miércoles, 16 de junio de 2010

EL ASESINO SILENCIOSO

La noche estaba fría, como suelen ser las del otoño en Toronto, Canadá. Dentro de la casa el ambiente era grato. Había habido una rica cena, con diez personas alrededor de la mesa familiar. Habían disfrutado juntos de un buen programa de televisión, y ya era hora de ir a la cama. Así que todos —padre, madre y ocho hijos, entre los once y los veinticinco años de edad— se retiraron a dormir.

Encendieron el calentador de gas, apagaron las luces, se arrebujaron entre sus cobijas, y se durmieron. Hasta ahí, todo fue normal. Pero jamás volvieron a despertarse. El gas del calentador, asesino silencioso, dio cuenta de los diez durmientes. La familia entera pasó de un sueño al otro, sin sentir nada.

Muchos son los casos registrados de personas que mueren por el gas de los calentadores. Este caso en el Canadá es impresionante por tratarse de una familia entera, una familia seguramente amorosa y unida porque todos vivían juntos, incluso los hijos mayores de dieciocho años. Pero el gas se los llevó a todos sin darles tiempo de reaccionar o defenderse.

La característica más ominosa que tienen estos gases, especialmente el monóxido de carbono, es que primero producen un adormecimiento agradable, una sensación placentera de tranquilidad, de serenidad, de paz. Pero luego que adormecen a sus víctimas, las matan sin piedad.

Por esa característica del tal llamado asesino silencioso, al gas letal lo podemos comparar con el espíritu del mal que reina en este mundo. Es el espíritu que comienza adormeciendo la conciencia. Produce una sensación de bienestar, de calma. Da la impresión de que todo está bien, que la vida es buena y hay que disfrutarla. Y las víctimas se adormecen. Su conciencia entra en un estupor donde ya no reacciona con nada, y cuando la víctima se da cuenta, ya está atrapada.

Así es como toma auge el mal uso de las drogas, la inmoralidad sexual, la irreverencia, el materialismo y el descreimiento. Estos gases mortales se han infiltrado en la sociedad occidental y la tienen ya en sus garras.

Podríamos decir: ¿Qué importa? Lo que importa es que sin saber porqué, sufrimos consecuencias desastrosas que poco a poco destruyen nuestra vida.

Pero todavía hay tiempo para reaccionar. El único remedio contra el gas letal es el aire puro, el oxígeno vital y renovador. Así mismo, el único remedio contra el adormecimiento espiritual es el Espíritu de Jesucristo. Abramos nuestro corazón a Cristo. Su doctrina es nuestra salvación, y su persona, nuestro Salvador.

Hermano Plablo

lunes, 14 de junio de 2010

SOLO PARA AMIGOS

Dos hombres, los dos moribundamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. Uno de los dos podía sentarse en su cama durante una hora cada mediodía a fin de evacuar los fluídos de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro hombre debía pasar sus días tumbado sobre su espalda.

Los dos hombres hablaban durante horas. Hablaban de sus esposas, de su familia, de su casa, sus aventuras, de sus empleos, de su participación en el servicio militar y donde habían estado de en diferentes vacaciones. Y cada mediodía, cuando el hombre que se sentaba cerca de la ventana, pasaba el tiempo describiendo a su compañero de habitación todo lo que podía divisar hacia afuera, a través de esa ventana.

El hombre en la otra cama empezó a vivir por estos períodos de una hora en los que su mundo era ampliado, entusiasmado y animado por todas las actividades y colores del mundo exterior. "Desde la habitación, la vista daba a un parque con un hermoso lago. Los patos y los cisnes jugaban en el agua, mientras que los niños hacían navegar sus barcos de miniatura en las cristalinas aguas de una inmensa fuente de mármol rústico y blanco

Los jóvenes enamorados paseaban abrazados entre las flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles decoraban el paisaje y una hermosa vista de la silueta de la ciudad se podía percibir en el horizonte." Mientras que el hombre cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, el otro hombre cerraba sus ojos e imaginaba la pintoresca escena. Otro mediodía, el hombre cerca de la ventana describió un desfile que pasaba por allí. Ya que el hombre yacente al otro lado; no podía oír la orquesta, sin embargo podía verla con el ojo de su imaginación, dada la descripción llena de palabras poéticas y precisas de su compañero.

