El crecimiento cristiano, de igual modo, depende de la disposición de nuestro corazón, nuestra mente, el tiempo dedicado, la importancia que le otorgamos a la voz del Padre.

Al principio estamos ávidos de buscar la verdad y el entusiasmo nos renueva las fuerzas día a día para disciplinarnos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, nos cuesta cada vez seguir aprendiendo y lo que antes nos resultaba una motivación se convierte en un sacrificio.

Por supuesto que detrás de todas nuestras debilidades hay alguien que planea la manera de ocupar nuestra mente de excusas para dejar de sentirnos culpables ante las faltas.
Podemos excusarnos eternamente, porque de hecho, no somos tan malas personas y ejercemos “no tan mal” el cristianismo… eso sí, probablemente no podemos visualizar la voluntad de Dios viviendo en una chatura.

Sabemos que no hemos sido pensados para la mediocridad pero no tenemos las agallas para pensar qué maravillosas cosas experimentaríamos si nos abandonásemos en las manos de Él.

Quizás el comienzo para comenzar a andar el camino del crecimiento espiritual sea identificar cuál resulta el enemigo que debemos enfrentar para comenzar a aprender. Las barreras del aprendizaje se erigen para impedirnos comenzar a andar ese camino.¿ Cuál es nuestro enemigo a vencer?

• No somos conscientes de nuestra ceguera. La primera tarea es reconocernos en nuestra situación. Mirar el interior y analizarnos.

• No tenemos tiempo. Es nuestra gran excusa, el caballito de batalla de todos los argumentos. No demos más rodeos: el tiempo es un recurso más de nuestras vidas que debemos administrar, es una cuestión de prioridades de nuestro corazón.

• Confundimos información con saber. A veces los estudios bíblicos resultan una fuente de datos más. El saber involucra más que el tener información. Porque yo se algo es que hago tal o cual cosa; de modo que cuando tengo internalizado un saber creo fehacientemente en él y actúo en consecuencia.

• Confundimos opinión con saber. ¿Cuántas veces hacemos hablar a la Biblia haciendo interpretaciones según nuestro parecer? Emitir opiniones acerca de lo que nosotros pensamos que Dios quiere decir está muy lejos de saber realmente qué quiere de nosotros. Esta es una conducta más común de lo que imaginamos. Pensemos en esto: frente a una controversia ¿qué solemos hacer? Seguramente opinamos del tema diciendo “Dios quiere… Dios no quiere…” y pocas veces recurrimos a la palabra y la oración para preguntar directamente a la fuente cuál es su voluntad.

• Yo no puedo. Nosotros mismos ponemos la vara de nuestro crecimiento según las aptitudes que tenemos y si la estima es baja la vara también lo será. Pero la debilidad es la materia prima preferida del Creador. ¡No se trata de lo que nosotros mismos pensamos que somos sino lo que verdaderamente podemos llegar a ser en sus manos!

• Excluimos la espiritualidad del aprendizaje. Nuestro aprendizaje es eminentemente espiritual. Podemos hacer grandes razonamientos pero la experiencia debe ser espiritual. Esto significa que lo que aprendamos debe ser transformador. Sí o sí debe tener un impacto de cambio en nuestra vida.

“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Todas la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir , para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:14 - 17

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
meryrueda

miércoles, 20 de junio de 2012

CUANDO EL TECHO SE NOS VIENE ENCIMA

El grupo de niños jugaba muy alegre. David Bertolotto, instructor de natación que tenía diecisiete años de edad, estaba dando la clase a catorce estudiantes que tenían entre cuatro y seis años de edad. Era una piscina cubierta de una Asociación de Jóvenes en Roxbury, Massachussets, Estados Unidos.
En plena clase, un crujido siniestro los hizo mirar hacia arriba. El techo de cemento, a quince metros de altura, comenzó a desplomarse. David elevó una oración rapidísima: «¡Señor, ayúdanos!», y frenéticamente empezó a sacar niños de la piscina y del edificio. Cuando hubo retirado al último, el techo cayó del todo. Un trozo de cemento le pegó a David en un lado del cráneo. No lo mató, pero le desgarró parte del cuero cabelludo.
«Cuando se hunde el piso o se desploma el techo —dijo David en el hospital—, lo mejor es clamar de inmediato a Dios.»
David tenía toda la razón. Había obtenido empleo temporal como instructor de natación de niños pequeños en esa institución. En la primera sesión había ocurrido lo inesperado. Y en ese momento terrible, su fe en Dios le había hecho, primeramente, clamar a Dios en forma instantánea, y luego disponerse animosamente al trabajo del rescate. Así salvó la vida de todos los niños.
¿Qué podemos hacer cuando el techo se nos viene encima? No el techo de un edificio sino el de nuestra vida: nuestra situación económica, nuestra condición familiar, nuestra salud, nuestras emociones. Cuando todo parece desplomarse y venírsenos encima, ¿qué podemos hacer?
Algunos salen corriendo desesperadamente, tratando de huir de la situación. Otros se sumergen en un lago de alcohol, tratando de no pensar. Otros se dan a los estupefacientes para insensibilizarse. Y otros se encierran en su problema y no tienen nada que ver con nadie. Pero nada de esto resuelve el problema. Al contrario, lo empeora.
La solución es hacer lo que hizo David Bertolotto: clamar a Cristo, fuente viva de toda ayuda, todo socorro y toda respuesta. Es fácil acudir a Cristo en cualquier emergencia de la vida cuando Cristo es nuestro amigo de todos los días, es decir, cuando vivimos acostumbrados a la oración. ¿Cómo logramos eso? Buscando su amistad, entregándole nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestra confianza. No es difícil; Cristo nos está esperando.
Hermano Pablo