miércoles, 20 de julio de 2011

GRACIA,MISERICORDIA Y PAZ

Lectura: 2 Timoteo 1:1-10.
"Bendice, […] a Jehová. […] El que te corona de favores y misericordias" Salmo 103:1,4
Las palabras gracia y paz se encuentran en todos los saludos de Pablo en sus cartas del Nuevo Testamento a las iglesias. Además, en las epístolas a Timoteo y a Tito, también incluye la misericordia: «Gracias, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor» (2 Timoteo 1:2). Examinemos cada uno de estos términos.
Gracia es lo que nuestro Dios santo concede y que nosotros, por ser pecadores, no merecemos. Hechos 17:25 nos enseña que «él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas». Sus dádivas incluyen hasta nuestra próxima respiración. Aun en nuestra hora más oscura, Dios nos da fuerzas para que podamos soportar.
Misericordia es lo que el Señor retiene, pero que sí merecemos. Lamentaciones 3:22 dice: «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos». Incluso cuando nos desviamos, Dios nos da tiempo y nos ayuda a regresar a Él.
Paz es lo que Dios concede a Su pueblo. Jesús dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da» (Juan 14:27). Aun en los peores momentos, tenemos tranquilidad interior porque nuestro Dios tiene el control.
Podemos cobrar ánimo al saber que, a lo largo de nuestra vida, el Señor nos dará la gracia, la misericordia y la paz que necesitamos para vivir para Él.
La gracia de Dios es inconmensurable; Su misericordia, inagotable; Su paz, inenarrable.

lunes, 18 de julio de 2011

domingo, 17 de julio de 2011

TODA LA VIDA JUNTAS

Nacieron juntas porque eran mellizas. Y vivieron juntas toda la vida, hasta morir en enero de 1993 a los cuarenta y tres años de edad. Eran Yvonne e Yvette, dos hermanas de Long Beach, California.

A los seis años de edad comenzaron a cantar juntas. Juntas, y con otros grupos, cantaron por todo el país. Juntas actuaron en circos y en televisión, y juntas estudiaron enfermería. Siempre estaban juntas porque Yvonne e Yvette no podían separarse. Eran hermanas siamesas, unidas físicamente por la cabeza.

En la ceremonia fúnebre el pastor de ellas, John Shepherd, dijo: «Juntas nacieron, juntas vivieron, juntas alabaron a Dios en canto, juntas partieron de este mundo, y juntas llegaron al cielo.»

He aquí una historia como para hacer una película. Cuando Yvonne e Yvette nacieron, su madre, que era muy pobre y estaba separada de su esposo, tenía ya cinco hijos. Cuando le dijeron que debía internar a las siamesas en alguna institución especializada, la buena mujer contestó: «Dios me ha enviado estas niñas, y Él me enseñará como criarlas.»

¿Cómo pueden dos hermanas siamesas vivir cuarenta y tres años juntas y ser felices? ¿Cómo pudieron, a los seis años de edad, cantar juntas en la iglesia, y luego continuar su vida actuando en circos y en televisión? ¿Cómo pudieron viajar por todo el país con otros conjuntos, y sin embargo estudiar la carrera de enfermería?

Pudieron hacer todo eso conservando un carácter alegre y optimista, porque su madre confió en Dios y puso a las siamesitas en sus manos. La fe en Dios produce fuerzas increíbles donde éstas no existen.

Hay personas que niegan la realidad de un Salvador viviente. Niegan que Dios es amor. Niegan que la fe en Cristo tenga poder. Niegan que Dios puede y quiere intervenir en nuestra vida. Niegan todo lo que es cristiano, espiritual, divino y eterno. Por eso viven en la amargura, la derrota y la miseria. Y por eso mueren sin esperanza, porque nunca quisieron creer en el Dios de la esperanza. Pero vidas como las de Yvonne e Yvette McCarther son un rotundo mentís a todas esas personas que niegan la eficacia del amor de Dios.

Cristo vive, y puede dar perdón, salvación y triunfo sobre todas las contrariedades de la vida. Cuando alguien clama a Cristo en medio de sus frustraciones, Cristo está a su lado, dispuesto a tenderle una mano de salvación. Él desea ser nuestro refugio. Confiemos en Él.

