sábado, 21 de abril de 2012

DORMIDO EN EL JUICIO

Fue un bostezo enorme, prolongado y sonoro. Estuvo seguido de un estirar de brazos, un suspiro y un cerrar de ojos. Y luego el hombre se durmió profunda, tranquila y totalmente, indiferente a todo lo que lo rodeaba.
Pierre Dupier, francés, de treinta y nueve años de edad, se había dormido ante un tribunal de París cuando se le juzgaba por el delito de narcotráfico. Como el hombre durmió durante todo el proceso, el juez decidió juzgarlo en otra ocasión en que estuviera despierto. «Mientras éste sufra de apnea obstructiva, la enfermedad del sueño —dijo el juez—, no se le podrá juzgar.»
He aquí a un hombre que, si se quiere, se salió con la suya. Padece una rara enfermedad, «apnea obstructiva». Cuando le da por dormir, sencillamente se queda rendido aunque disparen cañonazos a su lado. Como se durmió en el juicio, y no escuchó nada de los cargos que se le imputaban, no se le pudo juzgar.
No podemos menos que preguntarnos: ¿Cuántos hay en este mundo que, sin padecer de la enfermedad del sueño, se duermen en lo más importante de la vida? Hay hombres, por ejemplo, que parecen dormirse cuando se trata de llevar dinero a la casa para alimentar a los hijos y pagar las cuentas.
Otros, sin tener el cerebro dormido, parecen tener dormida la conciencia. Pueden cometer cualquier fechoría, cualquier delito moral, sin siquiera inmutarse. Más que conciencia dormida parecen tener la conciencia muerta.
Otros duermen profundamente sin oír el clamor de su esposa abandonada, o el llanto de sus hijitos con hambre, o el gemido de los padres ancianos que viven en la miseria. Duermen profundamente ante su deber moral, sin necesidad de alcohol, ni de droga, ni de somníferos ni de “apnea obstructiva”.
Para todos estos que duermen delante de Dios y de su responsabilidad moral, hay un texto bíblico apropiado: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). Estar dormido, sordo e inconsciente a la realidad moral de la vida es igual que estar muerto.
Debemos reaccionar y despertar del letargo moral. Tenemos que abrir los ojos y los oídos. Y debemos escuchar a Jesucristo que nos llama a una vida recta, justa, moral y limpia. Si seguimos moral y espiritualmente dormidos, nuestro sueño nos llevará a la perdición eterna.
Cristo está llamando hoy y está llamando ahora. ¡Despertemos!

Hermano Pablo

martes, 17 de abril de 2012

VUELVETE A JESUS

“Cambia la tempestad en sosiego y se apaciguan sus olas. Luego se alegran, porque se apaciguaron, y así los guía al puerto que deseaban” (Salmo 107:29-30).

Aunque los desdichados discípulos eran navegantes experimentados y habían afrontado numerosas tempestades, ahora estaban terriblemente asustados. Aterrorizados, acudieron rápidamente a su Maestro. ¿Dónde más podían ir? Que Jesús estuviera tan cerca era algo bueno. Sus gritos y súplicas lo despertaron: “¡Señor, sálvanos!”.

Si quiere aprender a orar, póngase en peligro. Cuando sienta que su vida está en juego, correrá a Cristo, el único que puede ayudar en tiempos de necesidad. Los discípulos nunca antes habían orado así. La suya era una oración viva: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”.

Habían visto suficientes milagros para saber que Jesús podía dominar cualquier situación. Creían que podía salvarlos y le rogaron que los ayudara. Aunque Cristo vino al mundo como salvador, únicamente podrá salvar a los que acudan a él. Si, por fe, usted pide la salvación que solo Cristo da, confiado, podrá acudir a él con sus necesidades cotidianas.

Los discípulos lo llamaron: “¡Señor!”, y luego rogaron: “¡Sálvanos!”. Cristo solo salvará a aquellos que estén dispuestos a reconocerlo como Señor y eso significa obedecerlo. Jesús dijo una vez: “¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).

Cuando los discípulos clamaron: “Moriremos”,reconocieron que su situación era desesperada y se dieron por perdidos. Era como si se hubieran sido sentenciados a muerte, por eso clamaron: “Si no nos salvas, moriremos; apiádate de nosotros”.

“Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: “Señor, sálvanos”, hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia el alma con Dios, calma la contienda de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. “Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégrense luego porque se reposarán; y él los guía para el puerto que deseaban” (Sal. 107:29-30)”

OLAS EN LA LAGUNA

"Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra" Colosenses 3:2
Un niño hizo un barquito de juguete y después fue a una laguna para hacerlo navegar. Mientras jugaba junto a la orilla del agua, se le escapó flotando más allá de su alcance. Angustiado, le pidió a un niño mayor que él que lo ayudara. Sin decir palabra, este recogió unas piedras y empezó a tirarlas hacia el botecito.
El niño pequeño se decepcionó mucho porque pensaba que aquel a quien había acudido para buscar ayuda estaba siendo malo con él. Sin embargo, poco después, notó que en vez de pegarle al barquito, las piedras llegaban más allá de él, y eso hacía que las pequeñas olas lo movieran en dirección a la costa. Cada lanzamiento de las piedras estaba planificado, y finalmente, el atesorado juguete regresó a las manos que lo esperaban.
A veces, parece que Dios permite que atravesemos circunstancias en la vida que nos perjudican y que no tienen sentido ni propósito, pero podemos estar seguros de que esas olas de prueba procuran acercarnos más a Él, alentarnos a poner la mira "en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Colosenses 3:2). Como somos propensos a alejarnos de Dios, Él tiene que disciplinarnos para colocarnos en el camino correcto (Hebreos 12:9-11).
¿Cómo estás reaccionando ante las dificultades de la vida? Son la manera amorosa de Dios de acercarte a Él.
Dios usa las olas de la prueba para acercarnos a Él.