domingo, 3 de abril de 2011

COMO UN CORDERO

Lectura: Juan 15:9-17.
"Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca" Isaías 53:7
En 1602, el artista italiano Caravaggio pintó un cuadro titulado La captura de Cristo. Esta obra, una muestra temprana del estilo barroco, es cautivante. Hecha con matices oscuros, permite que el observador contemple el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Dos elementos notorios de la escena descrita en la pintura captan la atención de quien la contempla. El primero es Judas, dando el beso traidor. Sin embargo, la vista luego se centra inmediatamente en las manos de Jesús, las cuales están suavemente entrelazadas mostrando que no ofrecía ninguna resistencia ante esa injusticia. Aunque Cristo tuvo el poder para crear un universo, se entregó voluntariamente a Sus captores y a la cruz que le aguardaba.
Mucho antes de que tuviera lugar esta escena, Jesús les dijo a sus oyentes que nadie podía quitarle la vida, sino que Él la ponía voluntariamente (Juan 10:18). Esta actitud de entrega voluntaria fue profetizada por Isaías, quien escribió: «Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca» (Isaías 57:3).
El sacrificio personal de Cristo, a semejanza del de un cordero, es una muestra maravillosa de la grandeza de Su amor. «Nadie tiene mayor amor que este», explicó Él, «que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Piénsalo. ¡Hasta tal punto te amó Jesús!
Las manos traspasadas de Jesús revelan el corazón inundado de amor de Dios.

sábado, 2 de abril de 2011

viernes, 1 de abril de 2011

RESCATE Y VUELTA A LA VIDA

Un domingo, cuando la familia Desmore terminaba su frío paseo a la isla Kodiak y su pequeña embarcación los llevaba de regreso a la Bahía Larson en Alaska, sufrieron un percance. El barco se hundió con Misty, de tres años, una prima, su madre y su abuelo. Los guardacostas pudieron salvar a la madre y a la prima de Misty, pero el abuelo, Archie, de cincuenta años, murió de hipotermia.

Las esperanzas de los esforzados guardacostas no eran muy alentadoras en cuanto a la pequeña Misty, a quien no encontraban, y el tiempo transcurría en forma amenazante. Por fin hallaron a la niña, que flotaba boca abajo en las heladas aguas del Pacífico Norte. Misty había dejado de respirar hacía casi cuarenta minutos.

El doctor Marty, médico de los guardacostas, personalmente succionó casi un litro de agua marina salobre de los pulmones de la niña. En unión de su ayudante, le aplicó la respiración artificial hasta que ella comenzó a respirar por cuenta propia. Fue así como Misty se reanimó casi milagrosamente, y recibió cuidados intensivos en el Hospital Providence de Anchorage.

Es asombroso el increíble rescate y la milagrosa vuelta a la vida de una pequeña de tres años que prácticamente estuvo muerta a merced de las frías aguas del Pacífico. Así como Misty flotaba sin ninguna esperanza, el hombre actual se encuentra vagando en un frío océano, ahogado por la culpa de sus faltas. Por sus propios medios jamás logrará salvarse. Pero su Creador ya hizo todo lo necesario para rescatarlo. Jesucristo vino para pagar el precio de la culpa humana y quitarnos la carga que nos mantiene muertos en nuestros propios delitos. Al igual que el médico de los guardacostas que le aplicó la respiración artificial a la pequeña Misty, Cristo nos llena de su aliento divino —el Espíritu Santo— para que volvamos a la vida, a una existencia con sentido, llena de su cuidado y de su amor.

Si sentimos que ya no podemos respirar libremente, que estamos muertos en el interior, y reconocemos que el único que puede reanimarnos es Dios, es hora de que se produzca una verdadera y milagrosa resurrección en nuestra vida.

Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para rescatarnos, dando su vida como precio por nuestra libertad. Aceptemos el perdón que nos ofrece y el aliento de vida eterna.

Hermano Pablo

miércoles, 30 de marzo de 2011

¡DIOS TE NECESITA!

Lectura: Marcos 11:1-7.
"Si alguien os dijere; ¿Por qué hacéis esto? decid que el Señor lo necesita" Marcos 11:3
Para Su entrada triunfal en Jerusalén, Jesús escogió un burro como transporte real. Les indicó a los discípulos que dijeran: «El Señor lo necesita» (Marcos 11:3). ¿No es asombroso que el Hijo de Dios haya utilizado un medio tan insignificante para llevar a cabo Sus propósitos? Sobre este concepto, Alexander Maclaren comenta: «Cristo se acerca a nosotros de manera similar y deja de lado todas nuestras oportunas excusas. Él dice: “Te quiero a ti, y eso basta”».
¡Piénsalo! ¡El Creador del universo nos necesita y desea ubicarnos dentro de Su plan eterno! Aunque es todopoderoso e independiente de toda criatura, ha decidido llevar a cabo Sus planes mediante instrumentos humanos insignificantes. De no ser así, nos habría llevado al cielo tan pronto como fuimos salvos por Su gracia.
Alguien le preguntó a San Francisco de Asís cómo podía hacer tantas cosas. Él respondió: «Quizá esta sea la razón: El Señor miró desde el cielo hacia abajo y dijo: “¿Dónde puedo encontrar al hombre más débil y pequeño de la tierra?”. Después me vio y agregó: “Lo encontré. Obraré a través de él, y él no se enorgullecerá por eso, sino que verá que sólo lo utilizo porque es insignificante”».
¡Tal vez te consideres pequeño, pero Dios te necesita!
Dios está buscando personas comunes para hacer obras fuera de lo común.

