
sábado, 26 de noviembre de 2011
SEMBRAR PARA COSECHAR
Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.- ¿Qué vendes aquí?, le preguntó.
- Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios.
Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear.
- Deseo Paz de Espíritu, Amor, Felicidad, Sabiduría y ausencia de todo temor....
Tras un instante de vacilación, añadió:
- No sólo para mí, sino para todo el mundo......
Dios se sonrió y le dijo:
- Creo que no me has comprendido.
- Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas.- Para sembrar una planta hay necesidad de romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo y entonces......
- ¡Esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan!.
En la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, "roturando" la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar "Gratis" en el almacén de Dios, porque Él mantiene su supermercado en promoción.
Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Él nuestra redención y !como tantos compatriotas han fecundado nuestro suelo!.
- En un trabajo de Fe y Esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños, se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelados...
Hay que saber sembrar para cosechar.
RECUERDA A JUAN
"He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel" 2 Reyes 5:150
Juan es un hombre humilde y analfabeto; sin embargo, Dios lo utilizó para iniciar el proceso de paz en Mozambique. Su nombre no se menciona en ningún documento oficial; lo único que hizo fue organizar un encuentro entre dos de sus conocidos: el embajador de Kenia Bethuel Kiplagat y un mozambiqueño. Pero esa presentación desencadenó los acontecimientos que condujeron a un tratado de paz, después de diez años de guerra civil.
Como resultado de esa experiencia, el embajador Kiplagat aprendió lo importante que es respetar a todas las personas. «Uno no desestima a la gente por ser inculta, por ser negra, por ser blanca, por ser mujer, por ser vieja o joven. Todo encuentro es algo sagrado, y debemos valorarlo —dijo el embajador. —Uno nunca sabe qué enseñanza puede haber allí».
La Biblia confirma que esto es cierto. Naamán era un gran hombre en Siria cuando se enfermó de ese terrible mal que es la lepra. Una joven sierva, a quien él había capturado, le dijo a su esposa que el profeta Eliseo podía curarlo. Como Naamán estuvo dispuesto a prestarle atención a esta humilde muchacha sirviente, se salvó de morir y llegó a conocer al único Dios verdadero (2 Reyes 5:15).
El Señor suele hablarnos a través de aquellos a quienes pocos están dispuestos a escuchar. Para oír a Dios, asegúrate de escuchar a los humildes.
Dios utiliza personas comunes para llevar a cabo Su plan, que es fuera de lo común.
viernes, 25 de noviembre de 2011
LA EDAD FATAL PARA LA FAMILIA PLATERO
Manlo Platero miró el pastel de cumpleaños: un lindo pastel, cargado con cincuenta velitas. Estaba ya por soplar y apagarlas todas, mientras la familia y los invitados cantaban «Cumpleaños Feliz», pero antes quiso decir unas palabras.
«He llegado a la edad fatal en mi familia —expresó Manlo—. Quiero brindar por la última noche de sueño profundo y completo que tendré en mi vida.» Dicho esto, sopló las velas y todas se apagaron al instante.
¿Qué quería decir con esas palabras? Manlo Platero, italiano, pertenecía a una familia que, desde 1822, había visto morir de insomnio y falla del corazón, poco después de cumplir los cincuenta años de edad, a casi todos sus varones. «Nadie sabe a qué se debe —explicó el doctor Stefano Albertazzi, de Roma, Italia—, pero todos los hombres de esa familia sufren el mismo triste destino.»
He aquí un caso curioso. Los varones de la familia Platero, no bien cumplían cincuenta años, contraían una severa forma de insomnio que en poco tiempo los mataba. Durante más de 170 años habían sufrido lo mismo, y la familia entera está resignada. «Dios trabaja en forma misteriosa —decían ellos—; ya que sabemos que pasados los cincuenta años moriremos pronto, queremos vivir en plenitud.»
Este caso suscita la pregunta: ¿Qué puede o debe hacer una persona que sabe, positivamente, que dentro de un año —365 días— morirá?
Unos dirán: «Ya que me queda poca vida, voy a vivir intensamente, bebiendo hasta las heces la copa del placer.» Pero otros dirán: «Voy a tratar de ganar la mayor cantidad de dinero posible para dejarle algo a mi familia»; o: «Voy a portarme mejor para dejar el mejor ejemplo posible a mis hijos»; o: «Voy a tratar de encontrar a quienes he ofendido para pedirles perdón;» o: «De aquí en adelante voy a ser mejor seguidor de Cristo.»
Lo cierto es que esos buenos deseos que todos tendríamos, si supiéramos que en un año íbamos a morir, pueden ser parte integral de nuestra vida ahora mismo. No es necesario cambiar nada. Podemos estar en completa paz y armonía con nosotros mismos, con nuestra familia, con nuestros semejantes y con Dios. Y podemos, en todo momento de la vida, estar preparados para la muerte. No tenemos que cambiar nada.
¿Cómo ocurre eso? Sometiendo nuestra vida al señorío de Cristo. Cuando estamos bien con Dios, lo estamos con todos. Cuando Cristo es nuestro Dueño, la muerte no nos asusta. Coronemos a Cristo, hoy mismo, Rey de nuestra vida, y disfrutaremos de la insondable paz y seguridad de Dios.
