viernes, 4 de noviembre de 2011

LA FURIA


El día se presentaba caluroso y húmedo en Miami, Florida. Era uno de esos días en que la temperatura y la humedad ejercen sobre el ánimo de las personas una influencia nociva. Bob Moore, propietario de una ferretería, estaba atendiendo a sus clientes, tratando de no sudar demasiado.

De pronto se abrió la puerta y entró un hombre. Tenía la mirada extraviada, el rostro congestionado, la camisa abierta y, lo más terrible, un arma automática en la mano. Abrió fuego contra el público, y mató a seis personas.

Después huyó. Montó en una bicicleta y siguió disparando su arma, hiriendo a otras tres personas. Al pasar un semáforo en rojo, lo atropelló un automóvil, y el hombre murió allí mismo, todavía empuñando el arma. «Furia» fue la única palabra que emplearon los diarios para dar la noticia del caso.

He aquí un verdadero caso de furia insana, de furia violenta, destructiva. Furia homicida, furia infernal, furia volcánica, furia que no se aplaca sino hasta después de haber provocado todo el daño posible.

¿Qué es la furia? «La ira es una locura breve», afirmaban los antiguos griegos. «La furia es un estallido nervioso que ocurre cuando se ha soportado mucho tiempo una situación ofensiva, humillante o atemorizante», definen los psicólogos.

La Biblia atribuye la ira y la furia a la acción del diablo, pero también al corazón que no se somete a Dios. Y la furia sólo de vez en cuando toma esas dimensiones trágicas del suceso de Miami. A veces la furia es silenciosa, pero mata el compañerismo y nubla el goce de las relaciones humanas.

Tenemos, por ejemplo, el enojo severo y profundo que suele producirse entre marido y mujer. Quizá nunca llegue a estallar en furia, pero destruye igualmente la armonía y la felicidad. Porque cuando hay enojo, no hay palabras, no hay sonrisas, no hay felicidad.

La Biblia dice: «Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites, pues esto conduce al mal. Porque los impíos serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra» (Salmos 37:8-9).

Nada mejor, para verse libre de esta breve locura destructiva, que entregar el corazón y la voluntad a Cristo. Porque sólo Él tiene paz, calma y justicia abundantes para darnos.

Hermano Pablo

miércoles, 2 de noviembre de 2011

BONDAD SIN FRONTERAS

Lectura: Lucas 10:25-37.
"Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia" Lucas 10:33
Uno de los mayores obstáculos para mostrar compasión es prejuzgar sobre quién creemos que la merece. Jesús relató una parábola para responder la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29). Es decir, ¿quién merece nuestras acciones bondadosas?
Jesús contó sobre un hombre que viajaba por el notoriamente peligroso camino que unía Jerusalén con Jericó. Durante el recorrido, se encontró con unos ladrones que lo asaltaron, lo golpearon y lo abandonaron pensando que estaba muerto. Unos judíos religiosos (un sacerdote y un levita) pasaron junto a él, pero por el otro lado del camino, quizá ante el temor de contaminarse para ejercer sus rituales religiosos. Pero pasó un samaritano que demostró una compasión incondicional hacia el hombre extraño y herido.
Es probable que los oyentes de Jesús hayan contenido el aliento ante estas palabras, porque los judíos despreciaban a los samaritanos. Aquel samaritano podría haber limitado su compasión o discriminado al moribundo judío. Sin embargo, no circunscribió su bondad a aquellos a quienes consideraba dignos de recibirla, sino que vio un ser humano necesitado y decidió ayudarlo.
¿Estás limitando tu bondad a las personas que consideras merecedoras de ella? Como seguidores de Jesús, busquemos formas de demostrar bondad a todos; en especial, a aquellos que juzgamos indignos de recibirla.
Nuestro amor a Cristo sólo es tan real como nuestro amor al prójimo.

martes, 1 de noviembre de 2011

PIXIOTE

Eran tres menores, tres muchachos que tenían menos de dieciséis años. Se pusieron máscaras en el rostro, se calaron un gorro hasta los ojos y, empuñando pistolas, asaltaron un almacén. Robaron dinero y otros objetos de valor.

Perseguidos por la policía, los tres jovencitos fueron apresados. Uno de ellos era Fernando Ramos Da Silva, de Brasilia, Brasil. Tiempo atrás, Fernando había protagonizado una película brasileña llamada «Pixiote». Pixiote es el nombre que se le da en Brasil al joven delincuente, el mismo que se llama golfo en España, gamín en Bogotá y sabandija en el Río de la Plata.

