miércoles, 11 de mayo de 2011

JEREMIAS 29;13


Y YO AÑADIRIA, AL QUE LEE ENTIENDA

CIEN HORAS DE OSCURIDAD

El niño, Josué Dennis, tenía apenas diez años de edad cuando ocurrió lo inesperado. Se perdió en un dédalo de galerías interminables de una mina abandonada. Pero no fue cuestión de unos momentos. Fueron cien horas. Cuatro días. Cuatro días de oscuridad casi total. Cuatro días sin comer ni beber. Cuatro días sin ver a nadie. Cuatro días oyendo sólo el apagado rumor de una corriente de agua en las entrañas de la tierra.

Josué iba con un grupo de compañeros que andaban de excursión, y parte del paseo incluía explorar una mina abandonada. Quién sabe cómo, el niño se separó de su grupo y, en medio de la oscuridad, no pudo encontrar la salida. Pero lo halló una patrulla de rescate. Estaba extenuado, pero vivo.

«Recordé las palabras de mi madre —dijo Josué—. Ella decía: “Cuando te veas en alguna dificultad, ora.” Y yo estuve orando a Dios todo el tiempo, pidiéndole que me vinieran a rescatar.»

¿Tiene algún valor la oración? ¿Hay algún beneficio, o más aún, alguna validez en levantar nuestra voz al cielo pidiendo de Dios su ayuda? Algunos han dicho que la oración no es más que una actitud de último recurso que no vale ni el aliento que empleamos en expresarla. Y lo cierto es que si nuestras oraciones, o nuestros rezos, no son más que clamores de angustia de último momento, a fuerza de alguna emergencia, quizás entonces no tengan valor.

En cambio, si hemos establecido una relación personal con Dios, si Cristo es nuestro amigo porque lo hemos recibido como el Señor de nuestra vida, y si sabemos con absoluta seguridad que Él nos oye, nuestra oración recibirá una respuesta divina.

Cualquiera puede pasar por períodos de tristeza y desaliento, de pobreza y abandono, de enfermedad y dolor, porque estas son contingencias comunes de la vida humana. Pero el que tenga fe en Dios, si ora con la confianza de un niño porque cree en Él, podrá soportar toda situación sin caer en la desesperación y sin renegar de Dios. La fe en Cristo será siempre una llama encendida que nada puede apagar y que siempre disipa cualquier clase de sombras.

Si hacemos de Jesucristo el Señor y Salvador de nuestra vida, una luz se encenderá en nuestra alma: la luz de la esperanza, la luz de la fe. Y con esa luz, o encontraremos la paz que Dios da en medio del dolor, o encontraremos la salida de cualquier caverna adversa en la que estemos. No nos alejemos de Dios. No perdamos la fe. Mantengamos viva la comunión con Cristo. Él quiere ser nuestro amigo.

Hermano Pablo

lunes, 9 de mayo de 2011

¿DÓNDE ESTABAS TÚ CUANDO YO TE NECESITABA?

Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado.

En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: «Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba.»

Esta historia verídica, con profundo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero que no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección.

El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: «Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!» (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos.

El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo.

¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre.

A cada uno de los que somos padres nos conviene examinarnos en este sentido. ¿Les hemos dado a nuestros hijos la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de nosotros? Nuestra responsabilidad primaria es, sin excepción, la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que nuestra familia.

Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudar a cada uno. Basta con que nos postremos ante Él y le digamos con toda sinceridad: «Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!»

Hermano Pablo

AMOR TANGIBLE

Lectura: Juan 19:25-30.
"Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo" Juan 19:26
La biblioteca Chester Beatty, en Dublín, Irlanda, alberga una maravillosa colección de fragmentos antiguos de la Biblia. Uno de ellos, muy pequeño, es una porción de Juan 19. Esta parte del Evangelio de Juan describe el momento en que Jesús, durante Su crucifixión, le habló a Su madre demostrando el amor que sentía por ella y el interés en su bienestar. Las palabras pertenecen al versículo 26, donde leemos: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo».
Mientras observaba detenidamente ese antiguo fragmento, volví a quedar impactado por el amor tan tangible de Jesús hacia Su madre y Su amigo. Con palabras sumamente claras, hizo que el mundo supiera de ese amor y cariño al mostrarse interesado en que Su amigo cuidara a Su madre cuando Él se fuera. Colgado en la cruz, Jesús le dijo a Juan: «He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (v. 27).
En algunos lugares del mundo, hoy se celebra el día de la madre; por esta razón, creo que sería una oportunidad maravillosa para expresarle públicamente tu amor a tu mamá, si todavía la tienes, o de agradecerle al Señor por ella, si ya no está más contigo. Después de hacerlo, muéstrale de maneras tangibles cuánto la amas y todo lo que significa para ti.
Dios, bendice a mi madre. Todo lo que soy o espero ser se lo debo a ella. —Abraham Lincoln

sábado, 7 de mayo de 2011

UNA CITA FINAL

Lleno de angustia y tristeza, pero sereno, el joven subió a su auto. Tenía una cita urgente. A las seis de la tarde, en la glorieta de la Fuente de Agua en la Avenida Palma de la Ciudad de México, tenía un último encuentro con su novia.

