viernes, 15 de julio de 2011

HACEDORES DEL MUNDO

Lectura: Santiago 1:19-27.
"Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores" Santiago 1:22
Antes de mudarnos a otra casa en un nuevo vecindario, un domingo invitamos a comer a mi cuñada Sue y a su esposo Ted. Mientras nos saludábamos en la entrada de la casa, un ruido extraño les hizo dirigir la vista hacia la cocina. Tras seguir la mirada de ellos, quedé paralizada del horror. Una manguera desenganchada de nuestra antigua lavadora de platos se sacudía de un lado al otro como la trompa de un elefante enojado, ¡escupiendo agua por todas partes!
Sue se puso en acción de inmediato: dejó caer la cartera al piso, llegó a la cocina antes que yo y, mientras pedía toallas y un secador, cortó el agua. Pasamos los primeros quince minutos de su visita arrodillados secando el piso.
Sue es una hacedora, y este planeta es un lugar mejor gracias a los hacedores que hay en el mundo. Son personas que están siempre listas para ponerse a trabajar, para involucrarse e incluso, de ser necesario, para liderar.
Muchos de los hacedores del mundo son también hacedores de la Palabra. Son seguidores de Jesús que se han tomado a pecho el desafío de Santiago: «Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores» (1:22).
¿Estás haciendo todo lo que sabes que Dios quiere que hagas? A medida que leas la Palabra de Dios, practica lo que has aprendido. Primero, oye; después, haz. La bendición de Dios surge como resultado de nuestra obediencia (v. 25).
El valor de la Biblia no consiste simplemente en conocerla, sino en obedecerla.

jueves, 14 de julio de 2011

VIOLENCIA FAMILIAR

Eran tres niños, hermanitos los tres, de seis, siete y ocho años de edad. Con ojos aterrorizados y temblando de miedo, no podían dejar de mirar. ¿Qué estaban mirando? Veían cómo su padre le daba una paliza brutal a su madre. La escena la describe un diario de América Latina.

El hombre enfurecido, a la vista de sus tres hijitos, golpeaba brutalmente a su esposa. ¿Cuál era la causa? Nadie sabe. Los niños sólo decían: «Papá estaba muy enojado.» Pero una palabra lo describe todo: violencia.

La violencia doméstica, aunque en la vida diaria no es nada nuevo, en las crónicas de los diarios y en los tribunales sí lo es. Es algo que ha recrudecido en las últimas décadas. Y esta crónica nos obliga a tocar dos puntos: la violencia entre padres, y su efecto en los hijos.

Algunos dicen que la violencia familiar la incita la familia misma, pero eso es ver el asunto de una manera superficial. La violencia nace en el corazón. Está adentro de uno como lo estaba en el corazón de Caín, y sólo necesita una muy pequeña provocación para estallar.

Decimos que es culpa de la mujer, o de los hijos, o del jefe o de otro, pero no lo es. Procede del corazón herido y confundido que vierte su frustración sobre los que están más cerca. Cuando el tronco está malo, todo el árbol lo está. Cuando el corazón vive en amargura, la persona en la que late reacciona con violencia.

¿Y qué de los hijos? No hay nada en todo el mundo que frustre y confunda y atemorice más al niño que ver a sus padres peleándose, especialmente cuando son encuentros violentos. Y si la criatura tiene dos, tres o cuatro años de edad, esos disgustos tienen efectos desastrosos que afectan toda su vida. Un sociólogo investigador dijo: «Cuanto más violenta es la pareja, de las que hemos entrevistado, más violentos son los hijos.» Por cierto, la violencia en los padres viene de la violencia en los progenitores de ellos.

¡Cuánto necesitamos paz y tranquilidad en nuestro corazón! ¡Cuánto necesitamos al Príncipe de paz! Y ese Príncipe de paz existe. Es Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14:27).