Hermano Pablo

sábado, 16 de julio de 2011

MOSTRAR, LUEGO HABLAR

Lectura: Mateo 5:11-16.
"Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre…" Mateo 5:16
Hubo una época en que una ciudad del oeste de los Estados Unidos quizá haya sido el lugar más hostil del país al evangelio. Las cafeterías tenían carteles con anuncios de reuniones de hechiceros para aprender a embrujar a los enemigos.
El entorno era tan desafiante para las iglesias que casi no conseguían permisos del concejo municipal para congregarse. Muchos líderes de esas iglesias sólo se lamentaban de la situación, hasta que un grupo de pastores comenzó a reunirse con regularidad para orar y después decidió practicar el amor de Jesús en la ciudad. Comenzaron un ministerio entre los «sin techo», los enfermos de SIDA y los jóvenes en situación de riesgo. Con fidelidad y un propósito definido, suplieron con el amor de Dios las necesidades de la gente dolida. Poco después, las organizaciones locales comenzaron a convocarlos para ayudar. Y lo más importante de todo fue que las iglesias empezaron a crecer a medida que la gente respondía al evangelio expresado en acciones.
Esto comprueba lo siguiente: A veces uno tiene que «mostrar» y recién después hablar. En realidad, nadie quiere escuchar lo que tenemos para decir del amor de Jesús hasta que lo hayan visto en nuestra vida (Mateo 5:16). Entonces, aun los más acérrimos opositores quizá se alegren de que tú estés en su ciudad, su oficina o su vecindario. Y también podrías llegar a tener la oportunidad de hablarles de Cristo.
Cuando compartes el evangelio, asegúrate de que también lo vivas.

BUENAS OBRAS

El cual pagará a cada uno conforme a sus obras. Romanos 2:6.

Por algún motivo, muchos cristianos no entienden el lugar de las obras en la experiencia espiritual. Las obras no salvan a nadie. La Biblia enseña, con claridad meridiana, que la salvación es únicamente por la gracia maravillosa de Jesús.

Este mensaje está presente desde el libro de Génesis, cuando un cordero, que simbolizaba a Jesús, era sacrificado a fin de resolver el problema de la desnudez humana; pasando por el pueblo de Israel, en que cada israelita tenía que ofrecer a Dios un corderito, como expiación por su pecado, hasta el libro de Apocalipsis, que termina diciendo: “La gracia del Señor esté con todos vosotros”.

Pero, el texto de hoy es también claro, al afirmar que el resultado final de la gracia son las buenas obras y que, finalmente, seremos juzgados por lo que hicimos o dejamos de hacer.
La gracia no está reñida con las obras; ambas tienen lugar en la experiencia de una persona que ha entregado su vida a Jesús. La gracia es la causa de la salvación; las obras, son su resultado. La confusión sucede cuando cambia­mos los papeles, y pensamos que las obras nos califican para la salvación; o, ya que fuimos salvos en Cristo, no necesitamos preocuparnos por las obras.

La otra confusión surge cuando deseamos que las buenas obras sean el resultado de nuestro esfuerzo. Si para alguna cosa vale el esfuerzo humano, es para buscar a Jesús y mantener, con él, un compañerismo diario a través de la oración, el estudio de la Biblia y la testificación.

¿Por qué se necesita esfuerzo? Porque la naturaleza humana, que todavía cargamos, nos conduce lejos de Dios; no es natural que quiera vivir en co­munión con Jesús.
Pero, el hecho de que no sea natural no significa que debas quedarte vegetando en el terreno de la mediocridad espiritual, y aceptes pasivamente una vida de derrotas espirituales.

