sábado, 4 de junio de 2011

NEGACION PAUSIBLE

Lectura: Salmo 51:1-10.
"Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" 1 Samuel 16:7
En respuesta a las acusaciones de los medios de comunicación por escándalo e indecencia, el político culpable respondió con el siguiente pretexto: «No recuerdo tales acontecimientos». No obstante, este fue otro intento de una figura pública de aplicar una estrategia llamada «negación plausible». Ocurre cuando un individuo trata de crear una red de protección personal buscando convencer a los demás de que desconocía los sucesos en cuestión. Otra persona es imputada y se convierte en el chivo expiatorio que paga por los agravios del culpable.
A veces los creyentes tienen su propia clase de negación plausible. Declaramos desconocer nuestra conducta equivocada, ponemos excusas o culpamos a otros; pero Dios sabe la verdad. La Biblia nos dice: «El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7). Esto es cierto cuando el corazón es puro y también cuando está corrompido y encubierto con falsas declaraciones de inocencia. Podemos engañar a otras personas que sólo nos ven por fuera, pero Dios conoce la realidad de nuestro corazón, sea bueno o malo.
Por lo tanto, es sabio confesar con humildad nuestras ofensas al Señor. Él desea que admitamos la verdad (Salmo 51:6). La única manera de librarnos del pecado y restaurar nuestra comunión con Dios es reconocerlo y confesárselo a Él (vv. 3-4).
Podemos conseguir engañar a otros, pero Dios conoce nuestro corazón.

viernes, 3 de junio de 2011

PREGUNTAS DE DAVID

Lectura: Salmos 8.
"¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" Salmo 8:4
Un proverbio africano dice: «El que pregunta, no se pierde en el camino». Este concepto puede ser útil al considerar las preguntas de David en los Salmos. Es evidente que él estaba buscando la guía de Dios para saber qué camino debía tomar.
Observa, por ejemplo, algunas de las preguntas que hizo:
«Jehová, ¿hasta cuándo?» (6:3). Una pregunta impaciente por ver el plan de Dios cumplido.
«¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?» (8:4). Una pregunta de asombro ante el interés de Dios por el hombre pecador.
«¿Por qué […] te escondes en el tiempo de la tribulación?» (10:1). Una pregunta que revela un anhelo de la presencia de Dios.
«Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?» (15:1). La pregunta definitiva sobre quién puede vivir con Dios.
David tenía algunas preguntas difíciles para hacerle al Señor, porque había descubierto lo que se siente cuando una persona deja de lado a Dios, hace las cosas como quiere y pierde su camino. No obstante, cuando escribió los salmos, era un hombre que buscaba vivir piadosamente. Por eso, investigaba lo que Dios pensaba sobre temas complicados.
Preguntas. Al igual que David, tú también las tienes. Sigue preguntando. Después, mediante la fe en la Palabra de Dios y la obra del Espíritu Santo, presta atención mientras Él te guía por Su camino.
Es bueno preguntarse cosas, pero mejor aun es buscar las respuestas de Dios.

martes, 31 de mayo de 2011

«DEJA QUE TU PADRE TE DÉ UN BESO»

La balsa de goma corrió desbocada sobre los furiosos rápidos del río Colorado, en el Gran Cañón. Navegaban en la balsa tres hombres impetuosos. De repente la balsa dio contra una afilada punta de una roca, y estalló como un globo. Los tres hombres cayeron a las turbulentas aguas.

Harris Frank, de sesenta y cinco años de edad, hombre recio y duro, luchó por su vida. Tenía una clavícula fracturada y la mano izquierda casi seccionada. De los otros hombres, su hijo John de cuarenta años, y su nieto Tyler de dieciocho, no supo nada. En su agonía clamó a Dios diciendo: «Señor de los cielos, sálvame a mí y sálvalos a ellos.» Después de dos horas fue rescatado.

Cuando su hijo y su nieto fueron a verlo al hospital, Harris Frank, con lágrimas en los ojos, dijo: «Deja que tu padre te dé un beso.» Este era el primer beso que aquel padre le daba al hijo en cuarenta años de vida.

Harris Frank no era un hombre malo. Era un hombre duro, eso sí, de los que piensan que besar a un hijo es señal de debilidad, cosa de mujeres. Pero él no era malo. Sin embargo, esos momentos de peligro, cuando parece que se ha llegado al fin de la vida y se abre por delante el abismo negro de la muerte, sirven para ablandar la mente y el corazón. El hombre más duro se enternece, y los ojos sin lágrimas se humedecen.

Muchos padres piensan que para hacer que sus hijos sean hombres tienen que tratarlos con dureza e insensibilidad. No deben nunca mostrarles cariño ni darles un abrazo. Pero cuando acecha la muerte o golpea la desgracia, se dan cuenta de que la vida natural no es así. Ellos también, por duros que sean, sienten emociones que los mueven a llorar, a asustarse y a clamar a Dios. Cuenta Harris Frank, en su relato, que vio una especie de catedral blanca en los cielos, y eso lo hizo clamar a Dios.

¿Cómo debe relacionarse, entonces, el padre con su hijo? Si el hijo está en la cunita y todavía viste pañales, debe ir y darle un beso. Si el hijo tiene dieciocho años y está sufriendo sus primeros problemas emocionales, debe abrazarlo, darle un beso y confortarlo. Y aun si el hijo tiene cuarenta años de edad y está pasando por una crisis en su vida, debe darle un abrazo y un beso. ¿Acaso por eso deja de ser su hijo?

Los hijos, especialmente los hijos varones, necesitan ver en su padre esa transparencia emocional que les asegura que son amados de quien más necesitan amor. Amemos a nuestros hijos con el amor con que Dios ama a su Hijo Jesucristo, y lloremos con ellos.

Hermano Pablo

domingo, 29 de mayo de 2011

FILIPENSES 4: 6 -7

NUNCA DIGAS NUNCA

Lectura: Hechos 9:1-22.
"En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios" Hechos 9:20
Mientras caminaba con un amigo por un sendero junto al antiguo Muro de Berlín, él me dijo: «Este es uno de esos lugares “nunca digas nunca” de mi vida». Me explicó que, durante los años en que el muro dividía la ciudad, había hecho una docena de viajes a través del paso fronterizo Checkpoint Charlie para alentar a los miembros de la iglesia que vivían bajo constante vigilancia y oposición en Alemania del Este. En más de una ocasión, los guardias de la frontera lo habían detenido, interrogado y hostigado.
En 1988, él llevo a sus hijos a Berlín Occidental, y les dijo: «Miren bien este muro porque, algún día, cuando traigan a sus hijos aquí, seguirá estando». Un año después no estaba más.
Cuando Saulo de Tarso comenzó a atacar a los seguidores de Jesús, nadie se imaginaba que alguna vez se convertiría en discípulo de Cristo. «Jamás. Imposible». Sin embargo, Hechos 9:1-9 registra la historia del encuentro enceguecedor de Saulo con Jesús en el camino a Damasco. Pocos días después de ese acontecimiento que le cambió la vida, Saulo estaba predicando en las sinagogas de aquella ciudad y diciendo que Jesús era el Hijo de Dios, lo cual llenaba de asombro a todos los que lo escuchaban (vv. 20-21).
En lo que respecta a la obra de Dios en las personas más complicadas que conozcamos, nunca deberíamos decir «nunca».
Nunca digas «nunca» cuando se trata de lo que Dios puede hacer.