Lanzó su auto a toda velocidad. Corrió sin mirar el velocímetro, ni altos ni luces rojas. Al acercarse a la glorieta, divisó a la joven. El sólo verla acrecentó su dolor. Acelerando el vehículo a gran velocidad, se estrelló contra el monumento. El accidente fue horrible. El joven quedó muerto ahí mismo ante la mirada horrorizada de la mujer que lo había abandonado.

Las crónicas periodísticas traen de todo. Esta vez fue una historia romántica pero triste. Un joven, cuyo nombre no recogió la crónica, le pidió a su novia, que lo había dejado, una última cita. Una cita de despedida. Una cita que habría de ser la definitiva. Y, en efecto, fue la definitiva, porque incapaz de soportar el desengaño, el joven, en la forma más drástica, puso fin a sus días.

Muchas veces ocurren tragedias como esta en la problemática y azarosa vida humana. Cuando más creemos haber encontrado la completa felicidad, descubrimos que todo fue una ilusión, y la decepción nos mata. Cuando pensamos que ya tenemos la fortuna en las manos, algo nos hace perderlo todo y nos reduce a la pobreza. Cuando creemos alcanzar el triunfo artístico, o deportivo o político, nos vemos de pronto paladeando el amargo sabor de la derrota.

¿Qué hacer en esos momentos? ¿Cómo sobrellevar esas decepciones?

Muchos se entregan a la desesperación. Echan mano del veneno, o de la horca o de la pistola, y acaban con su vida. Otros se sumergen en un pozo de alcohol o de droga. Otros se vuelven eternos resentidos y amargados. Y aún otros entran en un profundo e interminable período de depresión.

¿Serán éstas las únicas opciones ante el fracaso? No, hay otra. Es la opción espiritual. Aun en medio del más espantoso fracaso o de la más triste decepción, siempre queda Dios.

Jesucristo, el Señor viviente, es el Salvador de los fracasados. Él está cerca de cada persona necesitada que invoca su presencia. Y Él está cerca de cada uno en este mismo momento.

Clamemos a Cristo. Él nos responderá y nos levantará de la desesperación. Él nos dará la misma victoria que les ha dado a muchos otros, porque nunca falla. Cuando toda otra supuesta solución ha fracasado, siempre queda Dios.

Hermano Pablo

INCLIINARSE A DIOS

Lectura: Colosenses 3:12-17.
"Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús" Colosenses 3:17
El Hermano Lawrence, cocinero en un monasterio del siglo xvii, me ha enseñado muchas cosas sobre cómo recordar de manera consciente a Dios. En su libro La práctica de la presencia de Dios, Lawrence menciona formas prácticas de «ofrecerle a Dios tu corazón una y otra vez durante el transcurso del día», incluso mientras se realizan tareas como cocinar o reparar zapatos. «La profundidad espiritual de la persona —decía él— no depende de cambiar las cosas, sino de modificar las motivaciones; es decir, hacer para Dios lo que comúnmente haces para ti».
Uno de sus elogios expresaba: «El buen Hermano encontraba a Dios en todas partes, ya sea al reparar zapatos como así también al orar. […] Era Dios, no la tarea, lo que tenía en vista. Sabía que, cuanto más alejada estaba la tarea de sus inclinaciones naturales, mayor era su amor al ofrecérsela a Dios».
Este último comentario impactó profundamente a mi esposa. Cuando trabajaba con ancianos en el centro de la ciudad de Chicago, a veces tenía que realizar tareas que iban totalmente en contra de sus inclinaciones naturales. Mientras llevaba a cabo algunas de las labores menos atractivas, se recordaba a sí misma que debía mantener en vista a Dios y glorificar Su nombre. Con esfuerzo, aun las obligaciones más difíciles pueden realizarse y ser presentadas como una ofrenda al Señor (Colosenses 3:17).
La obligación por sí sola es un trabajo penoso, pero, con amor, es un deleite.

viernes, 6 de mayo de 2011

LA DEVOCION DE DIOS

Lectura: Efesios 3:14-21.
"A fin de que, […] seáis plenamente capaces de comprender […] el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" Efesios 3:17-19
En 1826, el escritor británico Thomas Carlyle se casó con Jane Welsh, otra escritora de renombre. Ella se dedicó a respaldar el éxito de su esposo y lo ayudaba de todo corazón.
Debido a una dolencia estomacal y a una enfermedad nerviosa, él tenía un temperamento bastante irritable. Por esa razón, ella le preparaba comidas especiales y trataba de mantener la casa lo más silenciosa posible, para que él pudiera escribir.
Por lo general, Thomas no valoraba el espíritu servicial de Jane ni pasaba mucho tiempo con ella. Sin embargo, refiriéndose a su esposa, le escribió a su madre lo siguiente: «Debo reconocer de corazón que ella […] me ama con una devoción que me resulta misterioso entender que pueda merecerlo. Ella […] mira con tanta dulzura y optimismo mi rostro sombrío, que me transmite una nueva esperanza cada vez que encuentro su mirada».
¡Nosotros también tenemos a Alguien que nos ama con una devoción que no podemos comprender que merezcamos, debido a nuestra condición de pecadores! Esa Persona es Dios el Padre, «que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Romanos 8:32). Su amor es ancho, largo, profundo y alto, y también excede todo conocimiento (Efesios 3:18-19).
Comprender y apreciar el amor de Dios es algo tan vital que Pablo oraba para que los efesios estuvieran «arraigados y cimentados» en él (v. 17).
No hay mayor gozo que saber que Dios te ama.