lunes, 29 de agosto de 2011

SABIAMENTE LENTO

Lectura: Juan 8:1-11.

"Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho" Juan 12:50
Cuando los fariseos llevaron ante Jesús a la mujer sorprendida en adulterio y le preguntaron qué hacer con ella, Él se inclinó un momento y escribió en la tierra (Juan 8:6-11). No sabemos qué puso; pero, cuando siguieron preguntándole, el Señor respondió con una breve frase: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (v. 7). Estas pocas palabras produjeron un gran impacto al confrontar a los fariseos con su pecado, ya que se fueron uno tras otro. Aun hoy, esas palabras resuenan en todo el mundo.
Jesús tenía una intimidad tan profunda con Su Padre y una dependencia tal, que dijo de sí mismo: «Lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (12:50). ¡Qué maravilloso sería tener una relación tan estrecha con nuestro Padre que supiéramos cómo responder con Su sabiduría!
Quizá esto pueda comenzar a lograrse si obedecemos el desafío de Santiago en cuanto a ser «pronto para oír, tardo para hablar» (1:19). Esta lentitud no tiene nada que ver con la ignorancia, la indiferencia, la timidez, la culpa ni la vergüenza, sino con el ritmo pausado de la sabiduría que nace de estar serenamente arraigado en el Señor y en Sus pensamientos.
A menudo, se nos dice que nos detengamos y que pensemos antes de hablar, pero yo creo que debemos ir mucho más allá y vivir de manera tal que estemos siempre atentos a la guía de la sabiduría divina.
Escucha a Dios antes de hablar como Su representante.

domingo, 28 de agosto de 2011

UNA ROSA DE AMISTAD

Era en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, y era un botón de rosa lleno de vida, pugnando por abrirse y llegar al máximo de su belleza. La familia Ninomiya, familia japonesa, derramó lágrimas de gratitud.

Conrad Holster, vecino de la familia en las cercanías de San Francisco, California, la había cultivado para darles la bienvenida. Y no sólo había cultivado esa rosa, sino que había cuidado del vivero de los Ninomiya durante los cuatro años que habían pasado en el campo de concentración.

La familia japonesa había comprado tierras cerca de San Francisco. Junto con su vecino, Conrad Holster, un norteamericano, habían cultivado rosas. Cuando estalló la guerra, los japoneses fueron internados en campos de concentración. Conrad, el vecino, cuidó como propio el vivero de ellos.

Lo que hizo de esa rosa todo un símbolo es que floreció en el tiempo en que el Japón había bombardeado a Pearl Harbor, puerto de la ciudad de Honolulu, y la familia Ninomiya era una de muchas familias japonesas bajo sospecha, lamentablemente odiadas por los norteamericanos. Pero este vecino vio más allá de su raza, su cultura y su religión.

«La amistad —dijo alguien metafóricamente— es la rosa con que se enriquece nuestro pobre barro humano.» Y es que la amistad verdadera, cuando es pura y profunda, supera todas las diferencias que nos separan.

El proverbista Salomón expresó algo muy interesante acerca de la amistad: «En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia» (Proverbios 17:17).

Si la amistad que decimos tener distingue entre uno y otro —entre un norteamericano y un japonés, entre un rico y un pobre, entre un letrado y un analfabeto, entre un católico y un protestante—, entonces no es amistad. El que ama sólo a los que están de su lado no tiene más que amor por conveniencia.

Jesucristo dijo: «Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen» (Mateo 5:43‑44). Si Cristo exige amor aun hacia el enemigo, ¡cuanto más hacia el que está separado de nosotros sólo por alguna diferencia de opinión!

Si nos falta amor —amor entre esposo y esposa, entre padre e hijo, entre un pueblo y otro, entre una religión y otra—, es porque no tenemos en nosotros el amor puro de Dios. No suframos más con odio. Cristo quiere cambiarnos con su amor.

Hermano Pablo

viernes, 26 de agosto de 2011


"Da siempre lo mejor...y lo mejor vendrá"

A veces, las personas son egoístas, ilógicas e insensatas...
Aún así, perdónalas.

Si eres amable, las personas pueden acusarte de egoísta e interesado...
Aún así.... Sé Amable.

Si eres vencedor, tendrás algunos falsos amigos y algunos enemigos verdaderos...
Aún así.... Vence.

Si eres honesto y franco, las personas pueden engañarte...
Aún así.... Sé honesto y franco.

Lo que tardaste años para construir, alguien puede destruirlo en una hora.
Aún así... Construye.

Si tienes paz y eres feliz, las personas pueden sentir envidia...
Aún así... Sé felíz.

El bien que hagas hoy, puede ser olvidado mañana.
Aún así... Haz el bien.

Si das al mundo lo mejor de tí, puede que eso nunca sea suficiente...
Aún así... Da lo mejor de tí mismo.

Al fín de cuentas...
Todo será entre tú y Dios....
Nunca fué entre tú y ellos.


CUIDA TU TESTIMONIO

El semáforo se puso en amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y como era de esperar, hizo lo correcto: se detuvo en la línea de paso para los peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando a través de la intersección.

