sábado, 3 de septiembre de 2011

«NUNCA LEVANTÓ LA VOZ SINO PARA CANTAR»

Vestida de blanco, la niñita de seis años de edad cantó en el culto religioso de la Iglesia Bautista en Filadelfia, Pensilvania. Era el año 1903. Con ese sencillo principio nació una cantante de voz extraordinaria, que conmovió al mundo.

Cantó en los mejores teatros de Europa en la década de 1920. Cantó para varios presidentes en la Casa Blanca de Washington, Estados Unidos. Fue la primera de su raza en cantar en la Casa de la Ópera Metropolitana de Nueva York. Y llenó estadios en todo el mundo, armonizando el espíritu de millones de personas con su hermosa voz.

En abril de 1993, a los noventa y siete años de edad, dio su último canto. Fue un suspiro, el suspiro que la trasladó a la eternidad.

¿Quién era esa extraordinaria mujer con una voz tan excepcional? Era Marian Anderson, la muy notable cantante negra de fama mundial. Entre los muchos comentarios que se hicieron de ella, tal vez el más recordado sea el de Arturo Toscanini, que dijo: «La suya es una voz que se escucha una vez cada cien años.» Pero el comentario más significativo fue el siguiente: «Nunca levantó la voz sino para cantar.»

No puede haber elogio más grande que el decir de alguien que nunca usó la voz sino para elevar el ánimo de los demás, para infundir aliento, para consolar al triste. Entre las causas grandes de esta vida, entre los móviles que mueven al bien, está el de levantar el espíritu del que se siente abandonado.

Al otro extremo está el que sólo habla para maldecir; el que nunca tiene una palabra de consuelo; el que sólo arroja amargura, desagrado, tormento y dolor; el que nunca sonríe, nunca alaba, nunca conforta, nunca alienta.

Jesucristo dijo en cierta ocasión: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Marian Anderson cantaba porque todo su corazón era un canto. De su interior salía el canto que animó a medio mundo a lo largo de casi un siglo entero. Su canto era su alma, y su alma era su canto.

Adaptando las palabras de Cristo, podríamos decir: «Del contenido del alma se expresa la voz.» Es decir, lo que tenemos en el corazón determina tanto las palabras que decimos como el tono de voz con que las emitimos.

¿Qué podemos hacer para cambiar nuestras palabras negativas en palabras positivas? Cambiar el contenido de nuestro corazón. A eso se debe que digamos con tanta insistencia que cuando Cristo mora en nuestro corazón, tenemos paz y gozo. Y las palabras que decimos y la actitud que tenemos reflejan ese gozo. Él quiere cambiar nuestra tristeza en paz. Démosle entrada hoy mismo. De hacerlo así, nuestra vida será, en su totalidad, una vida nueva. Dejémoslo entrar.

Hermano Pablo

VER MARAVILLAS


“Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley”. Salmo 119:18

No siempre mantenemos la mirada puesta en la voluntad del Padre o buscando su Gloria, de modo que perdemos de vista nuestro objetivo de vida. Andamos enceguecidos; hemos perdido el rumbo.

Cuando el salmista pide a Dios la apertura de sus ojos, está pidiendo que lo ayude a comprender las palabras de sus estatutos reconociendo que en ellas se hallan las maravillas que hoy no puede alcanzar. Hay cosas que le son ocultas.

¿Cuándo estamos ciegos a estas cosas?

Cuando miramos para otro lado. Cuando nuestros ojos están puestos en los tesoros terrenales como el trabajo, el éxito, la economía, estamos mirando para otro lado; y no sólo eso, si que nuestro corazón está depositado tambié n en ello.

Cuando estamos enceguecidos por falsos resplandores. Hay muchas luces de colores que llaman la atención y nos engañan. El mundo ofrece las más variadas y atractivas respuestas ante la búsqueda espiritual del hombre. Alternativas que brillan pero nada tienen de verdadero.

Cuando andamos en penumbras. A veces nos alejamos tanto de la luz que alumbraba nuestro camino, que comenzamos a andar en la oscuridad sin saber hacia dónde estamos yendo. El bien se confunde con el mal y ya no podemos discriminar lo que hacemos ni hacia dónde vamos.

Cuando no queremos ver. Muchas veces nos ocurre esto último. Nuestra fe nos alcanza para experimentar lo tibio del banco de la iglesia los domingos. Sabemos que Dios está, pero no nos interesa mas allá de nuestro encuentro dominical en el que las palabras resuenan en nuestras cabezas por unas horas hasta que alguna otra cosa logra acallarlas. Lo cierto es que no queremos ve r, no queremos ni ansiamos despertar de nuestro cómodo letargo.

Lo que no estamos viendo, son maravillas que Dios ha preparado para nuestros ojos y que sólo podremos experimentar en la medida que Él abra nuestros ojos.

