sábado, 30 de octubre de 2010

«ÉRIKA-DE-DIOS»

Era un vuelo nocturno, en un once de enero, en la república de Colombia. El vuelo era en un avión DC9, que llevaba cincuenta y tres personas a bordo. Por una de esas fallas mecánicas imprevisibles, el avión se estrelló a cuatro kilómetros de la ciudad de Cartagena.

El aparato cayó en el pantano de Flamenco, y de inmediato se incendió. Todas las personas a bordo, menos una, murieron en el accidente. Sólo se salvó Érika Delgado Gómez, una niñita de nueve años de edad, que perdió en el accidente a su padre y a su hermanito.

Es algo terrible cuando un avión se estrella. Es pavoroso cuando centenares de personas quedan atrapadas dentro de un aparato volador que corre a una destrucción segura. Y es tan fuerte el impacto que pocas veces hay sobrevivientes. Pero esta vez sí se salvó alguien.

A Érika, de sólo nueve años, hija de Carlos Delgado Gómez, la encontraron viva. Estuvo algún tiempo medio hundida en las aguas cenagosas del pantano, pero al fin la rescató un modesto pescador, Éver Bello Díaz. Fue un hecho milagroso, y ese milagro hizo que toda Colombia la rebautizara con el nuevo nombre de «Érika-de-Dios».

Cuando uno escapa de un peligro mortal se puede decir que uno «ha nacido de nuevo». Tiene, por lo tanto, el derecho, si así lo desea, de adoptar un nuevo nombre que describa el milagro y le señale una vida nueva. La pequeña Érika, habiendo sobrevivido al choque físico y emocional del accidente, y al dolor de la muerte de su padre y su hermanito, de veras nació de nuevo.

Es de notar que la Biblia dice que todos los que se salven de la cósmica catástrofe que es el pecado humano tendrán también un nuevo nombre. Un nombre que les hará olvidar todo el pasado tenebroso a fin de que puedan mirar hacia un futuro majestuoso. Un nombre que simbolice la vida nueva, recta, limpia, honorable y digna. Vida nueva que Jesucristo da a todo el que cree en Él y le sirve como Señor y Dios.

El haber sido rescatada de una muerte segura le dio a Érika el nombre de Érika-de-Dios. Dios quiere darnos también a nosotros un nuevo nombre: Enrique-de-Dios, Miguel-de-Dios, Elena-de-Dios, Alicia-de-Dios. Pongamos nuestro nombre y a continuación escribamos «de Dios». Sólo tenemos que rendirle nuestra vida al divino Salvador.

Hermano Pablo

¿ESE ES JESUS?

Lectura: Romanos 8:26-29.
"A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito" Romanos 8:29
Al entrar en la iglesia un domingo por la mañana, un niñito me miró y le preguntó a su madre: «Mami, ¿ese es Jesús?» Sobra decir que tuve curiosidad por escuchar la respuesta de la mujer. «No —dijo ella—. Ese es nuestro pastor».
Por supuesto que sabía que ella diría que no, pero aun así deseaba que ella hubiese añadido algo así como: «No, ese es nuestro pastor, pero nos recuerda mucho a Jesús».
Ser como Jesús es el propósito en la vida de aquellos de nosotros que estamos llamados a seguirle. De hecho, tal y como lo observa John Stott, es la meta que nos consume en el pasado, presente y futuro. Romanos 8:29 nos dice que, en el pasado, Dios nos «predestinó para que fu[ésemos] hechos conformes a la imagen de su Hijo». En el presente «somos transformados» al crecer «de gloria en gloria en la misma imagen» (la semejanza de Cristo) (2 Corintios 3:18). Y, en el futuro, «seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).
Ser como Jesús no consiste en guardar las reglas, ir a la iglesia y dar el diezmo, sino en conocer Su perdón y realizar actos de gracia y misericordia de manera constante. Consiste en vivir una vida que valora a todas las personas y en tener un corazón totalmente entregado a la voluntad de nuestro Padre.
Sé como Jesús. ¡Para eso fuiste salvado!
Vive de tal modo que los demás vean a Jesús en ti.

PERDIDO Y HALLADO

Lectura: Lucas 15:4-24.
"Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado" Lucas 15:24
Un artículo en un periódico describía los esfuerzos de hombres de mediana edad que estaban tratando de encontrar su automóvil favorito, que una vez poseyeron y amaron, pero que habían perdido. Buscaban en anuncios para automóviles en Internet, llamaban a depósitos de chatarra e incluso contrataban a especialistas que cobran US$ 400 por hora para ayudarlos a buscar un automóvil que una vez simbolizó la juventud de estos hombres. Ellos, de hecho, quieren el vehículo que una vez poseyeron, no otro que simplemente se le parezca.
Algunos dirían que estos esfuerzos son frívolos, un desperdicio de tiempo y dinero. Pero el valor de un automóvil, al igual que muchas cosas, depende de quién lo mire.
En Lucas 15, personas despreciadas por su sociedad vinieron a escuchar a Jesús. Pero algunos líderes religiosos se quejaron: «Este a los pecadores recibe, y con ellos come» (v.2). A fin de declarar cuán valiosos son estos «pecadores» para Dios, Jesús contó tres historias acerca de la oveja perdida (vv.4-7), la moneda perdida (vv.8-10) y el hijo perdido (vv.11-32). Cada parábola registra la angustia de perder, el esfuerzo de buscar y el gozo de encontrar algo de gran valor. En cada historia vemos un cuadro de Dios, el Padre amoroso, que se regocija por cada alma perdida que se salva.
Aun cuando te sientas lejos de Dios hoy, tú eres de gran valor para Él. Él te está buscando.
Los que han sido hallados deben buscar a los perdidos.