Hermano Pablo
LAS PROMESAS
Siempre teníamos una condición o tarea que cumplir, la que hacíamos con gusto pues lo que se nos ofrecía a cambio, era de nuestro completo agrado. Además, nuestros padres cumplían con lo que prometían.
Existe una categoría de promesas que a todos, niños y adultos, nos encanta recibir, o que se cumplan en nosotros – algunos las exigimos – pero, sin querer hacer nada a cambio para obtenerlas.
No me refiero al horóscopo (Zodiaco) que día a día, ya sea en los periódicos, estaciones de radios, televisión o Internet, podemos leer.
Me refiero a otras promesas que, lamentablemente, hemos degra dado al nivel de un horóscopo. Estas se pueden leer en calendarios, agendas y otros artículos que podemos comprar en librerías o en tiendas (negocios) especializadas en artículos de regalo. Las compramos para nosotros o para regalarlas; por ejemplo, a un amigo o amiga para sus cumpleaños.
Algunos no podemos vivir en paz, si no leemos una de esas promesas por la mañana cuando nos levantamos.
Otros sostienen que solo basta pedirlas, con confianza, para recibirlas.
Estoy seguro, que ya sabes de cuales promesas estoy hablando. ¡Exactamente! Me estoy refiriendo a las promesas de nuestro Padre Dios, y que encontramos abundantemente en La Biblia, desde Génesis a Apocalipsis.
Existen cristianos que nunca han leído la Biblia, pero se conocen las promesas de memoria. Viven el día a día felices con las promesas que leen en el calendario o que sacan de cajitas donde las tienen sorteadas por colores o por temas. Si no se les cumple lo que decía la promesa, le r eclaman a Dios o alguien les hace creer que ha sido por falta de confianza (fe) en la proclamación (poder de la palabra) o, porque tal vez el diablo se la “robó” o “metió su cola”.
Este tipo de creyentes son como el avecita “colibrí”, volando de promesa en promesa, a veces de congregación en congregación, buscando la satisfacción para sus vidas. ¡Y vaya que hay ofertas para tales creyentes!
Qué pena por ellos. Nunca madurarán, ni como personas, ni en el conocimiento de Dios.
Su sentido de servicio será prácticamente nulo y por lo general terminan frustrados y decepcionados. Arrastrando sus pecados e incluso aumentándolos por desconocer, en forma voluntaria o involuntaria porque nadie se lo ha enseñado, lo que realmente gatilla o provoca el desenlace de las promesas de Dios para sus vidas.
El apóstol Pedro en su segunda carta nos enseña que las promesas de Dios son exclusivamente para los hijos de Dios, cuando éstos cumplen con ciertos requisit os o condiciones. Dicho de otra manera, el nos enseña bajo qué circunstancias un hijo de Dios podrá gozar de las promesas de su Padre.
“Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina”. 2Pedro 1:3-4 (NVI)
Dios, en su inmenso amor, al adoptarnos como sus hijos nos revela, en Su Palabra (Biblia), todo lo necesario para que vivamos amándole (obedeciendo sus mandamientos), honrándole y sirviéndole. Obedeciendo la voluntad de Dios en nuestras vidas, vivimos como Dios manda. Así, (de esta forma o entonces) continúa el Apóstol Pedro, Dios nos entrega sus preciosas y magníficas promesas.
El apóstol Pablo en su s egunda carta a los Corintios escribe lo siguiente:
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2Corintios 7:1)
Para entender esto, tendrás que leer el contexto de los capítulos anteriores.
“No sean perezosos; más bien, imiten a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas.” (Hebreos 6:12)
El autor de la carta a los Hebreos, escribe esto en el contexto de la fe (confianza) en Dios y del amor a Dios (obediencia a sus ordenanzas/voluntad).
Nuestro Señor Jesucristo nos dice lo siguiente:
“Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con mayor razón Dios, su Padre que está en el cielo, dará buenas cosas a quienes se las pidan.” (Mateo 7:11)
Pero, hay condiciones. Esas, las encuentras leyendo todo el Sermón del Monte (Mateo capítulos 5 al 7). Allí Jesús ex pone los requisitos que él demandan de un discípulo suyo, para que éste pueda pedir y tenga el derecho de recibir “la buenas cosas” (promesas) de Dios Padre.
No exijamos ni esperemos recibir o gozar de las promesas de Dios, si no estamos dispuestos a cumplir con los requisitos que La Palabra de Dios (Biblia) nos demanda.
Cuando vivimos en el Espíritu de Dios (en el deseo de Dios) y en el Espíritu de Jesús (en obediencia cumpliendo la Voluntad – deseo – del Padre), El Padre cumple lo que ha prometido.
Mi deseo es que esto sea un incentivo para ti, para que conozcas y estudies lo que Dios en Su Palabra te dice y luego lo pongas en práctica.
Pues solo así, gozarás de una vida plena y abundante. Crecerás y madurarás en tu conocimiento de Dios.
¡Dios te bendiga!
Juan Paulus
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatin a.org
jepf