lunes, 14 de febrero de 2011

MOSTRAR AMOR VERDADERO

Lectura: Juan 13:1-5,33-35.
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros" Juan 13:35
En el 2010, el Año Nuevo chino cae en la misma fecha que el día de San Valentín. Aunque estas fiestas tienen orígenes muy distintos, hay ciertas similitudes en la forma de celebrarlas. En ambos casos, los seres queridos se dan presentes para expresarse su amor. Ya sea que se regalen rosas a la persona amada en el día de San Valentín o hong bao [paquetes rojos con dinero] a la familia y a los amigos en el Año Nuevo chino, todos son símbolos de amor.
Nuestro Señor Jesucristo les ordenó a sus discípulos que se amaran unos a otros porque, de este modo, «conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieres amor los unos con los otros» (Juan 13:34-35).
El amor que nuestro Señor quiere que sus discípulos tengan unos con otroses diferente al sentimiento romántico que se demuestra entre una pareja de enamorados o el afecto fraternal que existe entre amigos o familiares. Es un amor sin egoísmo. La palabra griega que Juan empleó en el mandamiento de Jesús es ágape, la clase de amor que caracteriza a Dios, que no espera nada a cambio. Esto fue lo que el Señor mostró a sus discípulos cuando «puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos» (v. 5). Es la clase de amor que exhibió cuando fue a la cruz a morir por nosotros.
Busca hoy a alguien a quien puedas demostrarle este amor sin egoísmo.
"Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" Gálatas 6:2.

AMORTIGUACIÓN AUTOMÁTICA

Ingrid Checha, de apenas dos años de edad, estaba jugando en su domicilio. Ella vivía con sus padres en el piso decimocuarto de un edificio de departamentos en Caracas, Venezuela. En cierto momento la niñita, ilusionada con lo que veía afuera, trató de abrir la ventana. Ésta cedió repentinamente, y la pequeña se precipitó al vacío.

Cayó desde una altura de sesenta metros, pegando contra el techo de zinc de un estacionamiento de vehículos que había abajo, y rebotando sobre el techo de un automóvil. Cuando corrieron a recogerla, dieron por sentado que la chiquita tuvo que haberse destrozado, pero la encontraron llorando, con sólo algunos raspones y magulladuras. «¡Un milagro!», exclamaba la gente, y ciertamente lo era.

Llevaron a la niña al hospital y la sometieron a un período de observación, pero los médicos afirmaron que había quedado en estado increíblemente magnífico.

¿Qué había pasado? Este es uno de los milagros de la naturaleza humana. Los que saben de esto dicen que los infantes reaccionan instintivamente al peligro y en eso tienen una gran ventaja en las caídas.

Cuando un adulto se siente caer, pone rígidos todos sus músculos, con el resultado de que al golpear contra el suelo parece como si fuera de vidrio, y se quiebra, se rasga, se parte y se corta. Pero el infante instintivamente afloja todo su cuerpo, que parece hacerse de goma, y amortigua entonces el choque.

Como que hay, en esto, una lección grandísima para la vida del hombre. Los golpes que recibe nuestra alma son más fuertes, más complejos, más problemáticos y más permanentes que los golpes del cuerpo. El diario vivir nos enfrenta con frustraciones súbitas, con desastres azarosos, con pérdidas inesperadas. El resultado es la frustración, la angustia, la agonía y el dolor.

Si ante estos golpes endurecemos el corazón, nos ponemos rígidos y obstinadamente decimos que con nuestra propia fuerza saldremos adelante, corremos el peligro de hacernos pedazos. Eso le ha ocurrido a muchos.

En cambio, si nos ablandamos en humildad, enterramos nuestra obstinación y sacrificamos nuestro orgullo, podremos rebotar de lo que sería un desastre. Solos no podemos resistir los golpes de la vida, pero si nos humillamos ante Dios, Él nos dará su mano de ayuda. Sólo tenemos que rendirnos en sumisión y entregarle dócilmente nuestra alma a Cristo. Confiemos en su divino amor.

