domingo, 26 de diciembre de 2010

TREINTA Y TRES AÑOS EN SOMBRAS

Cuando tenía seis años de edad, desapareció del pueblo. Nadie volvió a verlo. Y el poblado no era grande. Tenía apenas doce casas y unas cuarenta personas. Todos se conocían de nombre. Conocían los parientes de cada uno. Conocían su vida, sus costumbres, su risa, sus lágrimas.

Pero pasados treinta y tres años de su desaparición, Rudolff Sulzberger emergió de las tinieblas. Sus padres lo habían escondido en el sótano de la casa todo ese tiempo. La única razón era que Rudolff padecía de un leve retraso mental. Johan y Aloisia Sulzberger, de Berg Attergau, Austria, lamentablemente tenían vergüenza de la condición de su hijo.

Aunque este caso no es del todo raro, parece increíble. Que alguien, por padecer un retraso mental o por la razón que sea, esté forzosamente encerrado entre cuatro paredes sin poder salir a la luz del día, sin poder participar de las actividades que su condición admita, sin poder verse con nadie ni ser visto de nadie, es algo que pertenece a la Edad Media. Y lo trágico es que no es un caso único.

Toda persona es precisamente eso, una persona en todo sentido, especialmente en el sentido de ser creación de Dios. Y siendo creación de Dios, esa persona, cualquiera que sea su condición física o mental, merece la misma dignidad, decencia, nobleza y cariño que todos los demás.

Despreciar a alguien, y peor todavía, considerarlo menos que humano, especialmente si su condición es algo de lo cual no tiene ninguna culpa, es lo más indigno, vil e innoble que se pueda imaginar. En cambio, es de veras admirable la atención, la dedicación y el amor que padres, familiares y amigos dan a alguien que sufre cualquier impedimento físico o mental.

Todo el que ha sufrido el desprecio de los demás, especialmente el de familiares, debe saber que, precisamente por ese desprecio, Dios lo tiene más en cuenta. El Señor Jesucristo siempre puso de relieve la condición de los sufridos, de los despreciados, de los abandonados y de los solitarios, y Él tiene un amor, un cariño y una misericordia muy especial para ellos.

Por otra parte, toda persona que no conoce personalmente al Señor carece de dirección. Pero Cristo la espera con los brazos abiertos. Sus palabras son clásicas: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). Esa invitación es para cada uno de nosotros. No la rechacemos. Aceptémosla hoy mismo.

Hermano Pablo

BUSQUEDA DE ESPERANZA

Lectura: Filipenses 2:5-11.
"Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" Gálatas 6:14
Cuando el comunismo ateo era un poder que amenazaba al mundo, proclamaba que no hay Dios y que la fe en cualquier vida futura era una ilusión engañosa. Leonidas Brezhnev había sido el dictador soviético, la personificación de la incredulidad marxista, pero algo sucedió en su funeral que contradijo al ateísmo. George H.W. Bush, entonces vicepresidente de los Estados Unidos, fue el representante oficial de dicho país en esa ceremonia solemne y formal.
Él informó que, mientras el ataúd seguía abierto, la viuda de Brezhnev miraba inmóvil el cuerpo de su esposo. Luego, justo antes de que los soldados cerraran la tapa, se inclinó e hizo la señal de la cruz sobre el pecho del difunto. ¡Qué gesto tan desesperado y significativo! Evidentemente, la viuda esperaba que lo que su esposo había negado con tanta vehemencia pudiera de alguna manera ser cierto.
¡Gracias a Dios, podemos tener esperanza más allá de esta vida terrenal! Todo lo que necesitamos hacer es aceptar por fe el mensaje salvador de la cruz: Jesús murió por nuestros pecados y resucitó para que pudiéramos vivir eternamente con Él. ¿Crees esto? Entonces, únete al apóstol Pablo en su afirmación de que «esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» (1 Timoteo 4:10).
La cruz del calvario es el único puente a la vida eterna.