Una mañana, la enfermera de día llegó para traer el agua de los lavabos y descubrió el cuerpo yacente sin vida del hombre que estaba cerca de la ventana se había apagado apaciblemente durante su sueño. Entristecida, pidió ayuda para llevarse el cuerpo. Y, en cuanto sintió que era el momento propicio, el otro hombre pidió si él podía ser desplazado hacia la ventana del cuarto. La enfermera se alegró de poder complacerle y, después de asegurarse de que estaba cómodamente instalado, lo dejó solo. De forma lenta, se alzó pobremente sobre un codo para echar un primer vistazo. Al fin tendría la alegría de ver por sí mismo todo lo que su compañero con tanta dedicación había sabido describir, pero...¡Todo lo que vieron sus ojos fue un gran muro! "¿Por qué su compañero muerto le había descripto tantas maravillas mientras que no había nada?" Al comentarle a la enfermera su triste hallazgo, ella musitante murmuró: "Puede ser que él simplemente haya querido darte lo mejor de sí mismo, ánimos y buena voluntad, ¿sabes ? él era ciego".

Hay una felicidad inmensa en hacer felices a los demás a despecho de las propias limitaciones e inhibiciones. La pena compartida es la mitad del dolor pero la alegría, una vez compartida, es doble. Si quieres sentirte rico no tienes más que contar y compartir todas aquellas cosas que posees y que el dinero no puede comprar. Hoy es un regalo, por eso se llama "presente".

METIENDOS "EN EL CAMINO"

Lectura: Juan 14:1-6.
"Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" Juan 14:6
Los antiguos romanos eran famosos por sus carreteras, las cuales cruzaban todo el imperio y eran altamente transitadas. Eso es lo que los oyentes de Jesús imaginaron cuando Él afirmó: «Yo soy el camino» en Juan 14:6.
Si bien este versículo indica que Él es el camino al cielo, realmente hay más que añadir a esta declaración. Atravesando la maleza de la densa selva que es nuestro mundo, Jesús es nuestro guía de sendero, quien abre un nuevo camino para nuestra vida. Si bien muchos siguen el camino del mundo amando a sus amigos y odiando a sus enemigos, Jesús muestra la senda de una nueva forma de caminar: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen» (Mateo 5:44). Es fácil juzgar y criticar a los demás, pero Jesús, el Hacedor de caminos, dice que primero nos saquemos la viga de nuestro propio ojo (7:3-4). Y abre una senda para que vivamos con generosidad en vez de codicia (Lucas 12:13-34).
Cuando Jesús dijo «Yo soy el camino», nos estaba llamando a dejar las viejas costumbres que llevan a la destrucción y seguirle a Él en la nueva manera en la que Él quiere que vivamos. De hecho, la frase venir en pos (Marcos 8:34) literalmente significa, «ser encontrado en el camino» con Él. Tú y yo podemos elegir viajar por los mismos caminos que nos son familiares y que al final son destructivos, ¡o podemos seguirle y que nos encuentren en ese caminar con Aquel que es el camino!
No tenemos que ver el camino si estamos siguiendo a Aquel que es el camino.

