
miércoles, 9 de junio de 2010
HASTA LA BASURA SIRVE PARA ALGO
Mirar desde la ventana de ese sexto piso era ver un paisaje gris y sombrío. Porque la ventana de ese apartamento daba a un oscuro callejón del barrio de Harlem, Nueva York. Y el callejón era, en sí mismo, un enorme depósito de basura infestado de ratas.
Fue por esa ventana, a treinta metros de altura, que cayó el pequeño Ramal Gentry, de dos años de edad, hijo de Rhonda Gentry. Pero la basura lo recibió blandamente, como los brazos mismos de su madre, y el pequeño no sufrió más que el susto. «Dios y la basura —declaró después la madre— hicieron el milagro.»
Es interesante cómo aquello que tenemos por inservible viene a veces a salvarnos de algún desastre. Se supone que la basura no sirve para nada. Por eso la quitamos de la casa, la metemos en bolsas plásticas o de papel y la llevamos a un basurero. O la dejamos en el sitio indicado para que la recoja la municipalidad.
Las grandes ciudades del mundo recogen cada día millones de toneladas de basura y la llevan lejos, para que no ofenda a nadie. Pero con esa basura se rellenan terrenos baldíos, o se pone la base para nuevos caminos, o se quema y se saca de ella energía.
En el caso del pequeño Ramal, la basura sirvió para salvarle la vida y para que su madre elevara una oración de gratitud a Dios.
En la célebre parábola del hijo pródigo relatada por Jesucristo, se cuenta del joven que vivió perdidamente derrochando toda su herencia. Lo gastó todo hasta que se vio pobre y derrotado, cuidando cerdos y comiendo basura. Pero esa miserable situación sirvió para que el pródigo tuviera una reacción moral, que lo hizo regresar a la casa de su padre y al albergue de la familia.
¿Será posible que nos hallemos hoy en medio de lo que consideramos un montón de basura? Es más, ¿nos consideramos nosotros mismos basura? Quizá la vida nos haya vencido. Quizá los vicios nos tengan derrotados. Quizá nos hallemos quebrantados, amargados, desalentados. Quizá hayamos perdido toda esperanza de recuperación y aun todo deseo de vivir.
Ha llegado entonces el momento de reaccionar. Ha llegado el momento de pedir socorro divino. Ha llegado el momento de confesar, como el hijo pródigo: «He pecado contra el cielo y contra ti» (Lucas15:21). Y clamar: «¡Ayúdame, Señor!» Jesucristo puede sacar a todo ser humano de cualquier basurero, no importa lo grande o maloliente que sea. Basta con que clame a Dios en medio de su dolor. Él sólo espera oír su clamor.
Hermano Pablo
PALABRAS Y NUMEROS
"Yo y el Padre uno somos" Juan 10:30
Mi esposo es una persona "de números"; yo soy una persona "de palabras". Cuando mi incompetencia con los números me exaspera al máximo, trato de impulsar mi ego recordándole a Jay que las personas de palabras son superiores porque Jesús se llamó a sí mismo el Verbo, no el Número.
En vez de tratar de defenderse, Jay simplemente sonríe y continúa ocupándose de sus asuntos, los cuales consisten en cosas mucho más importantes que mis tontos argumentos.
Como veo que Jay no se defiende, entonces me siento obligada a hacerlo. Aunque es verdad que Jesús era el Verbo, estoy equivocada al decir que Él no se refirió a sí mismo como un número. Uno de los pasajes más conmovedores de las Escrituras es la oración de Cristo justo antes de Su arresto y crucifixión. Con la muerte frente a Él, Jesús oró no sólo por Él mismo, sino también por Sus discipulos y por nosotros. Su petición más urgente a favor nuestro involucró un número: "[Ruego] para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17:21).
Como personas que viven la Palabra, tenemos que recordar que las "palabras correctas" le suenan huecas al mundo a menos que, siendo uno en Cristo, estemos glorificando a Dios con una sola mente y una sola voz.
