domingo, 18 de marzo de 2012

MI CORAZON, CASA DE DIOS

Lectura: Juan 14:19-31.
"... vendremos a él, y haremos morada con él" Juan 14:23
Conocí a una mujer que arreglaba su casa todas las noches antes de irse a la cama. Lo hacía porque no quería que el Señor la encontrara como si fuera un ama de casa desordenada si Él regresaba antes de la mañana siguiente. Muchas veces, traté de imitar sus elevadas normas de pulcritud, pero, cuando yo era una joven ama de casa, esposa y madre, solía terminar el día sabiendo que mi casa no aprobaría el examen.
Mantener una casa bien arreglada para la gloria de Dios es una aspiración sumamente digna. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que la primera preocupación del Señor no es la morada del barrio donde yo vivo, sino que le importa mucho más el estado de la casa donde vive Él: mi corazón.
En Juan 14:21, encontramos dos formas de mantener esa casa: amar a Dios y obedecer Sus mandamientos. Desobedecer al Señor ensucia ese hogar que es nuestro corazón, pero la obediencia que se expresa por amor a Él lo convertirá en una morada adecuada para Dios ahora; y, además, estaremos preparados para cuando Cristo vuelva.
La siguiente oración puede ayudarnos a distinguir entre las normas externas y las eternas: Padre, ayúdame a limpiar mi corazón de la misma forma que lo haría con mi casa. Quita todo el polvo y las telarañas del orgullo, de los malos sentimientos y del prejuicio. Quiero mantener un corazón limpio para que tú habites en él.
Tu corazón debe ser la casa de Dios.

jueves, 15 de marzo de 2012

miércoles, 14 de marzo de 2012

CINCO MIL MUCHACHAS PARA UN SOLO HOMBRE

No fue una sola muchacha. Fueron cinco mil. Cinco mil muchachas que lo obsesionaron, que le robaron el sueño, que lo lanzaron en una carrera loca. Algunas eran rubias; otras eran morenas; otras, trigueñas; otras, pelirrojas. Unas vestían a la moderna; otras a la antigua.

¿Quiénes eran estas cinco mil muchachas? Eran muñecas, de las llamadas «Barbie», tesoro preciado de Glen Offield. Su afición era coleccionarlas. Pero Scott Sloggett las codició y las robó, después de lo cual incendió la casa de Glen Offield. Luego, horrorizado de su propio hecho, se suicidó tomando una sobredosis de drogas.

Hay hombres que pierden la cabeza por una sola mujer, así como los hay que la pierden por muchas mujeres. Este hombre perdió la suya por una colección de cinco mil muñecas, una colección valorada en más de medio millón de dólares.

La historia bíblica y secular está llena de amantes célebres: Sansón y Dalila, David y Betsabé, Antonio y Cleopatra, Romeo y Julieta, Don Quijote y Dulcinea. Todas estas parejas son ejemplo del amor humano, de ese amor del hombre y de la mujer que se entregan intensamente al ser amado. Por ese amor dan hasta la vida. Porque al fin de cuentas, el amor es la fuerza más potente del mundo.

Ahora bien, el «amor» que Scott Sloggett tenía por las muñecas de Glen Offield no era más que codicia, pues buscaba beneficio monetario. Él quería hacerse rico con una colección que era única. Pero si bien Scott sólo buscaba aumentar sus bienes materiales, muchas son las personas que se abandonan a la lujuria buscando el efímero y voluble placer sensual.

Por entregarse al deseo de la carne abandonan esposa, hijos, respeto, conciencia y hasta el alma, no queriendo reconocer que la lascivia es una apetencia que mata. A Scott Sloggett lo abatió la avaricia. Al adúltero lo consume su lujuria.

Grande ha sido el amor de los famosos amantes de la historia. Todos ellos le dejaron una valiosa lección a la humanidad: que el amor pasional que se manifiesta en la intimidad fuera del matrimonio —amor que se sale de los linderos establecidos por Dios— produce caos en el individuo, en la familia y en toda la sociedad.

Pidámosle a Dios sobriedad. Los que tenemos a Cristo en el corazón y obedecemos sus mandamientos, vivimos en paz. Tenemos, además, la absoluta seguridad de vida eterna. Obedecer a Dios es hallar serenidad. Sus leyes no son penosas, y quienes las obedecemos experimentamos perfecta armonía. Cristo desea ser nuestro Salvador.

Hermano Pablo

martes, 13 de marzo de 2012

TOMA LA MEDICINA

Lectura: Isaías 55:1-6.
"Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" Romanos 10:13
Supón que te llevan de emergencia al hospital donde un médico te examina y te informa que estás gravemente enfermo. Dice que vas a morir a menos que recibas el tratamiento adecuado. Después, te receta un medicamento y agrega: "Si toma esto, le garantizo que se va a curar".
Ahora bien, ¿qué tienes que hacer? ¿Piensas que deberías quedarte acostado, creer que el médico diagnosticó tu enfermedad correctamente y que la receta sin duda va a curarte? No, eso no sería suficiente. Si quieres vivir, tienes que tomar la medicina.
Lo mismo sucede con la salvación. Puedes creer todo lo que dice la Biblia sobre Cristo; que murió por tus pecados y que resucitó de los muertos. Pero si te niegas a "tomarlo", es decir, a confiar en Él y en la obra que hizo por ti en la cruz, estarás tan perdido como si no lo hubieras negado abiertamente.
La fe que salva no es simplemente admitir que ciertas cosas sobre Cristo son ciertas. Es aceptar en forma personal el remedio de Dios para el pecado; confiarle el destino de tu alma para toda la eternidad. Significa decir: "Sálvame, Señor Jesús. Creo que puedes hacerlo y que lo harás". En esto consiste "tomar la medicina": ¡recibir a Jesucristo! ¿Lo has hecho? Si aún no tomaste esta decisión, hazlo ahora mismo.
La fe no es solo creer que Jesús puede salvarte; es pedirle que lo haga.

ECLESIASTÉS 3:1-15