Entreguémosle nuestro corazón a Cristo. Si el enojo ha sido nuestra debilidad, hagamos una sincera declaración de humilde arrepentimiento. Cristo conoce nuestra intención y Él quiere ayudarnos. Permitámosle entrar en nuestro corazón. Él nos renovará en lo más profundo de nuestro ser.

Hermano Pablo

miércoles, 13 de julio de 2011

ALGO MEJOR

Lectura: Hebreos 11:4-7,32-40.
"Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido" Hebreos 11:39
Abel no parece encajar en la primera mitad de Hebreos 11. Es el primero de los «antiguos» de esa lista, pero su historia no es como la de los otros que se mencionan allí. Enoc fue al cielo sin morir; Noé salvó a la humanidad; Abraham comenzó una nación; Isaac fue un patriarca destacado; José ascendió a lo máximo del poder en Egipto; Moisés lideró el éxodo más grandioso de todos los tiempos.
Sin duda, la fe de estos fue recompensada. Por fe, hicieron lo que Dios les pidió, y Él derramó Su bendición sobre ellos. Vieron con sus propios ojos el cumplimiento de las promesas divinas.
Pero ¿qué pasó con Abel? El segundo hijo de Adán y Eva tuvo fe, pero ¿qué recibió a cambio? Fue asesinado. Su situación se parece más a la de los que se mencionan en los vv. 35-38, quienes descubrieron que confiar en Dios no siempre genera bendiciones inmediatas. Estos enfrentaron «burlas», «cárceles», fueron «aserrados por la mitad». Nosotros quizá diríamos: «Gracias, pero no». Todos preferiríamos ser el heroico Abraham en vez de individuos que pasan «necesidades, afligidos y maltratados» (v. 37 NVI). Sin embargo, en el plan divino, no hay garantía de tranquilidad ni de fama, ni siquiera para los fieles.
Aunque experimentemos ciertas bendiciones en esta vida, tal vez debamos esperar «alguna cosa mejor» (v. 40): el cumplimiento de las promesas de Dios en gloria. En tanto, sigamos viviendo «mediante la fe».
Lo que se hace por Cristo ahora tendrá una recompensa eterna.

NO DESMAYES, NO TE AFANES, NO TE RINDAS

No desmayes, estás a tiempo de considerar la vida y comenzar de nuevo, aceptar sus espinas y disfrutar sus pétalos.

No te afanes, que la vida es eso, un viaje con pesadas cargas, pero con ligeros equipajes.

No te rindas, escucha, no cedas, aunque el frío no soportes, aunque el calor te queme y la brisa hasta corte tu piel.

La vida es un don, es un regalo aún para algunos sin abrir... En tus manos y en las de Cristo están tus veredas, tu seguro puerto y destino.
Recuerda, no hay herida que no cure con el tiempo. Abre las puertas de tu corazón a Dios, quita los cerrojos enmohecidos por los amargos recuerdos y echate a volar... Que la sonrisa de un niño te restaure, que una palabra a tiempo te ilumine y que un santo sentimiento te resguarde. Extiende tu mano a otros que han caído y despliega tus alas sabiendo que no eres el único que en la vida ha sufrido.

Si, Celebra la vida, ahorra las lágrimas solo para los buenos momentos...
Hoy es el día... Hoy es la hora cero... Tu puedes hacerlo hermano.

No desmayes, no te afanes, ni te rindas.

Filipenses 4:6-7
6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.

