viernes, 14 de mayo de 2010

LLEGANDO A LA META

Lectura: Mateo 4:18-22.
"[Jesús] les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres" Mateo 4:19
Cada año, los alumnos del último año de secundaria solicitan el ingreso a sus universidades favoritas y luego no le quitan los ojos de encima a su buzón de correo esperando la carta que anuncie su aceptación.
La situación era diferente para los adolescentes en los tiempos del Nuevo Testamento. Los muchachos judíos a menudo iban a las escuelas rabínicas hasta la edad de 13 años. Luego, sólo los mejores y más brillantes eran elegidos para «seguir» al rabino local. Este grupo pequeño y selecto de discípulos seguían al rabino por dondequiera que éste iba y comían lo que él comía, dándole forma a sus vidas según el modelo de su maestro. Aquellos que no llegaban a esa meta escogían un oficio como la carpintería, el pastoreo de ovejas o la pesca.
Tipos como Simón, Andrés, Jacobo y Juan no habían llegado a la meta. Así que, en vez de seguir al rabino local, estaban bajo los muelles, con el agua hasta las rodillas en el negocio familiar. Es interesante el hecho de que Jesús buscase a los hombres que el rabino local había rechazado. En vez de apuntar a los mejores y a los más brillantes, Jesús ofreció Su invitación de «venid en pos de Mí» a pescadores ordinarios y mediocres. ¡Qué honor! Se convirtieron en seguidores del Rabino Supremo.
Jesús nos ofrece el mismo honor a ti y a mí; no porque seamos los mejores o los más brillantes, sino porque Él necesita a personas ordinarias como nosotros para ser modelos de Su vida, y con amor rescatar a las personas en Su nombre. Así que, ¡síguele y permítele que haga algo de tu vida!
Incluso la gente ordinaria y los marginados pueden llegar a la meta siguiendo a Jesús.

jueves, 13 de mayo de 2010

MURIÓ COMO CREYENTE EN CRISTO

Durante la noche hizo un repaso de toda su vida. No había sido una vida larga: sólo veintiséis años. Desde más o menos seis años de edad no había recuerdos buenos. Recordó desobediencias, malos tratos, peleas callejeras, poca escuela. Recordó también su adolescencia, la flor de la juventud y... drogas.

Se trataba de Gary Salvany, convicto de dos asesinatos, preso en el estado de Florida y condenado a morir por inyección letal.

A las seis de la mañana fueron por él a su celda. Había llegado la hora. Gary se puso de rodillas y elevó una sencilla oración a Dios. Luego caminó humildemente, custodiado por dos guardias, hasta la cámara de ejecución. Allí les dijo a los presentes: «Los amo a todos. Denle un beso de despedida a papá y a mamá. Yo me voy con Cristo.» Y Gary Salvany murió en la camilla de ejecución de la prisión. «Murió como creyente en Cristo», informó el capellán, y todos los diarios lo citaron: «Murió como creyente en Cristo.»

¿Cómo puede morir «como creyente en Cristo» un hombre que es ejecutado por dos homicidios violentos? ¿Cómo puede morir «como creyente en Cristo» un hombre que vivió toda su vida como un rebelde? ¿Cómo puede una persona llegar al fin de sus días con un tubo insertado en un brazo por donde le llega la solución letal por homicida, y todavía morir «como creyente en Cristo»?

Parece ilógico, absurdo y contradictorio, pero teológicamente no lo es. Ese muchacho, que desde la adolescencia anduvo en drogas, que se relacionó con delincuentes y se hizo al fin delincuente él mismo, escuchó en la cárcel la buena noticia de Cristo. Allí supo que Cristo había muerto por sus pecados y que sólo era necesario creer en Él y aceptar esa obra bendita para recibir la redención completa, el perdón absoluto, el regalo de vida eterna.

Cuando Gary comprendió eso, reconoció sus faltas y su condición perdida, y clamó por perdón, Jesucristo lo perdonó y lo recibió en su reino celestial, igual que al criminal arrepentido que fue crucificado al lado suyo.

La redención de Gary Salvany fue notable por lo horrible de su crimen. Pero ante la perfección de Dios, todos somos pecadores. Nadie merece sus favores. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que hizo Gary: comprender el significado de la cruz, reconocer nuestra condición perdida y clamar a Dios por perdón y vida eterna. Él se la dará a quien en humildad sincera se la pida.

