domingo, 19 de febrero de 2012

COMO ASOMBRAR A LA GENTE

Lectura: Juan 13:31-38.
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" Juan 13:35
David Doubilet es un fotógrafo y periodista cuyas fotos del silencioso mundo submarino pueden convertir una horrible criatura marina de ojos saltones en una adorable y destellan obra de arte. Aunque ha recibido muchos reconocimientos por su trabajo, también lo han criticado los ambientalistas por no hacer más periodismo realista y definido. Quieren que tome fotos de peces muertos, playas sucias y océanos contaminados.
Pero Doubilet cree que hay una mejor manera de lograr que la gente cuide el medio ambiente. En vez de mostrar la destrucción que los seres humanos están causando, muestra la belleza que Dios ha creado.
Algunos creyentes en Cristo parecen creer que la manera de mejorar nuestro medio ambiente espiritual es señalando todo el mal que hay en el mundo. Pero Jesús nos mostró un camino mejor. Aunque nunca subestimó el pecado (Mateo 15:18-20), antes de ir a la cruz, dijo a Sus seguidores: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13:35). Somos testigos más eficaces cuando nos convertimos en retratos de la belleza que Dios está creando en nosotros que cuando nos limitamos a pintar un cuadro desolado de la degradación humana.
"En definitiva -dice Doubilet-, lo mejor que uno puede hacer es asombrar a la gente". ¿Y qué puede ser más asombroso para el mundo que creyentes que verdaderamente se aman unos a otros?.
El amor es un imán que atrae a los creyentes entre sí y a los incrédulos a Cristo.

viernes, 17 de febrero de 2012

LA HISTORIA DE ESTER

EL VALOR DE LAS COSAS PEQUEÑAS

Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe. Mateo 18:5.
¡Jamás menosprecies el valor de un niño! Puede parecer frágil, insignifi­cante, desvalido, pero encierra, dentro de sí, un potencial que el tiempo se encargará de revelar. Cuando el Señor Jesús nació en un humilde pesebre, ¿quién se atrevería a pensar que ese humilde niño dividiría la historia del mundo? ¿Cómo aquel pequeño ser haría temblar la fuerza de las tinieblas?

Pero, así son las cosas en el Reino de Dios: parecen pequeñas, pero encierran el potencial que Dios coloca en todo lo que hace.
Pero, el texto de hoy dice más. Aquí, Jesús afirma que, si recibes a un niño en su nombre, en realidad lo recibes a él mismo. ¿Qué significa esto? Que es necesario dar oportunidades a los más débiles; que no hay que apresurarse a descartar a quienes cometen errores; que no hay que sentenciar a las perso­nas, sin darles la oportunidad de empezar de nuevo.

Cuando yo era niño, constantemente cometía errores; algunos por inca­pacidad, otros de propósito. Pero, tuve padres y maestros que creyeron en mí y me dieron una nueva oportunidad; me enseñaron, invirtieron tiempo en mostrarme el camino, y me extendieron la mano cuando lo necesitaba.

En cierta ocasión, me encontré con uno de esos maestros, en California. El tiempo lo había golpeado, inclemente: había envejecido, ya no me parecía tan grande ni tan alto, como cuando yo era un simple adolescente. Pero, to­davía me impresionaba la nobleza de su espíritu, y en mi memoria renacía, vívidamente, el recuerdo del día en que tomó de mis manos el trabajo de redacción, mal realizado, que yo había preparado, me miró a los ojos y, con voz cariñosa, me dijo: “Voy a hacer de cuenta que tú nunca escribiste esto. Pero, quisiera que tú creas que eres capaz de escribir algo mejor”.

Aquel día, él no tenía la más mínima idea de que yo, un día, llegaría a escribir bastante… ¿O la tendría? No lo sé. Pero, recuerdo que la confianza que depositó en mí me hizo creer que yo podía, si me colocaba en las manos de Dios.

