viernes, 13 de mayo de 2011

PEDACITO DE CIELO

Lectura: Éxodo 25:1-9.
"¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" 1 Corintios 3:16
Hace un tiempo, mi esposa encontró a una mujer que necesitaba transporte. Al pensar que quizá Dios había preparado la situación, aceptó llevarla. En el trayecto, la mujer le contó que era creyente, pero que estaba luchando contra un problema de drogadicción. Mi esposa escuchó a esta angustiada mujer y luego le habló. Mientras le daba esperanzas sobre un mañana mejor, creo que, en cierta medida, esa mujer experimentó un pedacito de cielo en la tierra.

Cuando Dios le indicó a Moisés que construyera el tabernáculo según Sus especificaciones, fue para que Su pueblo pudiera sentir Su presencia. Me gusta pensar en eso como un pedacito de cielo en la tierra. El templo también era un ejemplo palpable de la presencia de Dios en este mundo (
1 Reyes 5–8). El propósito de estos lugares sagrados era que Dios morara entre Su pueblo. Este fue el plan de Dios cuando Jesús, el templo perfecto, «habitó» entre nosotros (Juan 1:14).
Cuando Jesús ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo a morar en Sus seguidores (
Juan 14:16-17), para que nosotros fuésemos tabernáculos y templos de Dios en el mundo (1 Corintios 3:16; 6:19). Como representantes de la presencia del Señor, busquemos formas de brindar paz y esperanza de cielo a las demás personas que están en este mundo.

Un creyente dispuesto a realizar cosas pequeñas por otros puede hacer grandes obras para Dios.

AMOR VERDADERO

Una chica le preguntó a su novio: ¿Crees que soy bonita?
El dijo:No. Entonces la chica sonrió pensando que sólo se burlaba de ella.

Luego le volvió a preguntar:
¿Quieres estar conmigo siempre?

El chico volvió a decir que no… pero esta vez con voz seria y la vista fija hacia ella.

La chica dio un pequeño suspiro tratando de pensar que todo era una broma cruel.
Así que finalmente le preguntó:Y si yo me marchara lejos de ti, ¿llorarías por mí ?
El dijo:No.

Ella había escuchado suficiente. No quería escuchar esas cosas aunque sólo sean de broma.
Dio media vuelta y comenzó a caminar mientras las lágrimas comenzaron a caer.

El muchacho entonces corrió tras ella,la tomó de un brazo y le contestó:
Tú no eres linda, ¡¡¡eres hermosa!!!

No quiero estar contigo por siempre.Yo ¡NECESITO estar contigo por siempre!
Y si te vas no lloraría, simplemente… moriría.

El amor verdadero va mucho más alla de la visión humana y de los sentimientos cambiables. El Amor verdedro está fundamentado en Dios quien nunca cambia y en quien no hay sombra de variación.

Yo seré su padre, y él será mi hijo. Jamás le negaré mi amor, como se lo negué a quien reinó antes que tú. 1 Crónicas 17:13.

Tu gran amor lo tengo presente, y siempre ando en tu verdad. Salmo 26:3.

miércoles, 11 de mayo de 2011

JEREMIAS 29;13


Y YO AÑADIRIA, AL QUE LEE ENTIENDA

CIEN HORAS DE OSCURIDAD

El niño, Josué Dennis, tenía apenas diez años de edad cuando ocurrió lo inesperado. Se perdió en un dédalo de galerías interminables de una mina abandonada. Pero no fue cuestión de unos momentos. Fueron cien horas. Cuatro días. Cuatro días de oscuridad casi total. Cuatro días sin comer ni beber. Cuatro días sin ver a nadie. Cuatro días oyendo sólo el apagado rumor de una corriente de agua en las entrañas de la tierra.

Josué iba con un grupo de compañeros que andaban de excursión, y parte del paseo incluía explorar una mina abandonada. Quién sabe cómo, el niño se separó de su grupo y, en medio de la oscuridad, no pudo encontrar la salida. Pero lo halló una patrulla de rescate. Estaba extenuado, pero vivo.