Hermano Pablo

EL BORDADO

Cuando yo era pequeña, mi madre solía coser mucho.
Un día me senté cerca de ella y le pregunté qué estaba haciendo. Ella me respondió que estaba bordando. Pero como yo sólo podía observar el trabajo de mi madre desde atrás, lo que estaba haciendo tenía un aspecto bastante confuso.
Le pregunté por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué todo el bordado era tan desordenado. Ella sonreía y me sugirió que saliera a jugar un momento y que me llamaría cuando hubiera terminado su bordado. Entonces te sentarás en mi regazo y te dejaré verlo desde mi posición.
Una media hora más tarde me llamó y me quedé sorprendida y emocionada al ver un bello atardecer en el bordado. No podía creerlo.
Muchas veces a lo largo de los años mirando al Señor pregunté: “Dios, ¿Qué estás haciendo?”. Él respondió: “Estoy bordando tu vida.” Entonces yo le repliqué: “Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿por qué no son más brillantes?” y Dios parecía decirme: “Mi niña, ocúpate de tu trabajo que yo estoy haciendo el mío. Un día vendrás de vuelta a casa, te pondré sobre mi regazo y entonces entenderás”
Nos cuesta entender, que nuestra vida no es un accidente. Dios está trabajando intensamente en nosotros a través de cada detalle, cada hora y cada minuto. Recuerda, Dios no malgasta tiempo. Cada minuto es aprovechado al máximo, porque él te ama.
Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito.
Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo. Romanos 8:28,29.

PESAR PIADOSO

Lectura: 2 Corintios 7:5-10.
"Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios" 2 Corintios 7:9
Los ladrones se llevaron casi 5.000 dólares en equipos de sonido y oficina de una iglesia en los Estados Unidos, sólo para volver a la noche siguiente y devolver los objetos que habían robado. Aparentemente, el sentimiento de culpa por robar a una iglesia pesó tanto en sus conciencias que sintieron la necesidad de corregir su comportamiento criminal al haber quebrantado el mandamiento: «No hurtarás» (Éxodo 20:15). Sus acciones me hicieron pensar en las diferencias entre el pesar mundano y el pesar piadoso.
Pablo alabó a los corintios por entender esta diferencia. La primera carta que les escribió fue mordaz, ya que trató asuntos de pecado. Sus palabras causaron pesar entre ellos y Pablo se regocijó por esto. ¿Por qué? Su pesar no se detuvo tan sólo en sentirse tristes porque fueron descubiertos o por sufrir las desagradables consecuencias de sus pecados. Su pesar era un pesar piadoso, un auténtico remordimiento por sus pecados. Esto les llevó al arrepentimiento —un cambio en su pensamiento que les condujo a renunciar a su pecado y volverse a Dios. Su arrepentimiento finalmente les llevó a la liberación de los hábitos pecaminosos que tenían.
El arrepentimiento no es algo que podamos realizar a menos que el Espíritu Santo nos induzca a hacerlo; es un regalo de Dios. Ora por arrepentimiento hoy (2 Timoteo 2:24-26).
El arrepentimiento significa odiar el pecado lo suficiente como para alejarse de él.

martes, 11 de mayo de 2010

ASUSTARSE DE LA PROPIA SOMBRA

Bruno Napone, siciliano de sesenta y cinco años de edad, levantó el revólver, contuvo el aliento, cerró un ojo y tomó la puntería. Luego descargó las seis balas del tambor. Agujereó una ventana, perforó el televisor, destrozó platos y tazas, y dejó balas en tres de las paredes. Mientras tanto, gritaba despavorido: «¡No dejen que me agarre, no dejen que me agarre!»

A Bruno no lo perseguía la policía; él no tenía enemigos ni lo habían asaltado los ladrones. Bruno huía de su propia sombra, una fobia que lo había dominado desde la infancia.

En su casa no encendía luces. Salía de ella sólo en los días nublados o de lluvia. Si veía su sombra en el suelo o en las paredes, le sobrevenían un temblor incontrolable y unos sudores fríos. «Es trauma infantil», concluyó el médico. Pero para Bruno Napone, si bien era una obsesión muy extraña, era también muy verdadera.

Hay muchas personas que, como este anciano de Sicilia, viven huyendo de su propia sombra. Son las que guardan en su conciencia algún delito no confesado. Hay mujeres que han cometido adulterio, y temen que ese adulterio se descubra y que la vergüenza y sus terribles consecuencias caigan sobre ellas y su familia. Hay hombres ejecutivos, tanto de empresas privadas como funcionarios del gobierno, que han cometido una estafa, y aunque disfrutan del dinero obtenido, viven pendientes de la posibilidad de que se les descubra. Tiemblan ante el sonido de una hoja, o de la sirena de un radio patrulla, o huyen de su propia sombra. Cada mañana leen la crónica policiaca con angustia.