Hermano Pablo

domingo, 13 de febrero de 2011

CENA DE REUNION

Lectura: Apocalipsis 19:1-9.
"Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero" Apocalipsis 19:9
Muchos chinos recorren grandes estensiones para asistir a una tradicional cena anual de reunión familiar. Levada a cabo en la víspera del Año Nuevo Lunar, esta cena suele realizarse en la casa de los padres o de los hermanos mayores.
Los chinos que trabajan en el extranjero deben reservar sus viajes con anticipación para estar seguros de tener pasajes en los vuelos sumamente repletos y en los autobuses. Si no lo hacen temprano, corren el riesgo de perderse la reunión familiar.
La Biblia habla de una cena de reunión aún más importante en el cielo. Apocalipsis 19:9 la llama «la cena de las bodas del Cordero». Pero, a diferencia de la reunión familiar china, nadie sabe la fecha de este acontecimiento, excepto Dios (Mateo 24:36). Tampoco debemos preocuparnos de hacer las reservaciones para el viaje.
¿Quiénes están invitados a esta cena de reunión celestial? Todos los que pertenecen a la familia de Dios, «...a los que creen en Su [de Jesús] nombre, [...] los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1:12-13).
¿Estarás en la cena de reunión en el cielo? Puedes asegurarte un lugar en el banquete celestial si hoy confías en Jesucristo como tu Salvador y Señor.
Creer en Cristo es recibir la salvación y asegurarse el cielo.

¿ES USTED LA ESPOSA DE DIOS?

Es un frío día de diciembre en la ciudad de Nueva York. Un jovencito de unos 10 años estaba parado, descalzo, ante una tienda de zapatos en Broadway, asomándose al escaparate, y temblando de frío.
Una dama se acercó al muchacho y le dijo: “Mi jovencito, ¿qué es lo que miras con tanta insistencia en el escaparate?
“Le estaba pidiendo a Dios que me diese un par de zapatos”, fue la respuesta del muchacho.
La dama lo tomó de la mano y entraron a la tienda, le pidió al vendedor que trajese una media docena de calcetines para el muchacho. Entonces, le preguntó si podía conseguirle una vasija con agua y una toalla.
Él se las trajo rápidamente. Ella se llevó al muchacho a la parte trasera de la tienda y, quitándose sus guantes, se arrodilló, lavó sus piecitos y los secó con la toalla.
Para entonces, el vendedor había regresado con los calcetines.
Colocando un par en los pies del muchacho, entonces ella le compró un par de zapatos, y atando el resto de los pares de calcetines, se los entregó. Le dio una palmadita en la cabeza y le dijo: “No hay duda, mi amiguito, te sentirás más cómodo ahora”.
Al salir, el asombrado muchacho le tomó la mano y, mirándola al rostro, con lágrimas en sus ojos, le contestó con estas palabras: “¿Es usted la esposa de Dios?”
Desconocemos el Autor
No hay duda que cuando somos compasivos nos parecemos a Dios, porque Dios es Compasivo. Extendemos nuestra mano amiga y tierna.
Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.Mateo 5:16.
Y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su compasión, como está escrito: “Por eso te alabaré entre las naciones; cantaré himnos a tu nombre.”Romanos 15:9.

sábado, 12 de febrero de 2011

ENVIAR LUZ

Lectura: Filipenses 2:12-18.
"Hijo de Dios sin mancha en [...] una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares..." Filipenses 2:15
El empresario norteamericano Mark Bent gastó 250,000 dólares para desarrollar y fabricar una linterna solar económicamente accesible. Miles de esos artefactos han sido distribuidos gratuitamente o a un precio módico a personas que viven en campos de refugiados en Africa. Una carga solar diaria brinda siete horas de iluminación vivificante a quienes se encuentran en casas, escuelas y clínicas médicas donde la oscuridad ha fomentado el crimen y la violencia.
El contraste entre la oscuridad y la luz es una imagen destacada en la presentación que hace la Biblia acerca de Jesús, el Mesías. «El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos» (Isaías 9:2). «En él [Jesús] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella» (Juan 1:4-5).
Como seguidores de Jesús, hoy tenemos el privilegio de ser quienes llevamos su luz. Pablo instó a los creyentes de Filipos a ser «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación perversa y maligna, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo» (Filipenses 2:15).
En vez de tenerle miedo a la oscuridad espiritual que nos rodea y sentirnos oprimidos por ella, podemos descansar en la gracia que Dios da a sus hijos, para que brillen para él.
Jesús vino a iluminar un mundo en tinieblas.

viernes, 11 de febrero de 2011

«TOMA MI MANO, PRECIOSO SEÑOR»

«Fue Dios quien nos unió», manifestó Thomas. Los jóvenes esposos se amaban profundamente. Y aún mayor fue el arrobamiento cuando se supo que una criaturita venía en camino. Pero algo no andaba bien. La joven mujer murió al dar a luz, y al día siguiente el bebé que había nacido siguió a su madre por el camino hacia las estrellas. Fue la primera gran tragedia de varias en su vida.

