martes, 13 de marzo de 2012

TOMA LA MEDICINA

Lectura: Isaías 55:1-6.
"Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" Romanos 10:13
Supón que te llevan de emergencia al hospital donde un médico te examina y te informa que estás gravemente enfermo. Dice que vas a morir a menos que recibas el tratamiento adecuado. Después, te receta un medicamento y agrega: "Si toma esto, le garantizo que se va a curar".
Ahora bien, ¿qué tienes que hacer? ¿Piensas que deberías quedarte acostado, creer que el médico diagnosticó tu enfermedad correctamente y que la receta sin duda va a curarte? No, eso no sería suficiente. Si quieres vivir, tienes que tomar la medicina.
Lo mismo sucede con la salvación. Puedes creer todo lo que dice la Biblia sobre Cristo; que murió por tus pecados y que resucitó de los muertos. Pero si te niegas a "tomarlo", es decir, a confiar en Él y en la obra que hizo por ti en la cruz, estarás tan perdido como si no lo hubieras negado abiertamente.
La fe que salva no es simplemente admitir que ciertas cosas sobre Cristo son ciertas. Es aceptar en forma personal el remedio de Dios para el pecado; confiarle el destino de tu alma para toda la eternidad. Significa decir: "Sálvame, Señor Jesús. Creo que puedes hacerlo y que lo harás". En esto consiste "tomar la medicina": ¡recibir a Jesucristo! ¿Lo has hecho? Si aún no tomaste esta decisión, hazlo ahora mismo.
La fe no es solo creer que Jesús puede salvarte; es pedirle que lo haga.

ECLESIASTÉS 3:1-15








lunes, 12 de marzo de 2012

«¡FÍJATE EN LA HORMIGA!»

El desierto ardía como horno encendido. El sol llameante calcinaba la tierra, y fuertes vientos levantaban olas de arena que ennegrecían el cielo.

En medio del calor una caravana, que cruzaba el Sahara, se vio de pronto rodeada de negras nubes y debió buscar refugio donde lo hubiera. Pasado el simún, la caravana, larga y abatida, miró atentamente al cielo, y con paso firme regresó al rumbo que había perdido.

No eran personas ni eran camellos. Eran hormigas. Hormigas que con sólo mirar a las estrellas sabían cómo encontrar su ruta.

Las hormigas del Sahara tienen un maravilloso instinto de dirección. Si se desvían, con sólo mirar las estrellas vuelven a encontrar su rumbo.

El Dr. Rudiger Wehner, de la Universidad de Zurich, Suiza, lo explicó así: «Esta hormiga, al levantar su mirada a las estrellas, puede ver patrones de luz polarizada. Eso le basta para conducirse a través de la larga travesía.»

La Biblia también habla acerca de la hormiga. En el libro de los Proverbios dice: «¡Fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría» (Proverbios 6:6). La hormiga sabe, por instinto, interpretar las señales de los cielos. Sabe dirigirse a través de vastos desiertos sin perder la dirección. Labora todos los días de su vida y siempre está a la expectativa de algo nuevo. Nunca deja de actuar, nunca deja de trabajar, nunca deja de producir, pase lo que pase.

¿Qué le da ese ánimo? ¿Cómo es que nunca se da por vencida? La respuesta es una lección para todos nosotros. La hormiga se sujeta a leyes. En el caso de la hormiga, esas leyes forman parte de su instinto natural, y sin embargo son leyes. Ahí, precisamente, está la lección.

Muchos en este mundo, incluso algunos llamados sabios, no saben que el verdadero triunfo en la vida, incluyendo el dominio propio, consiste en vivir dentro de los parámetros de las leyes morales de Dios.

Todos los problemas personales y colectivos del ser humano vienen por no reconocer y someterse a los mandamientos morales y espirituales de Dios. Cuando ignora las leyes divinas, se encuentra sin brújula en medio de un desierto de confusiones. Es entonces que se da a las drogas, al alcohol y a la vida desenfrenada, y termina al fin deseando suicidarse.

Regresemos al consejo del proverbista: «¡Fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría.»

Hermano Pablo

domingo, 11 de marzo de 2012

viernes, 9 de marzo de 2012

AMAR ES CUIDAR

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

LOS HISTORIADORES nos hablan de un personaje llamado Dirk Willumsoon que se convirtió al protestantismo. Como resultado de ello, fue condenado a ser torturado hasta la muerte. De alguna manera, pudo librarse y empezó a correr para salvar su vida. Un soldado fue tras él.

Corrió hasta que finalmente llegó a un gran lago. El lago estaba helado, pero el hielo era débil porque el invierno estaba llegando a su fin. A Willumsoon no le quedaba otra salida. Decidió correr por el hielo. Mientras corría, el hielo del lago comenzó a resquebrajarse. Pero no se de­tuvo. Quería evitar la terrible muerte que le esperaba si era capturado.

A gran­des zancadas avanzó hasta que, con gran esfuerzo, pudo saltar a la orilla. Mien­tras recuperaba sus fuerzas para seguir corriendo, oyó un grito de terror a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio que el soldado que lo perseguía había caído en el agua y se debatía intentando aferrarse al hielo.

No había nadie cerca para ayudar al desdichado, solo Dirk. Aquel soldado era su enemigo. Arrastrándose con cuidado por el quebradizo hielo, alcanzó al soldado. Lo sacó del agua helada y, tirando de él por el hielo, lo acercó a la orilla. Jesús dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Por los amigos, podemos entenderlo…

Pero, ¿por nuestros enemigos? Leamos las palabras de Jesús: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). Para el que sigue a Jesús, amigo o enemigo, da lo mismo.

Amar a nuestros enemigos no es fácil. Amar a nuestros enemigos no significa necesariamente que tengamos que ser los mejores ami­gos, sino que queremos su bien y oramos por ellos. Aquí se esconde un secreto: Si hacemos esto, hay muchas posR ibilidades de que esa persona en poco tiempo ya no se sienta enemiga nuestra.