´pelea la buena batalla de la fe, como buen soldado de Jesucristo

viernes, 29 de octubre de 2010

POR DONDE «EL CÓNDOR PASA» PERO OTROS NO

Los doce contemplaron el proyecto. Todos ellos se mostraban sonrientes y optimistas. Estaban en uno de los lugares más pintorescos de la sierra peruana, las montañas del Cuzco, y su proyecto era escalar esas montañas.

Se trataba de doce jóvenes argentinos que habían llegado al Cuzco para satisfacer un viejo sueño: ver la tierra legendaria del Inca, por donde «el cóndor pasa».

Trágicamente un sorpresivo alud de piedras y nieve los sorprendió a todos. Ocho de los jóvenes murieron. Cuatro de ellos, María Teresa Robles, de catorce años de edad; Eneas Toranzo, de quince; su hermano Pablo, de dieciséis; y Gabriel Bazán, de treinta y dos, se salvaron, pero sólo para recordar el horror de la tragedia.

Una avalancha, ya sea de lodo, piedras o nieve, es algo horrible. Ha habido varios de esos terribles episodios en la historia del Perú. En el año 1970 el pueblo de Yungay desapareció por completo bajo un alud. Lo mismo sucedió en Colombia: la ciudad de Armero fue cubierta por completo por un alud de barro y nieve del nevado del Ruiz. Cuando una montaña se desploma, la gente perece.

¡Cuántos aludes ocurren en nuestra vida diaria! A veces es una situación tirante entre patrón y empleado, situación que puede consistir en abusos y desprecios. El empleado aguanta y aguanta, porque necesita el salario y debe someterse. Pero un día el resentimiento acumulado estalla, el empleado se arma y el patrón muere.

A veces es una situación matrimonial que ha ido agravándose por años y años, y de repente, por una provocación insignificante, la montaña se desprende, la tormenta estalla, la furia contenida revienta y hay una tragedia familiar.

Algo así ocurrió en los tiempos del diluvio descrito en la Biblia. Una humanidad rebelde, confundida y desobediente fue quebrantando más y más las leyes morales de Dios, y fue acumulando más y más ira y resentimiento, hasta que Dios dijo: «¡Basta!» y envió ese juicio universal en el que, de entre todos los habitantes del mundo, sólo ocho personas se salvaron.

¿Será posible que el mundo moderno, con todas sus injusticias, sus violencias, sus rebeldías y sus pecados contra la humanidad y contra Dios, está también acumulando peso? La Biblia trata sobre un segundo juicio divino al que califica de final.

¿Por qué esperar? Es hora de que le pidamos a Jesucristo que sea el Señor de nuestra vida. Sólo Él puede salvarnos de desastres, tragedias y juicios.

Hermano Pablo

jueves, 28 de octubre de 2010

JESUS MI SAVADOR



Yo e elegido a Jesús espero que tu también

lunes, 25 de octubre de 2010

¿CUÁL MANO TUVO LA CULPA?

Fueron dos manos juntas, dos manos de la misma sangre, unidas firmemente. Pero no eran manos unidas en oración. Esas dos manos empuñaban juntas un revólver. Y juntas dispararon el arma.

El problema del jurado era decidir qué dedo, de cuál mano, fue el que apretó el gatillo. Porque ambos hermanos, Jesse Hogan y su hermana Jean, habían matado a la enfermera Ana Urdiales. El jurado decidió, por fin, que fue el dedo de Jesse el que apretó el gatillo. Así que condenaron a Jesse a muerte.

He aquí un caso dramático. Dos personas, hermano y hermana, empuñan un arma y con ella matan a una enfermera. Ambas manos sostienen el revólver, pero es un solo dedo el que hace el movimiento fatal. A una mano, la que no apretó el gatillo, le corresponde un castigo menor; a la otra, la pena de muerte.

¡Cuántas veces son dos manos las que cometen el delito, pero una sola recibe el castigo! ¡Cuántas veces el mal que se comete es resultado de otros elementos que han contribuido al mal, pero sólo una persona es castigada!

Una persona bajo la influencia del alcohol comete un asesinato, y sólo ella lleva la culpa. Pero ¿qué del fabricante de licores? ¿Qué del que anuncia con llamativa propaganda su veneno? ¿Qué del que vende el licor? Es más, ¿qué de las leyes que autorizan tales ventas? ¿No tienen todos ellos, también, la culpa de ese homicidio?

Una muchacha se escapa de su casa y se hace miembro de una pandilla callejera. Allí prueba drogas. Para tener con qué comprar las drogas, se vuelve prostituta. A causa de la prostitución, contrae SIDA. Así infecta a decenas de hombres que a su vez infectan a sus esposas. Y las que están embarazadas le transmiten el SIDA al hijo que está por nacer.

¿Quién es culpable? ¿La joven infectada? Claro que sí, pero junto con ella tienen la culpa, también, los padres, si no le dieron un hogar amoroso, las pandillas callejeras, los narcotraficantes y los hombres lujuriosos que compraron por una ínfima cantidad de dinero el cuerpo y el alma de aquella mujer.

Nadie peca solo. Todo lo que hacemos tiene repercusiones enormes. El pecado de Adán ha manchado la vida de toda la humanidad de todo tiempo y de todo lugar. Nadie peca solo.

Sólo Dios puede hacernos cambiar nuestra conducta. Lo hace cuando cambia nuestra vida. A esto Cristo lo llama «nacer de nuevo». Busquemos el perdón de Dios. Cuando Él limpia nuestro corazón, la semilla que sembramos produce vidas sanas y puras.

Hermano Pablo