Es justo, bueno y sano que nos remuerda la conciencia a tal grado que no podamos eludir nuestra culpa. Triste es cuando la persona pierde toda sensibilidad. Quien no siente en el corazón el ardor de un delito escondido, de una infidelidad oculta, no tiene ninguna esperanza de ayuda. El cargo de conciencia es un indicio de que todavía hay esperanza de libertad. Para el enfermo que no siente su mal, no hay remedio alguno.

Pero ¿a quién acude la persona que se siente morir bajo el peso de una culpa? El primer paso es buscar a Dios. Jesucristo es la propiciación entre nuestro pecado y el Juez del universo. Una vez que nuestra culpa haya sido borrada delante de Dios, es entonces fácil encarar la justicia humana. No sigamos huyendo de nuestra propia sombra. Entreguemos a Cristo nuestras culpas. Él nos limpiará de todo pecado.

Hermano Pablo

EL PODER DE LA CONCIENCIA

La conciencia es sin duda una “virtud extremadamente importante”. La conciencia nos permite tomar decisiones responsables a lo largo del camino de la vida.
La conciencia guía e influye la trayectoria de cada esfuerzo de manera práctica, usando de la lógica y la prudente perspicacia.
La conciencia previene la necesidad de una persona tener que pasar por las experiencias que pudieran demostrar ser cruciales o perjudiciales con implicaciones posteriores y complementa la estructura completa de cada esfuerzo de manera competente al otorgar al individuo con un conocimiento pleno y la ventaja por adelantado, por lo tanto orquestando constructivamente el ritmo de la vida de manera meritoria.
La conciencia extiende la riqueza que la vida nos ofrece a cada uno de nosotros de manera consistente en todo momento.
Teniendo conciencia, podemos hacer uso estratégicamente de los recursos con los que hemos sido dotados cada uno de nosotros, de manera privilegiada.
La conciencia, tan sencilla como pueda parecer, es en realidad un don que da fe de que cada uno de nosotros posee por dentro maravillosas virtudes con las que hemos sido dotados.
Tomemos la oportunidad en cada instante de estar conscientes de cada momento, de cada pensamiento, de cada acción, de cada esfuerzo, de cada perspectiva, de cada tarea o asignación y estar agradecidos de haber recibido esta maravillosa virtud.
Cada uno de nosotros tiene el poder de la conciencia por dentro. Siempre y de todas maneras, necesitamos reconocer y utilizar esta talentosa virtud responsablemente.
Antes de aventurarnos en cualquier acción, utilicemos el poder investigativo de nuestra conciencia con cuidado; de estar concientes de lo que es bueno y malo en vez de apresurarnos a juzgar o llegar a nuestras propias conclusiones sobre la base de lo que hemos oído de una fuente sea esta conocida o no.
La conciencia; es maravilloso estar concientes.
Estar concientes hace una tremenda diferencia en todo aspecto de la vida. La importancia de la conciencia no puede ser enfatizada en demasía ya que cada día, el estar concientes, nos traerá sus propias recompensas en cada faceta de la vida.
Vashi R. Chandiramani, copyright 2006
Bendeciré a Jehová que me aconseja; Aun en las noches me enseña mi conciencia. Salmo 16:7
Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Juan 8:9
Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres. Hechos 24:16

EL MUNDO ESTA OBSERBANDO

Lectura: Juan 13:31-35.
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" Juan 13:35
Unos amigos míos estaban sirviendo en un ministerio dirigido principalmente a cristianos cuando se les presentó la oportunidad de cambiar de empleo y tocar las vidas de miles de no creyentes. Decidieron hacer lo que creían que era un cambio emocionante.
Muchas personas, incluso algunas que no les conocían personalmente, quedaron espantadas y les acusaron de buscar fama y fortuna en el mundo. Pero, con la fe de que Jesús había venido «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10), decidieron ir en pos de lo que consideraban una oportunidad aún mayor de servir a los «perdidos» en su comunidad.
Más tarde dijeron: «Algunos cristianos fueron muy crueles con nosotros y nos escribieron correos electrónicos llenos de odio. NuesDNtros nuevos amigos no cristianos eran más amables con nosotros que nuestros compañeros cristianos. No entendíamos eso y nos sentíamos profundamente heridos». Me contaron que su deseo era seguir la directiva de Dios de ser «sal» y «luz» en el mundo (Mateo 5:13-14).
Cuando alguien que conocemos está tomando una decisión o haciendo algún cambio, puede ser de ayuda que le preguntemos cuáles son sus motivos para ello. Pero no podemos conocer totalmente el corazón de otra persona. No queremos «morder y comer» a nuestros compañeros cristianos (Gálatas 5:15), sino más bien amarles de una manera que los demás sepan que somos seguidores de Jesús (Juan 13:35). El mundo está observando.
Sólo Dios ve el corazón.