La victoria es posible con Jesús. Por eso, el libro de Apocalipsis está re­pleto de promesas para los vencedores. La victoria no es una fantasía, ni una utopía, ni algo reservado solo para quienes tienen gran fuerza de voluntad. La victoria es un presente de amor, que Jesús ofrece a los que, con humildad, lo buscan. Haz de este día un día de victorias espirituales y de muchas obras, sa­biendo que Dios “pagará a cada uno conforme a sus obras.

viernes, 15 de julio de 2011

HACEDORES DEL MUNDO

Lectura: Santiago 1:19-27.
"Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores" Santiago 1:22
Antes de mudarnos a otra casa en un nuevo vecindario, un domingo invitamos a comer a mi cuñada Sue y a su esposo Ted. Mientras nos saludábamos en la entrada de la casa, un ruido extraño les hizo dirigir la vista hacia la cocina. Tras seguir la mirada de ellos, quedé paralizada del horror. Una manguera desenganchada de nuestra antigua lavadora de platos se sacudía de un lado al otro como la trompa de un elefante enojado, ¡escupiendo agua por todas partes!
Sue se puso en acción de inmediato: dejó caer la cartera al piso, llegó a la cocina antes que yo y, mientras pedía toallas y un secador, cortó el agua. Pasamos los primeros quince minutos de su visita arrodillados secando el piso.
Sue es una hacedora, y este planeta es un lugar mejor gracias a los hacedores que hay en el mundo. Son personas que están siempre listas para ponerse a trabajar, para involucrarse e incluso, de ser necesario, para liderar.
Muchos de los hacedores del mundo son también hacedores de la Palabra. Son seguidores de Jesús que se han tomado a pecho el desafío de Santiago: «Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores» (1:22).
¿Estás haciendo todo lo que sabes que Dios quiere que hagas? A medida que leas la Palabra de Dios, practica lo que has aprendido. Primero, oye; después, haz. La bendición de Dios surge como resultado de nuestra obediencia (v. 25).
El valor de la Biblia no consiste simplemente en conocerla, sino en obedecerla.

jueves, 14 de julio de 2011

VIOLENCIA FAMILIAR

Eran tres niños, hermanitos los tres, de seis, siete y ocho años de edad. Con ojos aterrorizados y temblando de miedo, no podían dejar de mirar. ¿Qué estaban mirando? Veían cómo su padre le daba una paliza brutal a su madre. La escena la describe un diario de América Latina.

El hombre enfurecido, a la vista de sus tres hijitos, golpeaba brutalmente a su esposa. ¿Cuál era la causa? Nadie sabe. Los niños sólo decían: «Papá estaba muy enojado.» Pero una palabra lo describe todo: violencia.

La violencia doméstica, aunque en la vida diaria no es nada nuevo, en las crónicas de los diarios y en los tribunales sí lo es. Es algo que ha recrudecido en las últimas décadas. Y esta crónica nos obliga a tocar dos puntos: la violencia entre padres, y su efecto en los hijos.

Algunos dicen que la violencia familiar la incita la familia misma, pero eso es ver el asunto de una manera superficial. La violencia nace en el corazón. Está adentro de uno como lo estaba en el corazón de Caín, y sólo necesita una muy pequeña provocación para estallar.

Decimos que es culpa de la mujer, o de los hijos, o del jefe o de otro, pero no lo es. Procede del corazón herido y confundido que vierte su frustración sobre los que están más cerca. Cuando el tronco está malo, todo el árbol lo está. Cuando el corazón vive en amargura, la persona en la que late reacciona con violencia.

¿Y qué de los hijos? No hay nada en todo el mundo que frustre y confunda y atemorice más al niño que ver a sus padres peleándose, especialmente cuando son encuentros violentos. Y si la criatura tiene dos, tres o cuatro años de edad, esos disgustos tienen efectos desastrosos que afectan toda su vida. Un sociólogo investigador dijo: «Cuanto más violenta es la pareja, de las que hemos entrevistado, más violentos son los hijos.» Por cierto, la violencia en los padres viene de la violencia en los progenitores de ellos.

¡Cuánto necesitamos paz y tranquilidad en nuestro corazón! ¡Cuánto necesitamos al Príncipe de paz! Y ese Príncipe de paz existe. Es Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14:27).

Entreguémosle nuestro corazón a Cristo. Si el enojo ha sido nuestra debilidad, hagamos una sincera declaración de humilde arrepentimiento. Cristo conoce nuestra intención y Él quiere ayudarnos. Permitámosle entrar en nuestro corazón. Él nos renovará en lo más profundo de nuestro ser.

Hermano Pablo