7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

martes, 12 de julio de 2011

VERDADERA LIVERTAD

Lectura: Gálatas 4:21–5:1.
"Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres" Gálatas 5:1
En 1776, las 13 colonias británicas asentadas en América del Norte protestaron por las restricciones que el rey de Inglaterra aplicó sobre ellas, y comenzaron una lucha que dio nacimiento a una nueva república. Al poco tiempo, la novel nación adoptó ese documento actualmente famoso, conocido como la Declaración de la Independencia.
Hace casi 2.000 años, el Señor Jesús exclamó desde la cruz: «Consumado es», y así proclamó la «declaración de la independencia» del creyente. Toda la humanidad estaba sujeta a la tiranía del pecado y de la muerte. Pero Cristo, el Ser impecable, ocupó nuestro lugar en el calvario y murió por nuestros pecados. Tras haber satisfecho las demandas de la justicia de Dios, ahora liberta eternamente a todos los que confían en Él.
Pablo escribió: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3:13). Romanos 8 afirma que «ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús […]. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (vv. 1-2). Gálatas 5:1 insta a todos los redimidos a estar «firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres».
Estamos agradecidos a Dios por la libertad que gozamos en una nación; sin embargo, por sobre todas las cosas, ¡los creyentes, en cualquier lugar, pueden alabar al Señor por la libertad que se encuentra en Cristo!
Nuestra libertad más grandiosa es ser libertados del pecado.

domingo, 10 de julio de 2011

«ESTOY MURIENDO DE SIDA»

Era abril en el Parque Central de Nueva York, el inmenso pulmón refrescante de la gigantesca urbe. Y una vez más las ruedas del tiempo trajeron la verde y florida diosa primaveral al parque. Un hombre joven, de menos de treinta años de edad, estaba sentado en un banco: flaco, amarillo, ojeroso, triste.

Sobre su pecho escuálido descansaba un cartel: un cartel humano, un cartel patético, símbolo de la época. El cartel decía: «Estoy muriendo de SIDA. No tengo domicilio. No sé qué hacer. Ayúdenme.» Y los ojos del hombre joven, sin luz, sin vida, sin esperanza, miraban a la nada.

Hace muchos años otro hombre se sentó en ese mismo banco de ese mismo parque, y puso también un cartel sobre su pecho. Aquel cartel decía: «Hoy es primavera, y yo soy ciego.» Conmovía con esto a la gente, que le echaba monedas en el sombrero.

¡Cómo han cambiado los tiempos! Antes la ceguera era la gran calamidad, y aunque lo sigue siendo, ahora ha hecho su aparición el SIDA. Y el SIDA ha copado el gran escenario de las tragedias humanas. Hoy día el SIDA es la nube negra más ominosa que se cierne en el horizonte de la raza humana.

La ceguera, ciertamente, es penosa. Pero hay personas ciegas que se sobreponen a su mal, y llevan una vida abundante y feliz. Leen, estudian, se casan, engendran hijos, hacen negocios, practican profesiones. Fuera de que sus ojos carecen de luz, llevan una vida perfectamente normal y feliz.

La ceguera no mata; el SIDA sí. El enfermo de SIDA, además de estar condenado a muerte, sufre el estigma del mismo mal, la vergüenza de haber contraído una enfermedad que, en la gran mayoría de los casos, a duras penas se mantiene a flote en las aguas sucias del pecado.

¿Cómo se libra nuestra sociedad de este implacable mal? La ciencia médica lo dice: no teniendo relaciones sexuales fuera del matrimonio. Por algo exige Dios obediencia a sus divinos mandamientos morales. No hacerle caso al: «No cometerás adulterio» destruye no sólo el hogar, sino también al individuo.

La homosexualidad, el adulterio, la lujuria, la promiscuidad en todas sus formas, nunca han traído ningún bien al mundo. En cambio, la monogamia, es decir, el sexo sólo dentro del matrimonio, produce la normalidad social que todo ser humano desea. Sólo Cristo puede darnos la fuerza moral necesaria para llevar una vida así. Rindámonos a la voluntad de Dios. Sólo eso nos traerá la verdadera felicidad.

Hermano Pablo

viernes, 8 de julio de 2011

100% OFF ( QUERER PARA PODER RECIBIR )

¿Alguna vez te han sorprendido con un regalo que no esperabas? ¿Alguna vez te han ofrecido solución a un problema que te agobiaba, de manera gratuita y sin intereses de por medio?