«Recordé las palabras de mi madre —dijo Josué—. Ella decía: “Cuando te veas en alguna dificultad, ora.” Y yo estuve orando a Dios todo el tiempo, pidiéndole que me vinieran a rescatar.»

¿Tiene algún valor la oración? ¿Hay algún beneficio, o más aún, alguna validez en levantar nuestra voz al cielo pidiendo de Dios su ayuda? Algunos han dicho que la oración no es más que una actitud de último recurso que no vale ni el aliento que empleamos en expresarla. Y lo cierto es que si nuestras oraciones, o nuestros rezos, no son más que clamores de angustia de último momento, a fuerza de alguna emergencia, quizás entonces no tengan valor.

En cambio, si hemos establecido una relación personal con Dios, si Cristo es nuestro amigo porque lo hemos recibido como el Señor de nuestra vida, y si sabemos con absoluta seguridad que Él nos oye, nuestra oración recibirá una respuesta divina.

Cualquiera puede pasar por períodos de tristeza y desaliento, de pobreza y abandono, de enfermedad y dolor, porque estas son contingencias comunes de la vida humana. Pero el que tenga fe en Dios, si ora con la confianza de un niño porque cree en Él, podrá soportar toda situación sin caer en la desesperación y sin renegar de Dios. La fe en Cristo será siempre una llama encendida que nada puede apagar y que siempre disipa cualquier clase de sombras.

Si hacemos de Jesucristo el Señor y Salvador de nuestra vida, una luz se encenderá en nuestra alma: la luz de la esperanza, la luz de la fe. Y con esa luz, o encontraremos la paz que Dios da en medio del dolor, o encontraremos la salida de cualquier caverna adversa en la que estemos. No nos alejemos de Dios. No perdamos la fe. Mantengamos viva la comunión con Cristo. Él quiere ser nuestro amigo.

Hermano Pablo

lunes, 9 de mayo de 2011

¿DÓNDE ESTABAS TÚ CUANDO YO TE NECESITABA?

Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado.

En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: «Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba.»

Esta historia verídica, con profundo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero que no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección.

El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: «Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!» (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos.

El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo.

¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre.

A cada uno de los que somos padres nos conviene examinarnos en este sentido. ¿Les hemos dado a nuestros hijos la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de nosotros? Nuestra responsabilidad primaria es, sin excepción, la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que nuestra familia.

Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudar a cada uno. Basta con que nos postremos ante Él y le digamos con toda sinceridad: «Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!»

Hermano Pablo

AMOR TANGIBLE

Lectura: Juan 19:25-30.
"Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo" Juan 19:26
La biblioteca Chester Beatty, en Dublín, Irlanda, alberga una maravillosa colección de fragmentos antiguos de la Biblia. Uno de ellos, muy pequeño, es una porción de Juan 19. Esta parte del Evangelio de Juan describe el momento en que Jesús, durante Su crucifixión, le habló a Su madre demostrando el amor que sentía por ella y el interés en su bienestar. Las palabras pertenecen al versículo 26, donde leemos: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo».
Mientras observaba detenidamente ese antiguo fragmento, volví a quedar impactado por el amor tan tangible de Jesús hacia Su madre y Su amigo. Con palabras sumamente claras, hizo que el mundo supiera de ese amor y cariño al mostrarse interesado en que Su amigo cuidara a Su madre cuando Él se fuera. Colgado en la cruz, Jesús le dijo a Juan: «He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (v. 27).
En algunos lugares del mundo, hoy se celebra el día de la madre; por esta razón, creo que sería una oportunidad maravillosa para expresarle públicamente tu amor a tu mamá, si todavía la tienes, o de agradecerle al Señor por ella, si ya no está más contigo. Después de hacerlo, muéstrale de maneras tangibles cuánto la amas y todo lo que significa para ti.
Dios, bendice a mi madre. Todo lo que soy o espero ser se lo debo a ella. —Abraham Lincoln