A los pocos días se sentó al piano y compuso una canción. Le puso por título: «Toma mi mano, precioso Señor». Así comenzó la carrera musical de Thomas Dorsey, hombre de raza negra de los Estados Unidos. Escribió canciones espirituales hasta que murió a los noventa y tres años de edad. Ese primer himno, nacido del dolor, se tradujo a cincuenta idiomas.

Fue larga la vida de Thomas Dorsey, hijo de un pastor protestante del estado de Georgia. Con su increíble talento musical tocó el piano en clubes nocturnos en orquestas de jazz hasta los veintiséis años. A esa edad tuvo una transformación espiritual y se dedicó, desde ahí en adelante, a componer himnos y cantos espirituales. Compuso más de mil.

Muchos de sus himnos se cantan todavía en las iglesias y figuran en muchos himnarios. Pero el favorito de todos fue el primero que compuso, aquel titulado: «Toma mi mano, precioso Señor».

¿Qué es lo que uno está diciendo cuando canta: «Toma mi mano, precioso Señor»? ¿Tendrá algún valor una petición así? ¿Escuchará Dios el clamor desesperado de sus hijos? ¿Valdrá la pena pedir de Dios su ayuda?

La respuesta, muy firme y categórica, es: sí. Muchas veces, en el transcurso de sus noventa y tres años, Dorsey levantó su mano al cielo en busca de consuelo. Y por su continua dedicación a Dios, durante tantos años, siempre halló la mano cálida y amistosa de Cristo dispuesta a estrechar la suya.

¿Necesitamos hoy una mano amistosa? Quizá nuestro matrimonio esté en problemas. Tal vez algún hijo nos esté haciendo la vida imposible. O quizá nos hayan comunicado que tenemos una enfermedad mortal. ¿Qué podemos hacer? Lo que hizo Thomas Dorsey: levantar la mano al cielo y pedir: «Toma mi mano, precioso Señor.»

De hacerlo así, esa mano divina que los clavos horadaron en la cruz tomará la nuestra. Cristo nunca deja de respondernos, nunca nos niega su mano, nunca ignora nuestro clamor. ¿Queremos estrechar esa bendita mano? Él sólo espera que le extendamos la nuestra.

Hermano Pablo

martes, 8 de febrero de 2011

ELOGIO DE LA LENTITUD

Lectura: 2 Pedro 3:1-9.
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza” 2 Pedro 3:9
Si hubiera un concurso para determinar cual es la virtud más popular, sospecho que «rápido» derrotaría a «mejor». Muchas partes del mundo parecen estar obsesionadas con la velocidad. Sin embargo, la locura de lo «rápido» nos está conduciendo rapidamente a ninguna parte.
«Ha llegado la hora de poner un freno a nuestra obsesión de hacer todo con más rapidez», dice Carl Honoré en su libro Elogio de la lentitud. «La velocidad no es siempre la mejor política».
Según la Biblia, tiene razón. Pedro advirtió que, en los últimos días, la gente dudaría de Dios porque parece lento («retarda») en cumplir Su promesa de regresar. No obstante, también señaló que Su aparente lentitud es algo bueno. En realidad, el Señor está demostrando Su paciencia al dar más tiempo para que la gente se arrepienta (2 Pedro 3:9), y también al ser coherente con Su carácter, que es paciente o tardo para la ira (Éxodo 34:6).
Nosotros también debemos ser lentos para enojarnos y para hablar (Santiago 1:19). Según
Santiago, la «prontitud» está reservada para nuestros oídos. Se supone que debemos ser rápidos para escuchar. Piensa cuantos problemas podríamos evitarnos si aprendiéramos a escuchar (escuchar en serio, no sólo para de hablar) antes de decir algo.
En nuestro apuro por alcanzar las metas y cumplir con los plazos, acordémonos de acelerar los oídos y desacelerar el carácter y la lengua.
Cuando estés a punto de perder la paciencia con alguien, recuerda lo paciente que ha sido Dios contigo.