domingo, 27 de marzo de 2011

TODO LO PUEDO EN CRSTO QUE ME FORTALECE

AMAR A DIOS

Lectura: 1 Juan 4:7-21.
"Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros" 1 Juan 4:11
Poco después de casarnos, yo pensé que conocía el atajo exacto para llegar al corazón de mi esposa. Una noche, llegué a casa con un ramo de una docena de rosas escondido tras mis espaldas. Cuando le di las flores a Martie, ella me agradeció gentilmente, olió el perfume y las llevó a la cocina. Lejos estaba de la reacción que yo había esperado.
Esta fue una lección introductoria sobre la realidad de que las flores no son el lenguaje fundamental del amor para ella. Si bien valoraba el gesto, mentalmente había calculado el costo de un costoso ramo de flores… ¡no apto para el presupuesto de una joven pareja que estudiaba en un seminario! Luego, con el paso de los años, descubrí que a ella le interesa que yo pase más tiempo con ella y que la atienda. Cuando me dedico a ella de manera ininterrumpida y atenta, entonces se siente realmente amada.
¿Alguna vez te preguntaste cómo quiere Dios que le demostremos nuestro amor? Obtenemos una pista al leer: «El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4:21). Es así de simple. Una de las formas principales de demostrar nuestro amor a Dios es amando a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. El amarnos auténticamente unos a otros complace a nuestro Padre celestial.
Por eso, busquemos oportunidades de decirle a Jesús que lo amamos. Vale infinitamente la pena, no importa cuánto cueste.
Para mostrar que amas a Dios, comparte tu amor con los demás.

viernes, 25 de marzo de 2011

EL DIÁLOGO SILENCIOSO

Aquel fue un diálogo dramático. Una vida estaba en juego. Fue un diálogo sobrecargado de emoción. Un diálogo en la cornisa de un edificio de Nueva York, a veinte pisos de altura. Fue, sin embargo, un diálogo totalmente silencioso.

Lo sostuvo Lillian Pérez, una señorita hispana de diecisiete años de edad, con Nicole Dean, una niña negra de la misma edad. Nicole había sufrido varios desengaños y, desesperada de la vida, intentaba suicidarse.

Como Nicole era sordomuda, Lillian, que practicaba el lenguaje de gestos, tras dos horas de arduos intentos logró su objetivo. No gritaron en ningún momento. Fue un diálogo de vida o muerte, dramático, serio, pero sin que se emitiera sonido alguno. Al fin las dos bajaron juntas de la cornisa del edificio, salvas y sanas.

Un diálogo, para tener intensidad, no precisa de gritos. Los gritos, más bien, enturbian la comunicación. Si dos personas que quieren dialogar se acaloran, en lugar de dar razones, dan insultos; y en lugar de comunicarse, cierran la puerta.

¿En dónde se ve más esto? En las comunicaciones entre marido y mujer. Si dialogaran sin esa emoción mórbida que añade el grito, y especialmente sin los golpes físicos que a veces acompañan la emoción, lo cual es imperdonable, se entenderían. El diálogo en paz y en armonía traería el provecho que se busca.

Por algo será que San Pablo recomienda que se elimine toda gritería. «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias», les dice a los efesios (Efesios 4:31). Esas emociones envenenan la comunicación, mientras que las palabras delicadas suavizan toda conversación, y la armonía y el bien surgen de ellas.

¿Cómo hallar calma en medio de la tormenta? En primer lugar, ningún capitán levanta velas cuando ruge la tempestad. Antes de entablar alguna comunicación que pueda ser seria, esperemos que nuestros ánimos estén tranquilos. Ceder, para mantener la paz y por amor al cónyuge, es mil veces más importante y muestra mayor madurez que salir ganando en cualquier altercado.

Además, hablar con calma produce mucho mejor efecto. Así es como Dios habla con nosotros. Por cierto, un diálogo con Cristo les da a todos los demás diálogos de nuestra vida el provecho que buscamos.

Cristo quiere conversar con nosotros. Aceptemos su invitación. Él nos dará la paz que traerá armonía a todas nuestras relaciones. Recibamos la paz de Dios.

Hermano Pablo