Dios llama a Sus hijos a la unidad.
martes, 8 de junio de 2010
SEPARACIÓN ENTRE IGLESIA Y ESTADO
El juicio estaba llegando a su fin. Toda la evidencia pesaba en contra del acusado. La sentencia de muerte sin duda caería sobre Carlos Chambers. Había matado a una mujer de setenta años para robarle. Seguramente lo condenarían a la cámara de gas.
El fiscal, a fin de reafirmar su tesis, tuvo la ocurrencia de citar la Biblia: «Dios dice que el que derrama sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.»
Ante esto el abogado defensor pidió que se anulara la sentencia, y el juez se vio obligado a conceder la petición. La ley dictaba que no se podía citar la Biblia para acusar a un hombre. Esto se debía a que en ese país había estricta separación entre Iglesia y Estado. Así que por referirse a la Biblia, el fiscal perdió su caso.
He aquí un caso interesante. Sucede en un país donde ocurren toda clase de argucias jurídicas extrañas, y se presta para una seria reflexión. Un asesino merece la pena de muerte. No debiera haber escape. Pero al citar la Biblia para condenarlo, se ponen en juego tretas jurídicas, y el hombre se salva.
Vale la pena preguntarnos: Al fin de cuentas, ¿en qué se basan las leyes humanas de todos los países del mundo para definir un delito? Si no puede citarse la Biblia en el juicio de un asesino, tampoco debe poder citarse para condenar a un adúltero, o a un mentiroso, o a un ladrón, o a quien sea culpable de cualquier delito.
Los Diez Mandamientos, que se encuentran en el Libro Sagrado, fijan y establecen la moral humana. Si no hubiera Biblia y no existiera ese Decálogo de Moisés, el hombre no tendría ley a la cual sujetarse. ¿Cuál sería el resultado? Se regiría sólo por la violencia y la fuerza. Su única ley sería su propio capricho personal.
En los días previos al diluvio universal, nadie obedecía a nadie. No había ley, no había moral, no había norma de vida. Regía sólo la violencia. Cada uno establecía su propia ley. Fue entonces que Dios envió el diluvio, para comenzar un nuevo pueblo.
Lo cierto es que aunque Dios jamás hubiera mandado a escribir sus mandamientos en tablas de piedra o en ninguna otra parte, el homicidio sería criminal, el adulterio sería inmoral, el robo sería ruin, y todo pecado sería maligno. Lo que no está escrito en tablas de piedra, está escrito en la conciencia humana. Y todos hemos violado la ley de la conciencia.
¿Habrá salvación para el pecador? Sí, la hay, con toda seguridad. Por eso dio su vida Jesucristo en la cruz del Calvario: para pagar el precio de nuestra redención. Podemos acudir a Él. Cristo murió por nuestra maldad. Por eso se llama Salvador. Rindámosle nuestra vida.
Hermano pablo
lunes, 7 de junio de 2010
EL RETORNO DEL REGALO
Él me ha dado la vida misma y las bendiciones que tanto aprecio, pero me temo que no pude pensar en nada apropiado.
Cada vez que le doy algo, Él más que duplica el retorno…
Le di mi debilidad… Él entonces confirmó que Su fortaleza estaría siempre allí para que me pudiese aferrar.
Le di mi vida destruida… Él me dio una renovada.
Le di mi dolor y quebranto de corazón, todo lo que aquejaba mi cansada alma… Él me dio esperanza y felicidad, y restauró todo mi ser.
Le di todas mis dudas y temores, las cosas que me estorbaban mi diario servicio en Su nombre… Él las hizo irse.
Le ofrecí mi débil voz para cantar Sus alabanzas en canción… Él llenó mi corazón con una melodía que durará toda mi vida.
Le ofrecí mis manos para servir, para ayudar a aquellos en necesidad… Él me dio el talento para usar estas herramientas para que pudiera lograrlo.
Le di mi vida por completo para mostrar Su luz a un mundo en tinieblas… Él me dio un testimonio maravilloso, una manera de compartir Su luz.
Le ofrecí mis ojos para ver todo lo que pudieran captar… Él me mostró un mundo de temor, infelicidad y pecado.