QUEDA PROHIBIDO

Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber qué hacer, tener miedo a tus recuerdos.
Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños.
Queda prohibido no demostrar tu amor, hacer que alguien pague tus deudas y tu mal humor.
Queda prohibido dejar a tus amigos, no intentar comprender lo que vivieron juntos, llamarles sólo cuando los necesitas.
Queda prohibido no intentar de nuevo construir tu hogar, no comprender, no ser paciente y no amar a tu cónyuge.
Queda prohibido no ser tú mismo ante la gente, fingir ante las personas que no te importan, hacerte el gracioso con tal que te recuerden, olvidar a toda la gente que te quiere.
Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo, tener miedo a la vida y a sus compromisos, no vivir cada día como si fuera tu último suspiro.
Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte.
Queda prohibido no intentar comprender a las personas, no pensar que sus vidas valen más que la tuya y no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.
Queda prohibido no crear tu historia, no tener un momento para gente que te necesita, no comprender que aquello que la vida te da, también te lo quita.
Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva, no pensar en que podemos ser mejores, no sentir que sin ti este mundo no seria igual.
Queda prohibido renunciar a la lucha contra la corrupción y el caudillismo, queda prohibido doblegar las banderas ante los obstáculos y el cinismo.
Queda prohibido no buscar a Dios cuando el espíritu está sediento de él.
Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque es a ti a quien oro.
Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré.
Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el mal no mora contigo. Salmo 5:2,4

«EJEMPLO DE FIDELIDAD»

Durante cinco años y medio estuvo haciendo lo mismo. Cada vez que llegaba el tren a la estación, iba a esperar a los pasajeros. No necesitaba leer los horarios. No le importaba ni el calor tórrido del verano ni el frío gélido del invierno. Cuatro veces al día, con cada tren que llegaba, ya fuera del norte o del sur, iba y esperaba pacientemente en el andén. Era un perro, un perro pastor alemán.

Tiempo atrás se habían llevado, en tren, el cadáver de su amo, y desde entonces Shep, que era el nombre del perro, había ido a esperarlo a la estación a ver si volvía. Viejo ya, un día calculó mal sus pasos y lo arrolló un tren. Esto ocurrió en un pequeño pueblo de Canadá en 1942. Muchos años después, el pueblo aún celebraba al perro pastor alemán, Shep. Lo llamaban «ejemplo de fidelidad.»

La fidelidad no sólo es una gran virtud, sino que es además indispensable para el desenvolvimiento correcto de la vida diaria.
Supongamos que el reloj despertador no nos es fiel, y en vez de llamarnos a las seis de la mañana nos deja dormir hasta las nueve, y perdemos un importante negocio. ¿Qué si la pastilla de aspirina, el gran remedio universal, no nos es fiel, y en vez de quitarnos el dolor de cabeza nos provoca fuerte hemorragia gástrica? ¿O qué si nuestro banquero no nos es fiel, y de repente desaparece con todo el dinero que tenemos en el banco?

Desgracias indecibles ocurren cuando hay falta de fidelidad. Un ejemplo clásico se da cuando el marido le es infiel a la esposa, o cuando la esposa le es infiel al marido. Todo el hogar se hunde en la desgracia. Los dolores más grandes del corazón los provoca la infidelidad conyugal. Lo cierto es que la sociedad entera depende de que haya fidelidad en todo.

¿Y qué de lo espiritual? ¿Qué sería de este mundo si el hombre no le fuera fiel a su Dios? La respuesta es muy evidente. La desgracia de familias destruidas, de esposos y esposas infieles, de hijos abandonados y de vidas deshechas es prueba suficiente de lo que es este mundo cuando el hombre no le es fiel a su Dios.

Sin embargo, la Biblia nos dice acerca de Dios que «si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13). Cristo es fiel aun cuando nosotros no lo somos. En Él podemos encontrar un seguro y fiel Salvador, Uno que no falla, que no engaña, que no desilusiona y que no fracasa. Él es el Salvador que todos necesitamos en estos tiempos de cruda infidelidad.

Hermano Pablo

viernes, 11 de junio de 2010

VISIÓN PERDURABLE

El tiempo había transcurrido de noviembre a julio. En nueve meses pasan muchas cosas: un bebé es concebido y avanza a su madurez en el vientre materno; tres estaciones del año pasan siguiendo su ritmo inevitable; la política, la economía y el deporte experimentan grandes cambios.