El joven Fernando, al ver paralizada su carrera en el cine, decidió vivir en la vida real su personaje de la película. Lástima que erró el camino, lo cual lo llevó a ser sentenciado y condenado.

Muchas veces la realidad de nuestra vida supera a la fantasía que podemos atribuirle. Mucha gente que vive soñando sueños imposibles, de pronto se ve envuelta en aventuras que recuerdan, y aun superan, sus más locas fantasías.

Un joven artista norteamericano se suicidó después de haber encarnado, en un papel breve como extra, a un muchacho que se suicidó atándose cartuchos de dinamita en el pecho. Otro, que en una obra teatral tenía que imitar un ataque de locura furiosa, desempeñó con tanta maestría su papel que terminó en la vida real completamente loco.

Cuando se rompe en nuestro cerebro el delgado tabique divisorio entre la verdad y la fantasía, entre la conciencia y la imaginación, entre la razón y la sinrazón, el resultado es una acción desequilibrada y destructiva.

¿Cómo podemos hacer para mantener siempre, constantemente, el equilibrio mental, para no hacer de la realidad, fantasía, y de la fantasía, realidad? Poniendo nuestra mente y nuestro corazón, los dos elementos vitales de nuestro ser, en las manos de Cristo. Haciendo de Cristo no sólo el Salvador de nuestra alma, sino el Maestro de nuestra vida y el Señor de nuestra voluntad.

Sólo con Cristo y por medio de Cristo mantenemos el perfecto equilibrio moral y mental para poder ser personas cabales, íntegras, sanas y felices. Porque sólo Jesucristo, el Señor perfecto, puede hacer perfecta nuestra alma.

Hermano Pablo

SECUELAS PERJUDICIALES

Lectura: 2 Samuel 12:1-14.
"… no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo…" 2 Samuel 12:10
Un joven, que constantemente se metía en problemas, siempre pedía perdón a los padres cuando lo reprendían. A pesar del daño que les había hecho con su mal proceder, al poco tiempo volvía atrás y se portaba mal otra vez, porque sabía que lo perdonarían.
Al final, el padre lo llevó al garaje para hablar. Tomó un martillo y clavó un clavo en la pared. Luego le dijo a su hijo que tomara el martillo y sacara el clavo.
El muchacho se encogió de hombros, tomó el martillo y arrancó el clavo.
—El perdón es así, hijo. Cuando haces algo malo, es como clavar un clavo. Perdonar es como sacar ese clavo.
—Claro— dijo el muchacho.
—Ahora toma el martillo y saca el agujero que hizo el clavo— agregó su padre.
—¡Es imposible!— dijo el joven. —No se puede sacar.
Como lo ilustra esta historia y lo comprueba la vida del rey David, el pecado acarrea consecuencias. Aunque David fue perdonado, el adulterio y el asesinato que cometió dejaron marcas, y desencadenaron problemas familiares (2 Samuel 12:10). Esta solemne verdad puede servir de advertencia para nuestra vida. La mejor manera de evitar las secuelas perjudiciales del pecado es vivir obedientes a Dios.
Nuestros pecados pueden ser perdonados y limpiados, pero debemos afrontar las consecuencias.

sábado, 29 de octubre de 2011

CORAZÓN DE NIÑO NEGRO EN NIÑO BLANCO

John Nathan Ford, niño negro del barrio de Harlem, Nueva York, salió a jugar al balcón. Con sólo cuatro años de edad, este niño que tenía el mismo apellido de una de las familias más ricas de los Estados Unidos y de un ex presidente, no se daba cuenta de las diferencias de color, de la ínfima escala social de su familia ni de su tremenda pobreza. Quizá por un mareo o debilidad o descuido, John Nathan se cayó del balcón, desde un sexto piso.

La madre, Dorothy Ford, hizo donación del pequeño corazón de su hijo para que fuera implantado en el pecho de James Preston Lovette, niño blanco y rico, también de cuatro años de edad.

El niño negro, muerto en medio de la miseria, seguiría viviendo, aunque no fuera más que su solo corazón, dentro de un niño blanco, rico y afortunado.

¡Cuántas reflexiones podemos sacar de esta patética noticia! La primera es que no importa de qué color es la piel del individuo —ya sea negra, blanca, amarilla, cobriza o aceitunada—, los corazones siempre son rojos.