Por cada regalo que le di, Él me regresó instrucciones para sus usos… posibilidad ilimitada para alcanzar a un mundo que necesita hallar al Salvador que yo encontré. Así que más y más le sirvo, ya que a Él, en amor, estoy encadenado.
Beth Fisher, usado con permiso
Fuente: Inspirational Christian StoriesDios me dió el más grande regalo su Hijo…y su Hijo me dió el más grande regalo su perdón. Cuando quiero darle algo, él nuevamente me sorprende.
Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda. Romanos 4:4
Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Rom 5:15
EL DIA DE ENTRE TODOS LOS DIAS
"Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo" 2 Timoteo 2:3
En la miniserie para la televisión, Banda de Hermanos, el transporte aéreo N.º 101 está volando sobre la zona de lanzamiento en paracaídas durante el Día D (el día del desembarco aliado de Normandía), la principal ofensiva para liberar a Europa del control nazi. Cuando el personaje principal, el teniente Richard Winters, se lanza desde el avión, el estallido del ataque antiaéreo y el fuego de las ametralladoras llena el aire.
Posteriormente, Winters reflexionó sobre su primer día en combate: «Esa noche, reservé un tiempo para agradecer a Dios por mantenerme a flote ese día de entre todos los días… y que, si de alguna manera me las arreglaba para volver a casa, Le prometí a Dios y a mí mismo que encontraría una parcela tranquila en algún lugar y pasaría el resto de mi vida en paz». Winters sabía que debía resistir hasta que llegara ese día.
La Biblia nos dice que los creyentes quedan atrapados en un conflicto iniciado por la rebelión de Satanás contra Dios. Debido a esto, somos desafiados a «sufr[ir] penalidades como buen[os] soldado de Jesucristo» (2 Timoteo 2:3). En los días de Pablo, los legionarios romanos sufrían al servicio del emperador. Como seguidores de Jesús, puede que se nos llame a hacer lo mismo por el Rey de reyes.
En el cielo ya no experimentaremos tales dificultades, sino que disfrutaremos de una paz perdurable con el Salvador. Por ahora, hemos de perseverar por fe.
La victoria es segura para aquellos que resisten.
sábado, 5 de junio de 2010
¿PORQUE TUVO QUE PASARME AMI?
En eso Lewis B. Puller, teniente del ejército estadounidense que peleaba en Vietnam, pisó una trampa explosiva. Para todo soldado que hablaba inglés, era literalmente una “trampa caza-bobos”. La explosión no lo mató, pero le mutiló las dos piernas y parte de las manos.
Librado de la muerte, Lewie Puller regresó a su país, estudió derecho a fin de convertirse en abogado, se casó y tuvo hijos y hasta escribió un libro titulado Hijo Afortunado que le ganó un premio. Pero su vida nunca dejó de arrastrar el dolor de la guerra. Un día, no aguantando más su pena, se suicidó. La revista Time publicó su obituario y le puso por título: “La herida que nunca sanó”
Las guerras de este mundo siguen cobrando sus víctimas, aún después de pasados muchos años. El Teniente Puller, hijo del General Puller, el hombre más condecorado de la marina estadounidense, parecía ser un triunfador. Se sobrepuso a la pérdida de sus piernas. Vivió veintiséis años con su esposa. Y escribió, con éxito , su autobiografía. pero la Psicosis de la guerra lo tenía marcado.
Puller se sumergió en el alcohol. Eso provocó problemas en su matrimonio, acelerando la separación de su esposa. La herida psicológica de Vietnam, que nunca sanó, terminó destruyéndolo.
Hay heridas del alma peores que las del cuerpo. Muchos hombres lisiados de gravedad han podido sobrevivir, recuperarse y hasta ser felices. Pero Puller cayó víctima de otra herida. Allá en el fondo de su alma hubo siempre una úlcera, una llaga abierta que continuamente preguntaba: ¿Por qué tuvo que pasarme a mí?
Buscó alivio en el alcohol, pero éste también es una “trampa caza-bobos” tan destructiva como aquella otra que le mutiló las piernas en plena selva.
Lo único que puede sanar las heridas del alma es una experiencia espiritual.
He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Jeremías 33:6