Pero esos nueve meses no trajeron ningún cambio en la vida de Carmela Salas, de 65 años, mexicana residente de Texas. Los pasó, según el periódico «Los Ángeles Times», contemplando el cadáver de su esposo, Enrique Salas, acostado en la cama matrimonial.

Cuando el esposo murió, ella, negándose a reconocer la realidad, hizo de cuenta que la desgracia no había pasado, y el tiempo se detuvo para ella.

Este no es el primer caso en que hombres o mujeres ven morir al ser más querido y no se resignan a tener que dejar de mirarlo. Y aunque son cadáveres ya, y la momificación de la muerte ha comenzado el proceso de descomposición, el amor que les tienen es más fuerte.

El odio jamás hará una cosa semejante. El odio tiende a destruir, destrozar, masacrar y a hacer desaparecer todo de la vista. El amor construye, y cuando no puede construir, hace perdurar. Porque el amor es muy diferente al odio.

El amor de Dios es el amor más fuerte que existe. Es una fuerza que tiende siempre a reparar, a curar, a construir, a conservar lo bueno, a hermosear más lo que ya es lindo, a regenerar, a purificar y a santificar. El amor de Dios tiende siempre a perdonar y, más que perdonar, a olvidar. Incluso olvida el pecado, el mal, la falta, la derrota, el fracaso humano.

Y como Carmela Salas, Dios también contempla perdurablemente a sus seres amados. Él nunca deja de mirarlos. «El Señor recorre con su mirada toda la tierra —dice la Biblia—, y está listo para ayudar a quienes le son fieles» (2 Crónicas 16:9).

No hay nada más perdurable, poderoso, fiel y comprensivo en la humanidad que el amor de Cristo. Es un amor que nunca falla, una sabiduría que nunca yerra. Tener un corazón entregado a Él es asegurarse la bendición de la vida eterna. Tomemos hoy la más grande decisión moral posible: Elijamos a Cristo como nuestro Salvador y nuestro Señor.

Hermano Pablo

RIESGO

Lectura: Proverbios 6:16-19.
"Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo" 1 Pedro 5:6
Cuando nuestros hijos eran pequeños, Risk era uno de nuestros juegos de mesa favoritos. El objetivo era la conquista del mundo. Cada jugador movilizaba sus tropas para tomar posesión de países y continentes. Siempre me divertía ver que la persona inicialmente lideraba el juego rara vez ganaba. La razón es obvia. Cuando los demás jugadores percibían el orgullo cada vez mayor del líder, se unían contra él.
Ya sea consciente o subconscientemente, es fácil que no nos gusten las personas poderosas con apariencia orgullosa. Su propio semblante parece animar a los demás a lanzarles obstáculos en el camino o ser opositores silenciosos.
En la lectura bíblica de hoy, se nos dice que son siete las cosas que Dios odia. De forma reveladora, la primera es el orgullo. Cuando alguien se sobrevalora a sí mismo infravalorando a los demás, inevitablemente lo revela con su apariencia orgullosa. Hinchado de autopresunción, también puede crear maldad y sembrar discordia. No es de extrañar que Dios aborrezca las apariencias orgullosas.
Puede que la gente orgullosa y poderosa piense que tiene que preocuparse de lo que piensen los demás, pero no puede ignorar la oposición de Dios. Pedro nos recuerda que no confiemos en nosotros mismos sino en Aquel que nos exaltará "cuando fuere tiempo" (1 Pedro 5:6). Al someternos a Él, evitamos el riesgo que el orgullo representa para nuestro carácter y nos convertimos en siervos de Dios agradecidos y humildes.
Nadie puede glorificarse a sí mismo y glorificar a Cristo al mismo tiempo.