Cuando se trata de recibir sin tener que dar nada a cambio, nos apuramos a estirar la mano para tomar lo que nos ofrecen, sea un mes gratis de TV satelital, una entrada a algún espectáculo o una muestra de perfume. Nos empujamos entre la posible competencia, no sea que cuando llegue nuestro turno debamos irnos con las manos vacías. En situaciones como estas, parece irracional negarnos, decir “no, gracias” o simplemente ser indiferentes con nuestro benefactor.

En el actual mundo en el que vivimos, estamos acostumbrados a que si nos regalan algo, si no nos cuesta nada, simplemente lo tomamos, ya veremos si lo nec esitamos más adelante, en todo caso siendo que es gratis, lo tomamos sin pensar demasiado, aunque la pieza no parezca muy útil al principio, no desaprovechamos la oportunidad, no se sabe si en el futuro podrá sernos útil, pensamos.

Paradójicamente, con la gracia de Dios sucede lo contrario. Cuanto menos interés hay de parte del dador por sacar su propio rédito, más desconfiamos, cuanto más prima nuestro bienestar, comenzamos a sentirnos invadidos y preferimos rechazar la oferta antes de ver cercenada nuestra libertad. Más vale seguir cargando con lo que nos agobia a recibir algo que pueda llegar a comprometernos de alguna manera.

El regalo por excelencia, inmerecido, totalmente gratuito y pagado con la sangre de Cristo para ser concedido a quien cree que lo necesita, se vuelve muchas veces algo que no nos animamos a recibir. Miramos con desconfianza, nos preguntamos qué habrá de oculto y preferimos seguir nuestra marcha arrastrando como podamos nuestra carga, pero siempre dueños de nuestra propia vida y su aparente libertad.

Si es gratis y Dios no se cansa de ofrecerla, seguramente podremos solicitarla en otra oportunidad, pensamos, y seguimos adelante.

La maravillosa y multiforme gracia de Dios es algo que, racionalmente como hombres, nunca llegaremos a comprender de manera plena y profunda. Nos halaga y nos incomoda al mismo tiempo, la deseamos pero nos resistimos a tomarla, la envidiamos en otros porque no logramos comprenderla en todas sus aristas y hasta podemos llegar a considerar a Dios injusto por repartirla bajo las mismas condiciones a todo el mundo. A veces intentamos ganarla, hacer algo para merecerla, nos cuesta aceptar que no dependa de nosotros ni de nuestros méritos.

Si bien es gratis y no podemos hacer nada para comprarla, para recibir el hermoso regalo de la gracia de Dios hay algo que no podemos eludir: debemos ser conscientes de que la necesitamos y debemos desear obtene rla. Está allí disponible, Dios la ha provisto sin limitaciones, pero como todas las cosas, no puede ser dada a quien no está dispuesto a recibirla.

Estirar nuestros brazos espirituales para aceptarla, implica reconocer que tenemos un problema y que Dios ha provisto solución a ese problema. Implica estar dispuestos a mirar el problema de nuestro interior, lo negro de nuestra miseria y reconocer que necesitamos la solución que nos ofrece la misericordia divina.

La gracia está siendo derramada a diario, Dios la derrama hoy y lo seguirá haciendo aún por un tiempo, ignorar al dador de la gracia, porque de todos modos podremos reclamarla mañana no debería llevarnos a posponer nuestra decisión. Más bien deberíamos preguntarnos: ¿Qué cambiará mañana que estaré dispuesto a recibirla? ¿Por qué no hacerlo hoy? ¿Qué me detiene?

La gracia de Dios no solo provee solución a una vida sin sentido, sino que da acceso al Padre, vida eterna, perdón y una nueva razón para vivir. Cambia nuestras prioridades, abre nuestros ojos, nos llena de paz y esperanza, y nos permite gozar de la vida abundante que Dios ha prometido para quienes en Él creen.

Si aún no has experimentado la gracia de Dios en tu vida, ¡disponte a aceptarla! No debes pelear por ella, no debes ser mejor persona para poder recibirla, está allí al alcance de tu mano, sólo debes creer que Cristo la compró para ti en la cruz del calvario.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16

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