HIJITOS MIOS, NO AMEMOS DE PALABRA NI DE LENGUA SINO DE HECHO Y EN VERDAD. 1 Juan 3:18

sábado, 25 de diciembre de 2010

DOS CLASES DE DEMENCIA

El matrimonio de John y Jenny Colomer, de Aspendale, Australia, estaba colmado de felicidad. Los cuatro hijos que les llegaron en rápida sucesión intensificaron aún más esa felicidad. Pero a los ocho años de matrimonio, comenzó una pesadilla. Jenny empezó a tener problemas mentales, y éstos se fueron agravando mes tras mes hasta llegar a ser insoportables.

Un día Jenny, presa de una furia descontrolada, castigaba brutalmente a sus hijos sin ningún motivo. Otro día, la emprendía contra su esposo. Así transcurrieron ocho años de locura, hasta el día en que Jenny atacó y golpeó a su esposo John. Éste la sujetó del cuello y, bajo una ola de locura propia, apretó demasiado fuerte y Jenny murió estrangulada. El juzgado, comprendiendo su tragedia, lo declaró inocente.

Una de las peores pesadillas que quebranta el corazón y destruye la paz ocurre cuando algún miembro de la familia padece perturbaciones mentales, sobre todo si se trata del padre o de la madre. Pero hay una demencia que, a pesar de la aparente contradicción de vocablos, no es mental sino espiritual. Ésa es la que padece el hombre o la mujer, que por más que desea y que busca la paz interna —esa paz del corazón que llega hasta lo profundo del alma—, no la halla. Tiene inteligencia, bienes materiales, buena familia, una posición reconocida y todo lo que el mundo estima valioso, pero no tiene paz. Daría cualquier cosa por tener tranquilidad en el alma, satisfacción, contentamiento y paz, pero nada de eso tiene. Esa es la demencia del corazón, y muchas personas padecen de ella.

Para la demencia mental, hay tratamientos psicológicos y drogas fuertes. Pero, ¿qué hay para la demencia del corazón? ¿Hay alivio para el alma atribulada y para el corazón confundido? ¡Sí lo hay!

Un joven que buscaba la paz se acercó a Jesucristo y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El Señor, en resumen, le contestó: «Si me sigues de cerca, encontrarás la paz que estás buscando. Y mientras lo hagas, experimentarás paz, gozo y libertad. Pero tienes que dejarlo todo y seguirme» (Lucas 18:18-22).

Esta es la gran verdad: para la demencia espiritual la solución es rendirnos a Cristo y seguir sus pasos. En Él hay verdadera paz.

Hermano Pablo

Más allá del pesebre


“Pues el Señor mismo les va a dar una señal:
La joven está encinta
y va a tener un hijo,
al que pondrá por nombre Emanuel.” Isaías 7:14

En esta época del año el mundo pareciera volverse un lugar más cálido y piadoso.
Los corazones se enternecen, hay más sonrisas en los rostros, una mayor predisposición a dar y compartir crean una atmósfera que nos permite mirar al futuro con una inusual esperanza.

Nuestras casas se llenan de símbolos que anuncian la llegada de la Navidad, árboles navideños, cintas, velas, estrellas, todo apunta a que el mundo se prepara para recibir algo.

Los infaltables pesebres se dejan ver por todas partes, el niño envuelto en pañales en los brazos de María, los pastores, los ángeles. Todos ellos nos relatan una historia que aun que repetida nos sienta bien; algo en ese pesebre nos reconforta, una magia especial se apodera de nosotros, nos abstrae de nuestra cotidianeidad y lleva nuestros pensamientos a una dimensión diferente. No sabemos bien que es, pero algo nos atrae, una promesa tal vez, una necesidad, una búsqueda.