¿De qué nos estamos perdiendo?

Sin entrega no conoceremos el poder del Dios de Gedeón.

Sin fe no conocernos la misericordia y la fidelidad del Dios de Abraham.

Sin entrega no veremos hecho realidad lo imposible y el milagro que Dios hizo en María.

Sin fe, sin entrega, no veremos maravillas, no veremos mares abiertos, no veremos milagros de sanidad, no veremos el resplandor de la Gloria del Padre, no veremos aquellas cosas que no podemos imaginar…

“… Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las cosas que Dios ha preparado para quienes lo aman” 1° Corintios 2.

¿Queremos ver estas maravillas reservadas a los ojos de sus Hijos? ¡Ab re nuestros ojos, Oh Dios, para que podamos verte!

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
meryrueda

ALABASTRO ALABANZA "TE ALABARE"

DESCANSA EN JESÚS

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jueves, 1 de septiembre de 2011

LA PERSONA DE LA BIBLIA

Lectura: Juan 5:31-40.
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas […] dan testimonio de mí" Juan 5:39
Durante una conferencia de líderes de iglesias, en Seattle Pacific University, en los Estados Unidos, el destacado pastor Earl Palmer mencionó una experiencia que configuró su enseñanza y su predicación durante más de medio siglo.
Mientras era alumno de un seminario, lideraba un estudio bíblico en el que instaba a los integrantes a considerar las palabras de las Escrituras. «Llegué a convencerme —dijo Palmer— de que si lograba que alguien mirara el texto, el contenido tarde o temprano les impondría respeto y siempre los conduciría a su tema central: Jesucristo. Y cuando Jesucristo les impusiera respeto, estarían apenas a unos centímetros de alcanzar la fe».
Jesús le dijo a un grupo de líderes religiosos que conocían bien el Antiguo Testamento, pero que se le oponían enérgicamente a Él: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Juan 5:39-40).
Se requiere un corazón dispuesto y también una mente inquisidora para estudiar la Biblia. Cuando descubrimos que Jesús es la Persona a la cual guía toda la Escritura, debemos decidir cómo responder ante Él.
Hay gran gozo para todos los que abren su corazón a Cristo y hallan la vida en Él.
La Palabra escrita nos guía a la Palabra viva: Cristo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

POR COMERSE «EL CUENTO DEL TÍO»

El anciano tomó el billete de lotería en sus manos y pagó lo acordado. Se consideró muy dichoso de haber hecho el negocio, y se felicitó a sí mismo por su audacia. Era un billete de la lotería del estado de Florida, Estados Unidos, premiado con medio millón de dólares. Dos individuos se lo habían vendido en siete mil dólares, diciéndole que ellos no lo podían cobrar por ser inmigrantes ilegales.

Pero cuando Ceferino Cruz, de ochenta y un años de edad, se dirigió a cobrarlo, descubrió que era un billete falso. El anciano había sido engañado, y perdió todos sus ahorros. Con la moral destrozada, Ceferino se lanzó en su auto a un canal de agua, y murió ahogado.

Los llamados «cuentos del tío» abundan en nuestro mundo. Tenemos el del billete premiado, el de la herencia del tío rico, el del reloj Rolex de oro, y miles de cuentos más. Estos ladrones malvados son grandes psicólogos que saben elegir a sus víctimas. Saben apelar a su codicia. La policía de todo el mundo tiene registrados millares de casos como estos.

¿Por qué cae la gente en tales engaños? Por lo que se resume en una sola palabra: «avaricia». La avaricia es el paso que le sigue a la codicia. De todos los males del hombre, tal vez el peor mal es la avaricia. La avaricia impele al hombre a ser malvado, deshonesto, inmoral y criminal.

A nadie se le ocurriría poner la codicia a la par del homicidio, pero Dios sí lo hace. La declaración más fuerte que tenemos del carácter moral de Dios se encuentra en el decálogo, los Diez Mandamientos que Dios mismo le dio a Moisés.

El mandamiento número seis dice: «No matarás», y el número diez dice: «No codiciarás.» La verdad es que estos mismos Diez Mandamientos también dicen: «No tomarás el nombre de tu Dios en vano», «Honra a tu padre y a tu madre» y «No cometerás adulterio.» De modo que en este importantísimo documento divino, que revela el carácter de Dios, tenemos los extremos desde «No matarás» hasta «No codiciarás».

Si la codicia es un problema para nosotros, mientras no la controlemos sufriremos toda la vida a causa de decisiones torcidas. Pidámosle al Señor Jesucristo que sea el dueño de nuestra vida. Que nuestras motivaciones no obedezcan los impulsos de un corazón codicioso sino de un alma llena de la gracia de Dios. Si estamos llenos de su amor divino, tendremos éxito en esta vida. Cristo quiere ser nuestro Señor.

Hermano Pablo

martes, 30 de agosto de 2011