La verdad es que debajo de un par de milímetros de piel, todos los seres humanos nos parecemos. Todos tenemos la misma composición molecular y química. Todos tenemos la misma temperatura vital. Todos tenemos los mismos rasgos psicológicos. Todos tenemos las mismas necesidades físicas y las mismas reacciones morales y sentimentales.

La segunda reflexión es: ¿Qué pensará el niño blanco cuando más adelante sepa que lleva en su pecho el corazón de un negro? ¿Se sentirá humillado, menoscabado, acomplejado, deprimido? ¿O será que ese corazón negro que le ayuda a vivir le dará una visión de amor y comprensión universal?

Sea cual sea su reacción cuando conozca el caso, el hecho innegable es que un niño negro tuvo que morir para que él pudiera seguir viviendo. Y sea racista o no sea racista, el hecho permanecerá inalterable: un corazón de negro seguirá bombeando sangre de blanco.

Jesucristo, con piel de judío, murió en una cruz. Su costado fue traspasado por nosotros, y la sangre que bombeaba su corazón, sangre judía, fue derramada íntegramente para redimir a toda la humanidad, de cualquier color, cualquier raza, cualquier nacionalidad y cualquier religión.

Hermano Pablo

CUANDO DIOS NOS LLAMA...

Últimamente he pensado que en la teoría todos lo sabemos, si preguntas a cualquier persona la diferencia entre el bien y el mal, estoy segura que puede darte ejemplos correctos.

Las dicotomías son casi obvias, lo contrario de alto, es bajo, de gordo: delgado, de grande: pequeño… De Dios… ¿Diablo? ¡De ninguna manera! Dios no tiene opuesto. Él es Rey, es Soberano y Creador, y hasta el mismo Satanás fue en su origen una creación divina, sólo que decidió intentar ser mayor que el Todopoderoso, quiso trascender.

Entonces podemos ampliar el concepto del mal y agregarle pecado. Todos sabemos qué es el pecado, todos sabemos que somos pecadores y quienes hemos aceptado a Cristo como Salvador sabemos quién es el que perdona nuestros pecados y sobre todo, el precio que ha pagado por nosotros, a causa de nuestro pecado.

¿Entonces porqué continuamos tantas veces nuestras vidas con la indiferencia al pecado que cometemos? Lo hacemos muchas veces con conocimiento de hacerlo y valiéndonos del perdón divino como excusa o casi-permiso para cometerlo.

Y allí viene una vez más la misericordia de Dios, que nos habla a través de Su Espíritu y nos guía, nos llama a tomar conciencia, arrepentirnos y a ser partes del proceso de Su obra. Una de las excusas que fácilmente colocamos por delante del desafío es sentirnos incapaces o inapropiados para realizar el trabajo. Me recuerda al llamado de Moisés, (Éxodo 2) donde ante la solicitud de Jehová puso una y otra excusa. Pero él ya había sido escogido para realizar el éxodo del pueblo de Israel de Egipto. De igual modo, Dios ya nos ha escogido para nuestras buenas obras (Efesios 2;10), y sólo tenemos que, nada más y nada menos, acudir al llamado.

Para lo que s ea que Dios te haya escogido, te creó, en el Salmo 139: 13, 15 y 16a leemos:

“Tú fuiste quién formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. () No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi cuerpo en formación…”

Así es, cada detalle de tu cuerpo y de tu mente fueron diseñados para el trabajo; pero el enemigo nos tiene silenciados tras el velo de ser pecadores a sabiendas y hacérnoslo sentir, nos quedamos en un rincón espiritual conociendo lo que está bien y lo que es pecado, y por el sólo hecho de saberlo, nos corremos a un costado de la carrera que debemos correr, del trabajo de debemos realizar.

Dios ya ha hecho su parte: nos creó y nos regaló la Salvación de nuestras almas a través de la muerte en la cruz y resurrección de Cristo Jesús; ahora es tiempo de poner nuestra parte, de pasar las dicot omías teóricas a la práctica de lo correcto y tomar acciones concretas ante el pecado que cometemos, escuchar la voz del Espíritu Santo y obedecer, volver a ser parte del equipo que corre hacia la meta, porque al igual que en el ejemplo de Moisés, Dios ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo… (Mateo 28: 20b).

Noelia Escalzo

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
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