La Nochebuena por fin llega, los preparativos, la comida, la reunión con familiares y amigos. Al menos por unos minutos el mundo deja sus quehaceres y levanta una copa en favor de aquel niño. Es el momento cúlmine, nos abrazamos, intercambiamos buenos deseos, una palabra de aliento, un “te quiero”, un perdón, una mirada.

Con la misma velocidad con la que nuestro entorno se vistió de Navidad, el Año Nuevo comienza a tomar protagonismo, pronto nos encontramos recibiendo el nuevo año y mucho más rápido aún habremos vuelto a nuestra vida de todos los días. A pesar de los festejos y regalos, del hermoso tiempo compartido, un sentimiento extraño habla a nuestra alm a, de alguna manera nos sentimos como un niño que esperaba encontrar algo más debajo del árbol, no sabemos bien qué era, pero nos queda sabor a poco, nos habían prometido más y no lo hemos recibido.

La cotidianeidad con sus responsabilidades y cargas pronto se encargará de acallar ese sentimiento, la esperanza de recibir ese algo se habrá esfumado dejándonos una vez más con las manos vacías.

¿Será que el pesebre no nos relata toda la historia? ¿Será que tanto preparativo nos ha distraído y no la hemos escuchado hasta el final?

El niño en el pesebre, frágil, inocente, ternura a flor de piel. Su carita pequeña, María apenas la deja ver, lo arropa con ternura mientras duerme, lo abraza con amor y lo alimenta. Desde el cielo el Padre lo contempla con decisión, ese mismo rostro pequeño es el que un día tan desfigurado habrá perdido toda apariencia humana.

De pronto el niño del pesebre se convierte en alguien sin belleza ni e splendor, no había nada de atrayente en él, varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento.

El niño del pesebre que todos queremos ver, es tratado como alguien que no merece ser visto.
Sin embargo, él estaba cargando con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores, fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades.
El castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud.
Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino. El Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.
El niño vino a nacer para ser maltratado, para someterse humildemente; y ni siquiera abrió la boca, lo llevaron como oveja al matadero.
Al niño del pesebre se lo llevaron injustamente y no hubo quién lo defendiera, nadie se preocupó de su destino. Lo enterraron al lado de hombres malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen ni hub o engaño en su boca. (Fragmentos tomados de Isaías 52:13 al 53:12)

Lo que infructuosamente buscamos cada año debajo del árbol es lo que el siervo justo de Dios vino a traernos. El pesebre no nos cuenta toda la historia, tal vez sólo la parte que estamos dispuestos a escuchar.

Para no quedarte esta Navidad con las manos vacías, permítete escuchar un poco más, la historia completa es la que da sentido a la Navidad.

Dios ha preparado algo, un regalo que cada año coloca debajo del árbol para ti. Si te fijas bien, te darás cuenta que siempre ha estado allí, y aunque muchas Navidades ha quedado sin abrir, el Dios de misericordia lo sigue colocando cada año para ti.

No dejes que esta Navidad pase y se vaya dejándote otra vez con las manos vacías, decídete a conocer al niño más allá de su pesebre y recibe lo que ha venido a traer par ti.

“Y Jesús les dijo:
- Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tend rá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.” Juan 6:35


“Y nosotros mismos hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo.” 1 Juan 4:14

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
EricaE

LA NAVIDAD DE MARIA

Lectura: Lucas 1:26-33; 2:4-7.
"Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" Lucas 2:19