La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa. Le tocó la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos en alta voz, ya que por culpa suya no pudo avanzar a través de la intersección. y para colmo, se le cayó el celular y se le regó el maquillaje. En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el cristal del lado.

Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba y la llevó a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, Le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda. Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales.

“Señora, lamento mucho este error”, Le explicó el policía. “Le mandé a bajar mientras usted se encontraba tocando la bocina fuertemente, queriendo pasarle por encima al automóvil del frente, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces.

- “Mientras la observaba, me percaté que de su retrovisor cuelga un Rosario.

- Su carro tiene en su bumper un sticker que dice ‘¿Qué haría Jesús en mi lugar?’

- Su tablilla tiene un borde que dice ‘Yo escojo la Vida’.

- Otro sticker que dice ‘Sígueme el Domingo a la Iglesia’ y finalmente, el emblema cristiano del pez.

“Como es de esperarse, supuse que el auto era robado.”

HORA DE CRECER

Lectura: 1 Corintios 3:1-17.
"De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo" 1 Corintios 3:1
Mientras miraba algunas tarjetas de cumpleaños en una tienda de regalos, encontré una que me hizo reír. El mensaje decía: «Sólo eres joven una vez, pero puedes ser inmaduro siempre». Esa tarjeta estimuló mi sentido del humor. No tener que crecer posee cierto atractivo, como puede atestiguar todo admirador de Peter Pan.
Sin embargo, todos sabemos que la inmadurez perpetua no es sólo inadecuada, sino también inaceptable. En el caso de los creyentes, es vital que maduremos. Después de nacer de nuevo y de convertirnos en seguidores de Cristo, se espera que dejemos de ser bebés espirituales. Las Escrituras nos desafían a crecer para asemejarnos más al Señor.
Al escribirle a la iglesia en Corinto (una congregación muy problemática), Pablo dijo que las dificultades que atravesaba se debían a la falta de desarrollo espiritual de sus miembros. En 1 Corintios 3:1, señaló: «Hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo».
¿Cómo crecemos para dejar de ser bebés espirituales? Pedro insistió: «Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3:18). Esto lo logramos al meditar en la Palabra de Dios y al dedicarnos a la oración (Salmo 119:97-104; Hechos 1:14). Como en el caso de la iglesia de Corintio, tal vez para nosotros también sea hora de crecer.
El crecimiento espiritual se produce cuando se cultiva la fe.

jueves, 25 de agosto de 2011

MILES Y MILES DE CARTAS

La cantidad fue creciendo y creciendo. Al principio sólo era una cuenta de interés local. Después se hizo de alcance mundial. Eran cartas: cartas y tarjetas que llegaban de todas partes del mundo.

Craig Shergold, niño inglés de diez años de edad, se moría de cáncer. Su caso, cáncer inoperable al cerebro, despertó simpatía a nivel mundial, y como que el mundo entero volcó su interés en favor del niño.

Entre las miles de cartas que recibió había una que decía: «Yo me haré cargo de la operación del niño.» La carta venía de John Kluge, un millonario norteamericano. Él había hablado con Neal Kasell, eminente neurocirujano, y éste se había comprometido a ver al niño.

Todo fue minuciosamente preparado: el vuelo a Inglaterra, el diálogo con el doctor del niño, el examen y la fecha para la cirugía. Por fin llegó la hora, y la operación, sumamente difícil, fue todo un éxito, y el niño recuperó la salud.

Quizá nunca nadie recibió tantas cartas en toda su vida como este chico inglés. Pero fue una sola, la carta de John Kluge, la que le trajo la salud.

Son muchas las cartas que se escriben diariamente en este mundo. Y uno se pregunta: ¿Qué dicen todas esas cartas? ¿Qué cuentan? ¿Qué informan? La respuesta es obvia: cosas y asuntos humanos.

¿Cuántas de esas cartas traerán alivio? ¿Cuántas levantarán el ánimo? ¿Cuántas mitigarán penas y dolores? ¿Cuántas producirán alegría y felicidad?

Cada uno de nosotros puede escribir esa carta que traerá salud al moribundo. Siendo así, escribámosla. Escribamos cartas, pero no de odio ni de resentimiento. Escribamos cartas de ánimo, de alegría, de consuelo. Levantemos el corazón del triste. Infundámosle fuerzas al débil. Calmemos al atormentado. Consolemos al desconsolado. Quizá uno de nosotros sea la única persona que pueda traer esperanza al que ya no quiere vivir.

¿Hay alguna persona en nuestra vida que necesita aliento? Escribámosle, y digámosle que la amamos. Digámosle también que Dios le ama. No tenemos que aconsejarla ni sermonearla. Lo único que tenemos que hacer es amarla. Esa es la medicina que traerá la salud que nuestros conocidos tanto necesitan.

Si nos cuesta trabajo escribir una carta así, pidámosle a Jesucristo que entre en nuestro corazón. El amor de Cristo invadirá nuestra alma y se desbordará en amor hacia aquel amigo que necesita aliento. Escribamos esa carta. Escribámosla hoy mismo.

Hermano Pablo

miércoles, 24 de agosto de 2011