¿Podrías hoy dar la oportunidad a alguien más frágil que tú y que ne­cesita de tu ayuda? ¿Serías capaz de recibir al que falló, como se recibe a un niño? Sal para enfrentar tus deberes diarios, hoy, recordando las palabras del Maestro: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”.

jueves, 16 de febrero de 2012

UN SALTO PARA DIOS

Lectura: Filipenses 2:1-11.
"[Cristo] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" Filipenses 2:8
El 20 de julio de 1969, los astronautas de la Apolo 11 pisaron la luna. Fue un logro humano sin precedentes. Millones recuerdan las palabras de Neil Amstrong: "Es un paso pequeño para el hombre, pero un salto gigante para la humanidad". El presidente norteamericano Nixon declaró: "Toda la humanidad está unida en su orgullo".
Dos mil años antes, el Creador de la luna dio un paso gigante, pero de una clase totalmente diferente: descendió del cielo a la tierra (Filipenses 2:5-8). Dios el Hijo, la Palabra eterna (Juan 1:1,14), bajó de Su morada sempiterna para hacerse completamente humano, pero sin dejar de ser completamente Dios. Fue un "salto" asombroso que nos mostró Su amor. Se hizo uno de nosotros para poder morir en la cruz y pagar la pena por nuestros pecados. Cuando confiamos en Él como Salvador, somos perdonados. También recibimos Su Espíritu, el cual nos capacita para vencer nuestra ambición y orgullo egoístas y para amar a los demás (Filipenses 2:3-4).
Un salto en el espacio puede unir a la humanidad en el orgullo de lograr algo grande, pero palidece cuando se compara con lo que Dios logró cuando Jesús vino del cielo a la tierra. El Señor ahora une a todos los que confían en Él y produce en ellos una humildad cada vez mayor y un amor que reemplaza el egoísmo y el orgullo. Ir a la luna no es nada en comparación con esto.
Cristo nació aquí abajo para que nosotros pudiéramos nacer de lo alto.

domingo, 12 de febrero de 2012

CUMBRES NO ALCANZADAS

Una vez más miró la cumbre: la ansiada cumbre, que parecía escapar de sus manos cada vez que quería alcanzarla. El invierno en Alaska estaba duro. La nevada había sido cruel, y los músculos del anciano estaban frígidos.

Norman Vaughan, de ochenta y ocho años de edad, miró por última vez la cumbre de la montaña que lleva su nombre, y nuevamente hizo el esfuerzo de escalarla. Pero hacía demasiado frío, así que Vaughan desistió. Era la décima vez que fracasaba.

Allá por 1928, el célebre almirante Richard Byrd había bautizado esa montaña, de tres mil quinientos metros de altura, con el nombre de Vaughan, en honor de su ayudante. Vaughan tenía en aquel entonces veintitrés años de edad. Durante sesenta y cinco años, Vaughan había tratado de alcanzar la cima, pero sin éxito. Esta última vez, cansado y triste, dio media vuelta con sus ayudantes y su equipo, y abandonó el intento.

¡Cuántas veces en la vida deseamos alcanzar una cima y no lo logramos! ¡Cuántos estudiantes comienzan con fe y esperanza la carrera de sus sueños, y a veces, aun antes de concluido el primer año, ya están guardando sus libros y archivando sus esperanzas!

¡Cuántos jóvenes ilusionados llegan a la gran ciudad con sueños de ser estrellas, y terminan lavando la losa en un restaurante de segunda, o lustrando autos en una gasolinera! ¡Cuántos hombres entran en la arena política soñando con llegar a la presidencia, pero quedan deshechos a mitad de camino por las intrigas, las falsedades y los espejismos de la complejidad política!

¿Y qué de los sueños acerca del matrimonio? ¡Cuántos jóvenes comienzan llenos de ilusiones, soñando con alcanzar la cúspide de la felicidad, sólo para descubrir, amargados, que la relación con su pareja no fue más que una pasión efímera!

Llegar a una cumbre es difícil. Nada que tiene valor viene fácil. Mientras más grande es lo que buscamos, más difícil es alcanzarlo. Así es la vida; pero está compuesta de años, meses, semanas y días. El secreto del éxito consiste en lograr las hazañas de la vida un día a la vez.

Así sucede también con las inquietudes espirituales. Si esperamos saber todos los detalles de la eternidad antes de emprender la subida, nunca obtendremos paz. Busquemos a Dios un día a la vez. Cada día, en las palabras del Maestro, digámosle al Padre celestial: «Danos hoy nuestro pan cotidiano» (Mateo 6:11). Dios desea nuestro triunfo, tanto material como espiritual. Vivamos el día de hoy con Dios a nuestro lado.

Hermano Pablo

sábado, 11 de febrero de 2012