Fue todo, menos una idílica, silenciosa y fresca noche en Belén cuando una asustada adolescente dio a luz al Rey de reyes. María soportó el dolor de la llegada de su bebé sin la ayuda de nadie más que las manos ásperas de carpintero de José, su prometido. Es probable que los ángeles hayan cantado una serenata para los pastores que estaban en los campos cercanos, con alabanzas para el Niño, pero todo lo que María y José escucharon fueron los sonidos de los animales, la agonía del parto y el primer llanto de Dios manifestado en forma de un bebé. Una estrella de gran magnitud brillaba en el cielo nocturno, encima del recinto, pero el pesebre era un escenario lóbrego para estos dos visitantes foráneos.
Una combinación de asombro, dolor, temor y gozo probablemente penetró en el corazón de María cuando José colocó al bebé en sus brazos. Ella sabía, por la promesa de un ángel, que este pequeñín era «el Hijo del Altísimo» (Lucas 1:32). Al escudriñar en Sus ojos y luego en los de José, en medio de la penumbra, quizá se preguntó cómo habría de criar a Aquel cuyo reino jamás tendría fin.
Esa noche especial, María tenía mucho para meditar en su corazón. Ahora, más de 2,000 años después, cada uno de nosotros necesita considerar la importancia del nacimiento de Jesús, Su posterior muerte y resurrección, y también Su promesa de que regresará.
Dios vino a morar con nosotros para que pudiéramos vivir con Él.

viernes, 24 de diciembre de 2010

LA PALABRA:NAVIDAD

Un profesor de psicología le dio a sus estudiantes un examen de asociación de palabras.

Les dijo que escribieran lo primero que les viniera a la mente tan pronto como él dijera cada palabra. Por ejemplo, si decía «conversación», podían escribir «teléfono» o «diálogo».

Una de las palabras de ese día causó diversas reacciones y asociaciones sumamente interesantes. La palabra era «Navidad».

Estas fueron algunas de las palabras que asociaron con la Navidad: cohetes, fiesta, lechón asado, baile, licor, regalos, árbol y luces. Entre todas las asociaciones no hubo ninguna referencia a Jesucristo, ni siquiera a su nacimiento.

La verdad es que muy poco de lo que hacemos hoy día se asocia con lo espiritual. Muy pocas de nuestras actividades tienen alguna relación con lo divino.

Muy pocos de nuestros pensamientos abordan lo religioso.

Hablamos con vehemencia en contra del materialismo.

Nos sorprendemos cuando alguien afirma que es ateo.

Nos enojamos cuando alguna persona ridiculiza las cosas religiosas. Sin embargo, guardamos muy poca relación con lo espiritual. Claro que de cuando en cuando vamos a la iglesia, quizás una vez al mes o hasta una vez a la semana. Pero muchas veces lo hacemos para salir de una exigencia social.

Desde luego que buscamos a Dios en los momentos de tragedia, pero esto también viene a ser un acto de último recurso, cuando no nos queda otra esperanza en la vida. Mientras tenemos buena salud y disfrutamos de popularidad, mientras nuestros amigos nos acogen y todo nos va bien, no buscamos seriamente a Dios.

Así que aquellas asociaciones con la palabra «Navidad» revelan algo que se expresa en todas las facetas de nuestra vida.

Si aquel profesor les hubiera dicho la palabra que pusimos como ejemplo, «conversación», habría escogido una de las palabras que más debiéramos asociar con la Navidad. Porque a los ojos de Dios, lejos de representar cohetes, fiestas, lechón asado, baile, licor, regalos, árbol y luces, la Navidad fue el principio de un nuevo diálogo que entabló Él con nosotros.

Esa primera Nochebuena, Dios el Padre, mediante el nacimiento de su Hijo Jesucristo, reparó la línea de comunicación con nosotros que se había cortado a fin de que pudiéramos restablecer con Él la comunión que habíamos perdido. De modo que ahora todos podemos tener comunión íntima y constante con Dios.

Él está esperando que respondamos a la llamada celestial que nos hizo por medio de su Hijo. Pues es mediante esa conversación que restablecemos la conexión y mostramos que comprendemos el verdadero sentido de la Navidad.

Este día es una oportunidad para reflexionar sobre el más grande amor demostrado hacia la humanidad. El amor eterno de Dios.

“De tal manera amó Dios a este mundo, que envió a su único Hijo, Jesucristo, para que todo aquel que en él crea no se pierda, más tenga vida eterna” Juan 3:16.